El ritmo, los tiempos, la cadencia, son innegables en una ciudad fabril como Monterrey, y junto a los pitos, silbatos y aromas de los galerones y naves industriales han proliferado los sitios donde Joaquín Hurtado se recrea con sus personajes, los inventa, les gesta su otra jornada, la de los mitos y fantasías, la de obsesiones e ilusiones. Estas crónicas no son, en modo alguno, la "cara bonita" de la ciudad. Tampoco se plantea mostrar una "cara fea" o "maldita". Joaquín Hurtado quiere —se nota a leguas en sus textos— divertirse, y de paso divertirnos a nosotros, sus lectores; quiere que lo sigamos en sus correrías, que nos adentremos en su lontananza, que no depongamos el ojo lúdico; quiere hablar en voz alta: decirle a la ciudad que ya está cansado de la doble moral, el servilismo o la hipocresía. Pero su voz es, antes que nada, palabra escrita. Bien escrita e ingeniosa; doblemente eficaz. Es indudable el oficio de Joaquín Hurtado. La ciudad debe de congratularse por contar con un escritor que registra y documenta su memoria, al mismo tiempo que persigue las historias hasta convertirlas en disfrutables y bien acabadas piezas literarias.
Luis Lauro Garza H