Aparentemente con pocos recursos, el joven autor de estos cuentos logra diversificar sus voces y al mismo tiempo conservar la suya propia, sin excluir un universo característico de pensamientos, obsesiones y actitudes. El cuentista se ve impulsado por la escritura y, muchas veces, a la vuelta de la esquina, encuentra las sorpresas que aquélla suele deparar. Luego, él se permite a los giros inesperados ciertas insistencias, ciertas especulaciones y obsesiones, ciertas metamorfosis. Bien dice el autor en las primeras líneas del primero de estos cuentos: “Ya no me hago preguntas, no repaso a vueltas de cuerpo los pliegues de las sábanas, ni contemplo el lento avance de los números en el reloj de la pared.” Sin preocupaciones más allá de las necesarias, con las virtudes de una mirada fresca y una memoria que no puede ser más que reciente, estos cuentos intentan poco y logran mucho. No en balde este primer cuento habla de una aspiración a lo que pronto se renuncia, luego de aceptar una falsa identidad, para caer al fin en la expresión del sentimiento que suscita una pérdida vital, en medio de otras cosas que tienen que ver con la gente. En los cuentos de Óscar Édgar López todo parece ocurrir en el campo de lo inútil y, no obstante, nada ocurre inútilmente. Y en esta imprecisión de los ambientes derrotistas, o excéntricos como último recurso, suceden también cosas fundamentales: poner a prueba la naturaleza extraña de nuestros institntos, insistir en un paradójico conformismo subversivo, rechazar los valores convertidos en trampas, experimentar con nuestra crueldad, asimilar fantásticamente nuestro desquiciado mundo cotidiano. Como si, a fin de cuentas, el autor intentara reivindicar, por los extraños caminos de una despiadada imaginación, cierta magia casi extinta en nosotros, forzando el grado insólito de nuestras visiones angustiantes o liberadoras, que al fin se reducen a lo que consentimos en llamar una trivialidad. El gesto emblemático de nuestras manos metidas en los bolsillos, resulta de una fe que jamás ha vuelto a recomponerse, como equivalente a nuestro pasmo ante un mundo banalmente misterioso, parece resumir esa carga de frustración y esperanza que nos mantiene en la ambigüedad de nuestras percepciones y vivencias.