Es notable, desde los primero párrafos, el gusto especial de Lavín por las palabras. Una búsqueda curiosa por armar las frases justas. Apretándolas a la temática y a las acciones de sus relatos. Esta exigencia lo ha puesto cercano al texto breve. De corte enigmático, paradojal, a veces borgiano. En ese trabajo de lenguaje pretende atrapar las circunstancias insólitas de sus personajes. Como así se lo propone literariamente, lo que cuenta Guillermo Lavín puede transcurrir en un pueblo o en una ciudad pequeña. Y a veces en escenarios evanescentes, fantásticos o de cierta ciencia ficción. Esta confrontación, entre sus intereses literarios y los ambientes locales, genera una literatura misteriosa, con un toque de añoranza. De pronto parecieran textos cercanos a las sensaciones de un Hoffman, o un Chesterton, con sus ambientes cerrados. En este libro encontraremos ese sabor de sorpresas que nos invitan al regocijo. Habremos pasado por él con el gusto con que atravesamos la casa de los espejos distorsionados. Habremos ganado momentos de lectura perdurables en la palabra generosa de Lavín.