La necesidad de expresarse tiene diversos cauces y cada persona elige el que mejor le va, en el que se siente mejor expresada. Para Adriana Arrieta Munguía la poesía canaliza la expresión hacha de palabras y de imágenes; es el continente idóneo para la imaginación. Pero al tiempo que la poesía cumple con la condición de manifestarse, también satisface el apremio del conocimiento, más bien, del auto-conocimiento. La poesía es un acto religioso que religa al oficiante consigo mismo, hacia el interior, y con los otros, que al leerla o decirla en voz alta completan las ideas y las imágenes. Si el poeta transforma lo que ve y lo entrega elaborado, quien recibe esa creación contribuye a ella con su propio aporte hecho también de retratos y representaciones. El poemario Historia de un reflejo cansado es la historia de la ciudad de plata en el país de nadie: ciudad de sueño, ciudad páramo, urbe surrealista que es vivida internamente: ciudad metafísica en donde el polvo viejo, el aire viejo, el tedio, el olvido, el vacío, coexisten con el vagabundo de mirada quebrantada, con los funerales de colores —azul, negro, rojo, traslúcido, e incluso, sin color— como un final, un cambio que trae consigo una metamorfosis.