El arte de la mirada es atemperado mediante un saber intuitivo: el de las coordenadas que señalan la dirección del escorzo. La memoria está suspendida en la retahíla de ojeadas hacia este punto de fuga y en la estilizada escritura que endereza las apariencias para, a trasluz, desbrozar su virtualidad. Experiencia estética al fin, sólo es posible a través de los penetrantes atisbos de un Morel hologramático, agente y fenómeno de su propia inteligencia vigilante. En suma, con la sincronía entre la forja de la mirada, el objeto iluminado por la vista y el cuajar del ojo que alquitara lo que ve. Pocos escritores suelen emplazarse —sin rechinar los dientes, con sincero humor— en el justo medio aristotélico para allanar lo obvio con el rasero del asombro. José Israel Carranza, encarnado zahir, pertenece a esa estirpe que proyecta una nueva mirada para cada estrella.