Con voces del epígrafe de Eduardo Carranza que abre la primera de sus cuatro secciones digamos de este libro que lo suyo tiene de hermoso y triste y de fantasmas a veces transparente, con la punzada de la música. "Poemas de un joven solo", pudiera titularse también este breve volumen desde cuyos versos el poeta mira, cree o finge mirar (y eludamos la cita de Pessoa) el desierto del mundo. Solo y su escritura, solo y su espíritu, solo y su amor y su cantar a lo divino. Más o menos así definiríamos las partes del poemario, centrado sin embargo en otra parte, en la resignación. Pero en el habla como en el silencio, en lo alegre como en lo confuso y en el pasmo como en la meditación, la sencilla palabra de Julio César Aguilar aprende, resignada, que lo fatal no es tan fatal: "Tiempo de reír no es éste/ alguien dijo/ al tiempo que yo decía/ canta porque la vida es breve". Y es acaso que sabe que haciendo caso nulo de "La neblina del pensamiento" puede el poeta abrirse a claridades: "La neblina del pensamiento/ impide al espíritu visualizar la luz. / La luz ilumina el espíritu/ del pensamiento./ El pensamiento sólo piensa/ en opacar la luz del espíritu/ con su neblina:/ la neblina del pensamiento."