Juan Carlos Quiroz había ya publicado en 1995 un libro de poemas afortunados, Crónica de navegación (los demonios), que le valió con justicia, en 1994, el premio del certamen Salvador Gallardo Dávalos, al que desde 1982 convoca año con año el Instituto Cultural Aguascalientes. En ese libro, con buen gusto ilustrado, en extraño maridaje demoniaco, por imágenes de William Blake y José Guadalupe Posada, descubrí a un joven poeta de mano segura y voz muy personal, con buen ojo, amparado en banderas y epígrafes literarios de Lovecraft, de Torres Villarroel o Baudelaire. Encontré en esas páginas muchos versos de factura y tono inusuales: "Hay una ciudad/ junto a esta silla rota/ con su plaza de héroes y saetas..."
En su currículum cuentan otras publicaciones: Tauromaquia (1994), No había mar (plaqueta de 1996) y Las violetas (una carpeta con un poema ilustrado por José Luis Cuevas, 1997).
El libro Versos para morir despacio, es un conjunto de poemas donde, creo yo, alcanza el autor su joven madurez y donde consigue, como dice él mismo, "levantar la memoria/ el riesgo/ toda esta ceniza/ tirada en el descuido/ desempolvar la palabra arruinada sobre el muro..."
Poesía concentrada, sometida a consciente rigor rítmico y a eficiente búsqueda de la materia verbal.
Aplaudo el libro de Juan Carlos Quiroz, como ya celebré el otro, y hago votos por su prometedor empeño futuro.