Superficie sucesiva de Ricardo Solís, es un canto que recuerda el tránsito de un río que baja desde la montaña, desde el origen mismo de la palabra, que es el origen de toda la naturaleza y de todo lo humano. Transcurso que apenas se sostiene con el débil instrumento de que se vale toda obra poética: el verbo que deviene en sonido, en agua que murmura, en pensamiento y devoción a Dios. De allí que resulta casi imposible permanecer en silencio cuando se leen los poemas, porque quien nombra (al leer) está siendo el mismo que crea y recuerda que “la aparición de la voz cuando es canto, es huella, es oficio”. Y “el poblado cantar” a que alude el poeta es un resumen de lo amado, de aquellas voces que, de manera natural como natural es el agua y es cristalina cuando de la montaña baja, están en él y a ellas nombra y rinde homenaje. En la voz de Ricardo Solís y en esta Superficie sucesiva está San Juan (y por tanto los textos bíblicos), está Borges, Novalis (Lezama Lima, no nombrado pero presente) y, como en ellos –en su poesía-, también (implícita) está la poética de Ricardo Solís (que decirlo así es nombrar el crepitar del fuego): la palabra (el versículo) que es signo de humo que se desvanece para significar en canto.