Los cuentos de Armando Ortiz lo sitúan ya dentro del panorama actual de la narrativa mexicana. En este volumen da rienda suelta a sus obsesiones: la lluvia, el mar, la muerte, la adolescencia, el argumento, el cine.
El hombre que gustaba de mirar la lluvia, de acuerdo con el propio autor, es una metáfora del amor verdadero. La fantasía que esta obra lleva, es aquella que recupera la esencia creativa de este género literario, que ha ido perdiendo terreno frente a la novela y frente a la mera palabrería. Cada relato de este volumen parte de una trama, un argumento y una historia. Pero no es únicamente la fantasía a la que Armando Ortiz acude. En algunos de estos cuentos hay también una realidad cruda, lacerante, dolorosa, que pone al lector sobre la misma tierra. "El rostro triste de Natasha Kinski" es un ejemplo de lo dicho. En esta narración el autor imprime a su realidad una violencia en la que invierte pocas palabras y muchas imágenes. El relato es en sí "El ensayo de un crimen", como dirían Usigli y Buñuel.
Y no es casualidad esto, pues mucha de la narrativa de este autor es consecuencia de su pasión por el cine. Por todo lo anterior, en este libro el lector disfrutará parte del espacio infinito de la creación literaria.