El que empieza finalmente se rinde, comprende que el trabajo de la escritura es infinito. Sin embargo cae en cuenta de que su primera tarea es delimitar un sitio, un espacio para decir: Aquí debería estar tu nombre. Así también, "abro la ventana/ y dejo entrar un poco de aire". El libro de Noé Carrillo Martínez pronto delimita un espacio entre el dentro y el afuera ("aquí/ la ventana") que propicia la lectura; esa intimidad entre quien escribe y quien lee en el trapecio, trapecio que es el riesgo de todo escritor futuro: la soledad: "hombres que agitan el corazón"; porque "tu voz es un río". Así "somos dos/ que se restan a sí mismos/ para dejarlo todo como antes". El libro de Noé Carrillo Martínez, libro de poeta joven, acepta el riesgo de esto último, porque vive la ilusión de todo escritor: que las palabras se conviertan en libro y este libro, estación, descanso momentáneo, lo lleve de nuevo a su condena: "en mi memoria/ ondea tu bandera/ ese rostro que ahora escribo".