A la experiencia recurrente de una ciudad exterior, el desdoblamiento que de nosotros exigen sus fuerzas inflamadas, conviene el ejercicio austero de la introspección. Un peso complementario en la balanza: no ya una reclusión personal o quietista, sino el rastreo de aquella parte del ser que está en las órbitas del ser, de un centro en el exilio. Sí: el objeto de esa persuasión es el lenguaje —o, mejor aún, nuestro lenguaje. Así lo entiende, al parecer, Martín Mora.... y va más lejos: en las grietas que sobre cada cuerpo va trabajando el menos estimulante de los ritmos —a saber, el ritmo de la "vida diaria"— debemos recolectar la semilla futura del asombro, del deseo, de la indignación. Este libro, en efecto, es un registro de vagabundeos y meditaciones. Con todo, ninguna vaguedad, ninguna oscuridad puede imputársele. El vértigo de su enfoque —la flexibilidad, entonces, de su perspectiva— es justamente el hallazgo capital de la escritura que lo informa. La escritura o la voz: los ensayos de Martín Mora se acogen a la protección de Ícaro en el entendido fundamental de que su herencia es su fracaso con sabor a victoria. La caída —volvamos a Platón, y corrijamos: La Caída— no es para Martín Mora sino un punto de observación instalado en el vacío.