Casi todos los cuentos de Carlos Vadillo Buenfil asisten a dos lugares que pueden ser el mismo: el erotismo y la muerte. Casi todos están cortados con el mismo filo de la tijera —la hoja chata de la muerte y la puntiaguda del amor—, así los cuentos avanzan desgarrando el sentido común, abriéndose para en la realidad para que lo fantástico emerja de una humedad lúbrica.
Son diversas las apreciaciones con las que puede uno reflexionar, después de una lectura interrumpida de Donde se fragmenta el oleaje advertí una especie de melodía verbal y contrapunteada que podría ejercer la función de guía en la develación de rostros y voces fantasmales vagando entre sus páginas. Seres etéreos de lúcidas pasiones, translúcidos, aparecidos y desaparecidos, muy cercanos al mundo poético de la irrealidad. Ellos viven y se bifurcan con un hábito nostálgico, cuyas vivencias han sido talladas en un texto sólido y refulgente. Su equilibrio anecdótico va marcado por un compás que seduce al lector.
Quisiera señalar brevemente dos rasgos que a mi juicio caracterizan a un escritor: la calidad de página y la atmósfera. Carlos Vadillo Buenfil, en su volumen de cuentos Donde se fragmenta el oleaje, demuestra poseerlos. Una prosa rica y fuerte que imanta al lector desde las primeras líneas. Una atmósfera que partiendo de un ámbito concreto vivido —el antiguo puerto de Campeche— envuelve tramas, paisajes, personajes, como una bruma cargada de misterios, sugerencias y premoniciones: en síntesis, una original atmósfera poética.