Las historias de Adrián Curiel Rivera tienen lugar en Madrid. En todas las ciudades del mundo, hombres y mujeres pintan, se enamoran, cambian su vida —para bien o para mal al ponerse una corbata o montar en unos tacones, buscan, se desencuentran, padecen al vecino, logran momentáneas victorias. Sin embargo, en este tríptico Madrid es la forma, la actitud, la secuencia que determina los pasos de quienes la nutren y reviven con sus acciones. La ciudad no es escenario sino personaje, eje que determina las obsesiones de sus fatales enamorados. ¿Cómo logra el autor que el texto no sea una tarjeta postal sino un escenario vivo? “Pintar no la cosa sino el efecto que produce”, exigía Mallarmé. Brutal y realista, mágica y sorprendente, la ciudad conjurada por el autor logra semejante hazaña, de tal manera que las caminatas de sus personajes son las nuestras. Noel Madrid del turista deslumbrado sino la ciudad asimilada con sangre, sudor y lágrimas. Historias que comienzan por el final, prosa que teje su fina trama para despistar al lector pero para brindarle, finalmente, el desenlace súbito, abierto al futuro.