Los epigramas de Marcial dan para rato, tanto al que quiere divertirse como al que busca educarse bajo su graciosa guía y encanto: su lenguaje era lascivo, pues se escribieron para festividades donde imperaba la propensión a los deleites carnales, como en las fiestas de Flora. Esto no significa que sean incorrectos; son tan correctos como habían sido lo de Catulo y otros poetas de género semejante cuyas obras se leían con gusto hasta el final. Digna de hacerse notar en los epigramas es la retórica en la forma como el imperio la permitía, encerrada en las escuelas de declamación, con gusto especial por las sentencias y el uso de frases breves basadas en lo inesperado. Esta es acaso la marca de Marcial, pues en lo breve funda su crítica social, sin dejar casi nada al imaginario inescrutable o que con frecuencia se esconde bajo el humo del lenguaje figurado.