La inteligencia poética viene en pequeños sobres de papel aluminio. Hay que obedecer y cortar la esquina indicada, de preferencia con los dientes. El poeta consume uno o dos de estos sobres al día. ¿Qué puede hacer entonces el pobre lector, que no sabe dónde adquirir este producto? Cuidado: cada poema es una vida, o un litro de suero, o varias transfusiones de sangre. Además, el poema se lee en unos segundos. El lector recibe entonces un placer inesperado: un sabor reconfortante, con siglos de historias heredadas. Con una ventaja adicional: los poemas de Perez Tejada, que no son medicamentos, procuran el retardo de muchas enfermedades que sin poesía son mortales, como la sandez, el mal del tiempo muerto, la estupidez benigna.
Jaime G. Velázquez