Al asumir plenamente su condición de memoranda, de hiedra íntima amorosa. Dogal de sombras lleva, dócil y tenso, una suerte de apunte de bitácora. Dibuja sus años sigilosos, así como invocaciones y plegarias, con la intención de no cargar espectros que le tuerzan el camino. Al conjuro de “no volverán”, suceden, con plenitud de oficio, hoja por hoja y árbol por árbol, las voces terrestres que los espejos silencian. Así, el autor predica en reflexión el dogal de su memoria; exacta y personal. La voz del poeta se afirma y no desdeña: rectifica y mejora. Mientras se pregunta: “¿Qué rumbo tomó?, quién la vio pasar mientras pensaba”, sus lectores sabemos que la tenía puesta consigo, como arena o como polvo, ya sea por viento o, en mejor vocablo, ventolera, de luna en luna, estas imágenes le acompañaban: ventanal en travesía.