La poesía hispanoamericana parece estar resentida por dos cismas que la han dejado atónita y varada en sí misma: el barroco y el surrealismo, sin contar esa ventolera del "compromiso" de afán "socializante" y el sueño imposible de la "pureza". Paradójicamente, Góngora y Eluard transitan, por caminos distintos, los mismos territorios. La imagen, máscara de epifanías, se convierte en el arma que desenmascara la realidad. Ambos añoran lo que en los manuales de literatura llaman "romanticismo": uno lo predice, otro lo evoca. "Horror vacui" y noche de la melancolía. El ángel de Durero piensa el "Primero sueño", de Sor Juana. El vasto Lezama burila en su soledad insular. Sin huir de estas vertientes, Gerardo Carrera encuentra su propio cauce. No se propone construir grandes edificios lingüísticos ni se aventura en el incendio de fuegos pirotécnicos. Su poesía se dice en voz baja como una conversación íntima, con café, cigarrillos y un fondo de jazz apenas audible.