Salomón Villaseñor va escribiendo a contracorriente el interminable listado de sus/nuestras pérdidas, las que el tiempo consume indefectible a raíz de su trashumancia. Él escribe, borronea y escribe ese grueso inventario de vacíos con los que nos vamos acostumbrando a vivir. Sólo pérdidas. Ninguna prebenda, porque la usura no es respirable para el poeta. En el curso del tiempo inscribe el poema nuestra amenazante finitud. El poeta busca el destino honorable donde ofrecer las partes de su vida y su recuerdo cada vez más indefinible, menos escriturable. Una tarea ingrata y por demás insalubre. Escribe, devela el sentido último de nuestro naufragio. El oficio de ser hombre sin otra coartada posible. Testigo de la devastación que opera el tiempo sin piedad, el poeta sólo atina a nombrar la desposesión absoluta. Capaz de advertir el final, regresa entre nosotros a probar el buen pan y beber la precaria alegría, ojear en nuestras vidas, reconocer como el principio los colores y aromas de nuestra existencia.
Miguel Carmona