Como este mar fantasma en que navegan
–peces del aire altísimo– los hombres.
José Gorostiza, Muerte sin fin
La historia del libro es la historia del pensamiento y la cultura de una sociedad. Y en la extensa geografía que abarca, la edición es el río donde se gestan esos libros cuyo propio cauce lleva de un lado a otro: hasta detenerse en una particular orilla, entretenerse en ciertos meandros, desembocar en el mar, hundirse muy al fondo o arribar, con suerte, a una isla o a un continente. Por ser cuerpo de agua, pareciera que es imposible aprehender todas las derramas y huellas que van dejando los libros en su desfile por el tiempo. Y es en la edición, en los editores, en las casas editoriales y quienes en ella se dedican a crear, en diálogo con los autores, cada libro, cada colección o cada sello, que yace la posibilidad de entender, a través de ese devenir, nuestro cuerpo de conocimiento y nuestro habitar en él.
El historiador estadounidense Robert Darnton, quien se ha centrado en la historia del libro, dice que hay que tener claro que los autores hacen textos y los editores libros; que le interesa Diderot en la Revolución francesa porque es quien pone a circular las ideas de los filósofos (y lo verdaderamente nuevo en la Enciclopedia, nos dice, no necesariamente son las ideas en sí mismas sino el hecho de que circulen). La historia de la edición es entonces también la historia de la escritura, de la ilustración, de las ideas, y abordarlas desde la producción libresca implica entender en qué contextos fueron posibles las diversas publicaciones que contuvieron y pusieron a circular dicha literatura, representándola y construyéndola a la vez, pues en este rubro o género literario en particular y como bien se sabe mucha de la producción ha respondido a la solicitud explícita de crearla, dada su inevitable concepción y relación con los propósitos educativos. Estas notas trazan las líneas de un mapa en construcción para visualizar la edición de Literatura Infantil y Juvenil (que llamaré lij) en México en el siglo xx, siglo en el que surge y se consolida como un corpus literario en un sentido completo, pues aunque desde el xix existieron ya obras escritas para niños y jóvenes, su corte didáctico y sus intenciones moralizantes, con sus muy notables excepciones que sin duda, como se verá más adelante, determinaron y posibilitaron el panorama posterior, no conforman aún un escenario articulado y desarrollado integralmente en tanto práctica artística. Impresores, libreros, editores, escritores, ilustradores y lectores fueron los factores que hicieron que la palabra impresa se volviera poderosa, determinante y bajo la cual se ha moldeado la inmensa producción editorial de nuestro actual siglo, cuya numerología podría pensarse rebasa ya toda posibilidad de escrutinio, pero justamente al entender sus orígenes es posible entender el terreno fértil y la situación que actualmente perfila esta edición en México.
Cierto es que, desde el inicio del siglo hasta su final, la edición para niños y jóvenes implicó diversas posturas moralizantes y pedagógicas que se fueron transformando con el paso del tiempo y, más aún, se les intentó desechar casi por completo en determinado momento para dar paso a la creación literaria en la que felizmente se entró de lleno a finales de la centuria.
El panorama editorial del siglo xx inició con un México de severas desigualdades sociales. El Porfiriato, mirando hacia Francia, había delineado un sector minoritario con acceso a la educación, por lo que una enorme mayoría era analfabeta. Sobra decir que eran escasas las ofertas lectoras, y mayor parte se trataba de traducciones. Sin embargo, con el transcurrir del siglo, el país experimentó notables cambios en sus diferentes etapas: primero por la apertura internacional, la Revolución y la posterior reconstrucción nacional, que trajo consigo el proyecto de país que se gestó junto con la decisión, con toda conciencia, de construir un nuevo modelo educativo. Éste constituyó el pilar esencial de todo país al incorporarlo dentro del “mundo civilizado”, según la premisa inicial de Vasconcelos. Más adelante, se moldearon el proyecto de educación socialista y la llegada de las escuelas a casi todos los municipios del país. Empezó con el cardenismo y continuó con el llamado “milagro mexicano”, y se acompañó del desarrollo industrial, la apertura a las publicaciones internacionales, los convulsos años sesenta y los transformadores ochenta, donde los resultados de las revoluciones ideológicas comenzaron a hacerse plausibles, de la mano de las crisis económicas y la internacionalización.
Para entender el inicio de este panorama hay que decir que México ya tenía una notable presencia de casas impresoras en el siglo xix, cuyas producciones editoriales tuvieron una notable calidad en términos de producción. Además, sus búsquedas temáticas comenzaban a distanciarse de los contenidos primariamente religiosos y que, abrazando la reciente libertad de prensa, comenzaban a avocarse a la difusión del conocimiento político pero también científico y literario. Asimismo había proliferado una buena cantidad de publicaciones para niños, que eran en su mayoría semanarios y silabarios; es decir, lo que se conocía como textos de enseñanza y que se convertirían luego en los “textos escolares” (como por ejemplo El Diario de los Niños, la primera revista dedicada a la niñez mexicana, de literatura, entretenimiento e ilustración y publicado entre 1839-1840 e impreso en la Imprenta de Miguel González, dirigida por Wenceslao Sánchez e impresa por Vicente García Torres –pues la imprenta no era lo mismo que el impresor–; o El Niño Ilustrado, de 1891).
Así, con el siglo xx, la lij se inauguró en un territorio que fue, hasta mediados del siglo y un poco más quizás, si bien ya no exclusivamente religioso, sí fuertemente determinado por las publicaciones didácticas, y con objetivos morales que incluyeron diversos tipos de narraciones pero no necesariamente literarias, en el amplio sentido de la palabra. Trazar líneas que marquen qué textos sí fueron literarios y cuáles no, resulta complicado; lo cierto es que el campo donde germinó una gran parte de las ediciones de lij fue mediante las diversas publicaciones con fines educativos, en las cuales, en distintas medidas y niveles, se empiezan a infiltrar atisbos de literatura, la de creación, la que no está hecha para enseñar algo ni es un texto dirigido a los infantes, sino es el arte de la expresión verbal: en cuentos, en recopilaciones, en traducciones. Éste fue un proceso muy paulatino, y no sería hasta los años setenta y ochenta que realmente las casas editoriales abrirían completamente la ventana a la creación literaria per se. Sin embargo, no puede dejarse de contar la historia sin sus debidos antecedentes.
Además, al avanzar el siglo los impresores se convirtieron poco a poco en editores, es decir, no se dedicaron solamente a imprimir lo que los escritores les llevaban, sino que comenzaron a manifestar sus propias ideas sobre lo que debía ser publicado. Por eso, invirtieron en ello con todas las dimensiones que implica, no sólo como editores sino como bibliófilos, sociólogos y administradores.
Entre los libros publicados justo al inicio del siglo, en 1901, está el Libro primero de lectura de Sarah Louise Arnold y Charles B. Gilbert, que incluía pequeños cuentos como “Pollito”, una adaptación de “Aladino y su lámpara” e incluso el famoso cuento, paradigma del inicio del libro álbum ilustrado (al menos en su versión en inglés), “La casa que Jack construyó”, de R. Caldecott. El libro fue editado por Silver, Burdett y Compañía, quienes eran impresores de Nueva York-Boston-Chicago para hablantes del español, y traducido y adaptado por Manuel Fernández Juncos. Esto nos recuerda que los mercados ya estaban, aunque en menor medida, internacionalizados, y que había ya un público para el cual se producía desde el extranjero. Otro caso similar es el Lector mexicano, libros primero y segundo de lectura de Andrés Oscoy, de 1902 (cuyo título ya traza una idea de su intención, una de cuyas primeras lecturas es “Idea de Libertad”, donde se dice que el hijo del humilde artesano debe sentarse junto al hijo del hombre de negocios). Estos volúmenes fueron publicados por la Librería de la Viuda de Charles Bouret. Esta librería-editorial sería una de las fundamentales presencias de finales del siglo xix e inicios del xx, debido a que en esa imprenta se gestaron importantes volúmenes sobre todo tipo de temas, incluyendo algunos de lij, a lo largo de su propia historia. De origen francés, la librería concentró además gran parte del comercio de libros entre 1890 y 1914.
En esta misma casa editorial se publicó también El Mantilla, silabario o método para leer y escribir con pequeñas lecturas acompañadas de estampas, que incluía lecciones de moralidad y urbanidad. Más adelante, en 1925, el libro de lecturas Rosas de la infancia, una serie de textos de corte moral, recopilado y editado por María Enriqueta Camarillo, poeta y escritora (aunque la editorial ya se habría transformado de la Bouret en la Sociedad de Edición y Librería Franco-Americana y posteriormente, y a partir de la cual, al liquidarla, surgiría Editorial Patria). En el panorama desfilaban también los Cantos escolares de Amado Nervo (representante del importante movimiento del modernismo y sus impactos en el mundo de la lij a nivel latinoamericano), del Establecimiento Editorial de J. Ballescá y Compañía, Sucesores, impresos en Barcelona en 1903 y distribuidos en México.
Asimismo no puede dejar de recordarse que entre 1899 y 1901 la ya consabida y muy notable Biblioteca del Niño Mexicano es publicada por los hermanos italianos Carlo y Alessandro Maucci (Maucci Hermanos ed.), quienes habían migrado a México para instalar la librería y editorial El Parnaso Mexicano. La Biblioteca, que aparecía en entregas, contenía cinco series, en total 85 libritos, que en orden cronológico abarcaron desde las leyendas nahuas hasta la época moderna. Éstas fueron escritas por Heriberto Frías, periodista, novelista e historiador, autor de Tomóchic (obra que publicaría también la viuda de Charles Bouret). Cada cuadernillo incluía 16 páginas y contaba con una portada impresa a color en la novedosa técnica de cromolitografía, con tres ilustraciones interiores en blanco y negro y con 440 ilustraciones de José Guadalupe Posada (aunque sólo cuatro de ellas aparecen firmadas) y resalta en especial por su planteamiento como colección, su claro objetivo de enseñanza a través de sencillas narraciones y por su concepción ilustrada.
Imagen 1. El cinco de mayo de 1862 y el sitio de Puebla, Maucci Hermanos, México. Fotografía de la autora.
También es la época de las famosas publicaciones de Antonio Vanegas Arroyo, célebre impresor y editor mexicano, quien imprimió y encargó, entre otros, a los grabadores Manuel Mantilla y al propio Posada la ilustración de sus panfletos. En lo que a publicaciones para niños se refiere, abarcaron tres rubros: la Galería del Teatro Infantil, la Colección de Comedias para representarse por Niños ó Títeres junto con la Colección de Teatro Infantil y la hojas volantes con juegos, noticias y relatos. La Imprenta Vanegas Arroyo se fundó en 1880 pero siguió publicando hasta 1918 y más adelante.
Estas ediciones comenzaron a trazar un perfil particular de las publicaciones, pues fortalecerieron una nueva intención y un público más específico, en forma de cuentos con ilustraciones que, en modestas ediciones de pequeño formato y papel corriente, implicaban un sutil pero ya evidente cambio en su discurso.
Imagen 2. Colección de Comedias para representarse por Niños ó Títeres, Testamentaría de Antonio Vanegas Arroyo, México. Fotografía de la autora.
Vale la pena mencionar la publicación de El Tesoro de la Juventud o Enciclopedia de conocimientos, aunque no fue de origen nacional, porque contribuyó al panorama y tuvo sus particulares adaptaciones. Se trata de una obra popular y referente cultural en el público infantil y juvenil de América Latina en el siglo xx. Sus veinte tomos eran una adaptación de la enciclopedia The Book of Knowledge, editada por el estadounidense M. W. Jackson cerca de 1910, y la decisión editorial de incorporar textos de diversos autores y de diversas índoles haría mella en el abordaje a los conocimientos y en la producción de textos de lij y en la aproximación de estos a los contenidos.
No sería hasta pasada la Revolución mexicana, el movimiento que agitaría profundamente y de raíz a la nación, que resurgiría una nueva industria editorial. A lo largo del siglo ésta fue consolidándose acompasada y certeramente. En 1917 se había discutido y aprobado la nueva Constitución Política, con su respectiva cláusula sobre la educación laica, gratuita y obligatoria. Para 1921, cuando termina la década revolucionaria, si bien con numerosos conflictos, el país se encuentra también lleno de proyectos y con una notable cantidad de movimientos sociales y artísticos que transformarían también la creación y el impulso educativo que inicia bien entrado el siglo. Justamente, una de las herencias revolucionarias encarnadas en tales movimientos afectaría directamente a las publicaciones infantiles y juveniles: la idea de que el arte es un medio educativo que eleva la conciencia personal, como pensaba la Escuela Gráfica Mexicana, y la certeza de la necesidad de una educación popular. No puede olvidarse que es cuando surge la Liga de Artistas y Escritores Revolucionarios (lear) y el Taller de Gráfica Popular (tgp), varios de cuyos miembros participarían eventualmente en la realización de libros para niños y jóvenes atravesando con sus discursos textuales y visuales la producción editorial.
Unos años antes, hay que recordarlo, el 22 de septiembre de 1910, aún durante la presidencia de Porfirio Díaz, se había inaugurado la nueva Universidad Nacional de México. Fue una iniciativa encabezada por Justo Sierra, quien para entonces ya era secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, que venía desde 1881 con la misión de “educar, formar y homogeneizar el conocimiento de México y lo mexicano”. Y el 3 de octubre de 1921 se crea la Secretaría de Educación Pública, con José Vasconcelos como primer secretario y que antes era rector de la Universidad Nacional, con el propósito de “salvar a los niños, educar a los jóvenes, redimir a los indios, ilustrar a todos y difundir una cultura generosa y enaltecedora, ya no de una casta, sino de todos los hombres”, para dar una muestra de cómo se pensó la conformación de la nueva identidad nacional.
Vasconcelos planteó un proyecto de atención a la educación mediante la creación de una institución que la atendiera, y de la instalación y atención de las bibliotecas públicas y la cultura en el país. Asimismo trasladó la ya creada Oficina de publicaciones, cuya tarea principal era coordinar y realizar, junto con numerosos entusiastas de su proyecto cultural, las campañas de alfabetización (tómese en cuenta que para 1920, 70 de cada 100 mexicanos no sabía leer ni escribir), las misiones culturales, las escuelas rurales y, por supuesto, una política editorial para inundar de libros al país, más allá de los libros escolares que ya circulaban (conocidos como Libros de lecturas y producidos por las editoriales privadas, la mayoría aún Imprentas).
Evidentemente, se trata de un periodo de reconstrucción nacional y en él la expansión de la educación básica era elemental para una sociedad moderna, con un pueblo instruido y capacitado, con acceso a diferentes manifestaciones culturales. Para ello se recurrió a destacados intelectuales de la época, como Daniel Cosío Villegas, Alfonso Reyes y otros que, como se verá, estarán al frente de los diversos proyectos educativos y editoriales.
También hay que destacar que en 1921 se crea la Dirección General de Bibliotecas Populares, dirigida por Vicente Lombardo Toledano y el Departamento de Bibliotecas queda a cargo de Jaime Torres Bodet, quien también organiza la primera Feria del Libro y de las Artes Gráficas en el Palacio de Minería, en 1924.
En este periodo se sienta el precedente de la expansión en la edición de literatura para niños y jóvenes. No sólo, como ya se dijo, porque se fueron incluyendo textos literarios en las diversas publicaciones, sino porque es desde la gestión editorial de la Secretaría de Educación Pública (sep) y sus precursores esfuerzos que se da una primera y definitiva combustión al panorama de publicaciones lij y se prepara el terreno en el que posteriormente germinaría esta literatura en todo su esplendor.
La Secretaría de Educación Pública comienza a publicar
La sep, con un claro enfoque en los sectores de menos acceso a la educación, inicia la publicación, primero, de las Lecturas para mujeres, en 1923. Ésta es una antología-selección de prosas y poesías de autores latinoamericanos, coordinada por la poeta chilena Gabriela Mistral –quien vino a México por invitación expresa del propio Vasconcelos– y dividida en las secciones “Hogar”, “Motivos Espirituales” y “Naturaleza”. Además, estaba dedicada, en un principio, a las mujeres que asistían por entonces a las escuelas hogar (otro de los nombres que recibieron estas células educativas cuya historia es sumamente interesante).
Imagen 3. Lecturas para mujeres, 1925. Fotografía de la autora.
Poco después, en 1924 y 1925, aparecen las famosas Lecturas clásicas para niños, publicadas también por el Departamento Editorial de la Secretaría de Educación. Para éstas adaptaron las leyendas o cuentos del primer volumen (como dice en su colofón bellamente diseñado) Gabriela Mistral, Palma Guillén, Salvador Novo y José Gorostiza, y las del segundo volumen Jaime Torres Bodet, Francisco Monterde, García Icazbalceta, Xavier Villaurrutia y Bernardo Ortiz de Montellano. Ambos tomos fueron “ornamentados” e ilustrados por Roberto Montenegro y Gabriel Fernández Ledesma. Estas lecturas fueron adaptaciones fragmentos o versiones de leyendas y novelas y textos de la literatura clásica de todo el mundo, desde el Cid, El Quijote, Parsifal, El Rey Lear, algunos cuentos como Pulgarcito y El Patito Feo, diversas leyendas de América como la de Nezahualcóyotl, o El Ramayana, El Panchatantra, Las mil y una noches, La Iliada y La Odisea, entre otros.
Imagen 4. Rabindranath Tagore, Poema de la luna nueva, Editorial Nueva España (Colección de lecturas clásicas para niños). Fotografía de la autora.
La presentación del primer volumen, escrita por Bernardo J. Gastélum, es muy relevante, ya que se destaca que la selección dirigida a los niños es “para que estén en contacto desde edad temprana con espíritus verdaderamente superiores”, y donde, a guisa del Prólogo, el propio Vasconcelos asentaba también que los mexicanos debían acceder a la cultura universal. Aunadas a las ya mencionadas recopilaciones, la sep realiza también otras publicaciones aisladas, no sólo el Libro Nacional de escritura-lectura, sino las Cosas de niños, de Arnulfo Rodríguez.
Algunas publicaciones fuera de la sep entre 1916 y 1923 nos dan una idea del panorama editorial activo por ese entonces. A la par de algunas ediciones de autor, práctica común que no debe dejar de notarse, están las ediciones de la Editora Águilas, como El arca de Noé, lecturas sobre animales para niños de las escuelas primarias de José Juan Tablada y otros autores de fama mundial (como reza en la portada), de 1926 (reeditada por Premiá en 1986); o las varias obras de Josefina Zendejas en diversas editoriales: Gusanito, en Editorial Cvltvra (1923); El caminito dorado, en Tipografía Guerrero Hermanos (1931); Vidas Mínimas, en Ediciones Nema (1941) –editorial que por cierto tenía una serie de cuentos para niños.
Con la década de los treinta vino la guerra civil española y el exilio español de 1936. Para 1932, cuando Narciso Bassols (quien en 1936 fundaría el Instituto Politécnico Nacional, ipn) es nombrado Secretario de Educación Pública, el programa de publicaciones cambia aún más. Se enfocó en una ideología laica que desembocaría en la producción de obras pensadas como revolucionarias y con valores éticos acordes con ese discurso. Y poco después, con el cardenismo, vendría la educación socialista.
Obras de importantes escritores y artistas en diferentes rubros se produjeron de forma constante. Como parte de la Biblioteca del Maestro, cuyo desarrollo obedecía a una visión del maestro como sujeto de cambio y liderazgo social, se editan las Tres comedias para teatro infantil, de Graciela Amador, que incluía “Comino vence al diablo” de Germán List Arzubide (1936) (y como parte de un amplio proyecto de teatro guiñol del departamento de Bellas Artes con el fin de educar a los niños en los nuevos discursos del socialismo) y de quien también se publicó Troka el poderoso (1939). Esta última publicación mencionada fue una serie de breves cuentos infantiles que List escribió para acercar al niño mexicano a los avances tecnológicos de la civilización contemporánea de su tiempo, mismos que renovaron los viejos contenidos de los cuentos. La obra fue concebida para el medio radiofónico, y se emitió en la Radio Difusora de la Secretaría de Educación Pública; primero, con voz del propio List y música de Silvestre Revueltas, y fue publicada posteriormente con ilustración de portada de Salvador Pruneda e interiores de Julio Prieto. También como parte de la colección Biblioteca del Maestro aparece el Teatro y poemas infantiles de Concha Becerra Celis (1939) editado por El Nacional. El teatro impulsó ideas revolucionarias, “la cultura y el arte para todos”. Circula también una obra de notable injerencia, Un haz de espigas (1933), coordinado por la educadora Bertha Von Glumer y escrito por alumnas de la Escuela Normal Superior de la unam.
Es claro que tales publicaciones de la época, si bien ya se inscriben en el ámbito de lo literario en tanto poesía, teatro o cuento, responden a los distintos proyectos educativos que están dirigidos a los niños. Mismos que conducen los maestros o los adultos con la idea de “instruirlos”. Por eso, es esencial rastrear en ellas los modos de pensar que buscaban transmitirse y la importancia que juegan los editores como creadores de panoramas ideológicos.
Ésta es la época de la circulación de El Maestro Rural, publicación dirigida por Salvador Novo, orientada a los maestros pero que al pretender llegar los lectores de las poblaciones rurales incluía narraciones de cuentos. En ese contexto, asimismo, con un nuevo esfuerzo para realizar campañas de alfabetización, se crean las Cartillas para enseñar a leer y escribir (“un esfuerzo que, por patriotismo, usted debe compartir”, como se consignaba en la propia cartilla)[2], se editan libros bilingües y se editan millones de ejemplares de lecturas para niños, como la serie Simiente y la revista Palomilla, dirigida por José Chávez Morado. Se edita la Biblioteca Enciclopédica Popular, dirigida por Torres Bodet, y los Cuadernos de Lectura Popular. Se instalaron, además, salas de lectura móviles y estacionarias. Para 1935 la sep había publicado, de Blanca Lydia Trejo, ya prolífica autora y editora de cuentos para niños, El ratón Panchito, roe libros, con ilustraciones de Julio Prieto y que se convertiría en uno de los precedentes de la Biblioteca de Chapulín.
Para seguir ampliando el panorama editorial más allá de la sep, en 1939 aparece, de la Imprenta de Rafael Vázquez, Cenicitas, de María Dolores A. Ibáñez, y en ese mismo año, de la Editorial Letras de México, Juan Pirulero de Ermilo Abreu Gómez, de quien también Ediciones Canek y Producción editorial Dante publican Canek en 1940, obra de enorme éxito que publicaría también en 1944 la editorial La Verónika; en 1959, Ediciones Botas; en 1967, la Antigua Librería Robredo y en 1971 Oasis. Además de las varias y numerosas subsecuentes ediciones, la publicación de Canek nos habla de la existencia de diversas casas editoriales y es uno de los primeros ejemplos de la consolidación autoral, porque a través suyo podemos ver cómo la misma obra de un autor avanza y se reproduce en el tiempo a través de las distintas ediciones, cosa que antes no sucedía. De este mismo autor, Pablo y Henrique González Casanova Editores editarían, en 1944, los Tres nuevos cuentos de Juan Pirulero.
Nuevos rumbos, nuevas publicaciones
Alrededor de los años cuarenta el mundo de los libros y los lectores se había modificado sustancialmente porque comenzó una demanda y producción sumada a un impulso en la creación, que se diferenciaría mucho de todas las publicaciones anteriores.
Para 1939 Antoniorrobles (Antonio Joaquín Robles Soler), intelectual español asentado en México que se dedicaría con pasión a la escritura para niños, comienza la publicación de sus Aleluyas de Rompetacones, 100 Cuentos y una Novela, con ilustraciones de Peinador, en varios números editados en Estrella, Editorial para la Juventud. Esta última fue una editorial española activa para niños que publicó en España muchos otros textos, tanto de Antoniorrobles como de otros autores, y que imprimió las Aleluyas en los Talleres Gráficos de la Nación para su distribución nacional. Estos libros serían reeditados más adelante por la sep, en 1962 y 1964, en cuatro tomos titulados Rompetacones y 100 cuentos más (medidos por Antoniorrobles) que reúnen todos los cuentos (conformados por versiones de clásicos y originales del autor), que, tal como aclara el autor en el prólogo, son “sugerencias para la imaginación, no para que aprendan”. Y marca así la intención que siempre tuvo de desmarcarse del terreno estrictamente pedagógico.
Imagen 5. Antoniorrobles, Niños que en un aeroplano cambian bichos con la mano, Editorial Estrella (Aleluyas de Rompetacones, 6). Fotografía de la autora.
Mitad del siglo: miradas a la literatura oral y escrita mexicana
Otro cambio de visión es plausible en las publicaciones de este periodo, el cual fue definitivo por el cuerpo coherente y claro de títulos que se concibieron. En 1943 la sep, con Jaime Torres Bodet como secretario en este primer periodo, inició la Biblioteca de Chapulín, coordinada por Miguel N. Lira (escritor y editor), con varios títulos, como La Cucarachita Mondinga y el Ratón Pérez y según la edición mexicana de Vanegas Arroyo, firmada por C. Suárez y el texto de Fernán Caballero, versión de Rosario Rubalcava, e ilustraciones de Julio Prieto, y otros inéditos. Estos libros son un paradigma: por un lado, por sus novedosos formatos de gran tamaño y la calidad de sus impresiones, que en sí mismos colocan a la lij en otro lugar, al distinguirla de publicaciones de bajos recursos; por otro, por reunir textos de escritores y cuentos junto a destacados artistas e ilustradores que diseñaron obras bellísimas para el público infantil. Se publicaron 17 títulos en total, entre otros se encuentran: El mal de ojo, de Nathaniel Hawthorne, ilustrado por José Chávez Morado; La máscara que hablaba, de Alfredo Cardona ilustrado por Jesús Escobedo; El caballero del caracol, de Carlos Marichal; Un gorrión en la guerra de las fieras, de Antoniorrobles ilustrado por Gabriel Fernández Ledesma; Los hermanos de Ranita, de Rudyard Kipling e ilustrado por Salvador Bartolozzi;[3] El caballito jorobadito, transcrito al español e ilustrado por Angelina Beloff, un cuento ruso de Yerchoff –así lo escribió Beloff, pero en realidad se trata de una versión del poema de Pyotr Pavlovich Yershov, también hecho animación, y consignado en otras ediciones como P. Ershov. La versión la hizo con Germán Cueto, con quien Beloff también trabajó para el teatro guiñol. Ella, además, tradujo numerosas obras de la literatura rusa que respondieron también al proyecto de educación socialista (que, unos treinta años más tarde inundaría el país con los libros rusos de la Editorial Raduga).
Imagen 6. Nathaniel Hawthorne, El mal de ojo, México, Ediciones de la Secretaría de Educación Pública. Fotografía de la autora.
Para 1944 la sep publicó el Teatro de Chapulín. Juguetes radiofónicos para niños, también de Antoniorrobles; el Álbum de animales mexicanos, de Gabriel Fernández Ledesma y La estrella fantástica, de Magda Donato. Asimismo, como publicación periódica, aparece Revista Chapulín. También surge La revista del niño mexicano, entre 1942 y 1947, la cual tuvo 15 números que incluían narraciones. Para 1951 la sep publicó los Cuentos de rancho de Pascuala Corona, quien ya había hecho una primera edición de autor de sus Cuentos mexicanos en 1945 con la Antigua Librería Robredo. Los cuentos de Pascuala fueron sumamente originales y destacaron porque recuperaron una muestra de una cierta identidad mexicana, pues recopiló los cuentos populares que le contaba su nana indígena. Estos incluían un imaginario compuesto por una mezcla de relatos prehispánicos y del medioevo europeo pero que –alejados absolutamente de la intención didáctica– buscaban recrear narrativas orales y sus particulares invenciones.
Imagen 7. Pascuala Corona, Cuentos para niños, México, Antigua Librería Robredo de José Porrúa e hijos. Fotografía de la autora.
En 1946, la Editorial La Estampa Mexicana publicó El sombrerón de Bernardo Ortiz de Montellano con grabados de Alfredo Zalce; de las prensas de la Imprenta Universitaria aparecen en 1946, de Pablo González Casanova, los Cuentos Indígenas, una recopilación de cuentos en náhuatl, producto de sus investigaciones en la materia. De éste último hay que aclarar que se trata del primer y único título de lo que se llamó la Biblioteca de Filología y Lingüística Indígenas (y que aparecerían posteriormente en diversas selecciones y antologías). En 1954 la Editorial Bajo el Signo del Áncora publicó Las aventuras de Pipiolo en el bosque de Chapultepec escrita por Santos Caballero con un prólogo de Manuel Toussaint, la cual significativamente es una novela para niños. Y en 1955 Editorial Jus dio a conocer los cuentos de María del Carmen Ortega titulados La casa encantada y Flor de lis; poco después, en 1959, aparecieron los Cuentos para contar al fuego de Ermilo Abreu Gómez, editados por Costa-Amic Editores, donde también aparecería el nuevo Nuevo cuento de Cuentos (con teatrito). Por último, en 1951 El Colegio de México editó Lírica infantil de México de Vicente T. Mendoza, una obra referencial que consiste en una investigación y selección de cantinelas de niños, que con el tiempo se volvió una lectura para niños.
Es claro que para los años cincuenta la industria editorial se empezaba a delinear con mucha mayor actividad y claridad. Además de las ediciones gubernamentales, editoriales afianzadas publicaban algunos títulos para niños, aunque la mayoría aún lo hacían de forma aislada. Aquel es el caso de Patria, editorial fundada varios años atrás (en 1933) que se especializó en libros de texto, donde predominó el material didáctico pero con un repertorio infantil, que mucho más adelante se materializó en sus colecciones Piñata, Columpio y Botella al Mar. Patria reeditaría para 1955 las señar para leer y escribir de Enrique Rébsamen, las cuales alcanzaron un tiraje de hasta 30 mil ejemplares. Igualmente en esa época, Fernández Editores comenzó –de la misma manera– sus actividades enfocada principalmente en materiales educativos.
Otras colecciones comenzaron a aparecer, como la Colección Tehutli (1955) (con cuentos de Pascuala Corona por ejemplo), que pertenecía a la Unidad Mexicana de Escritores. En 1959 de la Editorial Cumbre nació Mi libro encantado, la colección de Rafael Santos Torroella, que reunió en 12 volúmenes canciones de cuna, poemas, composiciones y relatos de diversos autores y países como: Miguel N. Lira, Juan de Dios Peza, Amado Nervo, José Rosas Moreno, María Enriqueta y Jaime Torres Bodet. Otros sellos activos por estas fechas fueron: Herrero (1968), Editores Mexicanos Unidos (1974), la Imprenta Aldina (1975) y Mundo Latino (1976).
Los libros de texto gratuitos y las travesías de un incipiente continente
En 1958 se formuló el Plan de Once Años cuando Torres Bodet tuvo su segundo periodo como secretario de la sep. La política educativa estaba orientada a extender la cobertura de la enseñanza primaria y mejorar su calidad como respuesta al crecimiento industrial y económico. Dentro de este contexto se instituyó la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, en 1959. Para crear los primeros libros de texto gratuitos se lanzó una convocatoria abierta a los escritores para que los redactaran, y su evaluación estuvo a cargo de: Agustín Yáñez, Alfonso Caso, José Gorostiza, Arturo Arnaiz y Freg, Alfonso Teja Zabre, Ignacio Chávez y Alfonso Reyes. Hay que decir que en su momento fue un gran escándalo el hecho de que se volvieran gratuitos y que los realizara la propia sep, pues hasta entonces las editoriales privadas eran quienes se dedicaban a ello. Además este suceso provocó otro revuelo, porque algunos nacionales criticaron a aquellos que creaban libros sin haber nacido en suelo mexicano.
Fuera de la sep, México vivió una gran consolidación y surgimiento de importantes editoriales en los años setenta, pero apenas se dedicaban a la lij, exceptuando algunas publicaciones de teatro escolar. Hacia 1970 la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos había editado y distribuido cerca de 300 millones de libros y cuadernos de trabajo. Junto a la nueva publicación de libros de texto se reafirmaron los Cuadernos de Lectura Popular con textos cortos de novela, poesía, cuento y teatro. En 1976 Porfirio Muñoz Ledo, secretario de Educación Pública, comenzó a hablar del fomento a la lectura.
Diálogos interdisciplinarios, coediciones y ferias
Hacia finales de los setenta se creó un parteaguas para los tiempos venideros: la Enciclopedia Infantil Colibrí (1979), concebida y coordinada por Mariana Yampolsky. Acompañada de distintos y destacados equipos coordinadores por volumen, buscaba “estimular el gusto por la lectura en los niños y los jóvenes”.[3] Además fue escrita por investigadores, escritores y maestros, especialistas en distintos campos del conocimiento, con imágenes de reconocidos e incipientes ilustradores gráficos y artistas. Se dividía en cuatro áreas: Ciencias sociales (episodios fundamentales de la historia mexicana), Ciencia y técnica (el mundo de la naturaleza y de los grandes inventos), Recreación (juegos y entretenimientos creativos) y Literatura (cuentos, leyendas, narraciones, fábulas y poesías inéditas). Se publicaron dos versiones: una colección empastada de diez tomos y fascículos semanales que se vendían en los puestos de periódicos. La dinámica de publicación, su concepción y lo multidisciplinario de su propuesta, la confluencia de saberes y cosmovisiones que supuso, así como la nueva estrategia de venta que para ella se planteó, fueron realmente novedosos. Creadores, escritores e ilustradores, para el área de literatura, fueron reunidos en ella. Ahí aparecería por primera vez, por ejemplo, el Cuento del conejo y el coyote, una adaptación de la literatura oral indígena de Gloria de la Cruz y Víctor de la Cruz ilustrada por Francisco Toledo o los Cuentos de brujos, i. Cuentos chinantecos, con adaptaciones de Elisa Ramírez e ilustraciones de Maximinio Javier; textos de Mariainés Mederos, Macario Matus, Magolo Cárdenas, Elena Climent, Eraclio Zepeda; o las ilustraciones de Felipe Dávalos, personaje central en la historia de la lij, o del uruguayo Anhelo Hernández, entre otros. La visión editorial que tuvo esta colección fue significativa, pues transformó el ámbito de producción de la lij en muchos sentidos: abrió la posibilidad a otros tipo de propuestas lectoras, recuperó la tradición oral indígena del país, fomentó la redacción de textos con más libres aproximaciones a la infancia e incentivó la ilustración para niños y jóvenes.
Imagen 8. Enciclopedia Infantil Colibrí, Mariana Yampolsky (coord.), México, Secretaría de Educación Pública/ Salvat. Fotografía de la autora.
La Enciclopedia era publicada en coedición con Salvat por la propia sep, que por aquél entonces dirigía Rafael Solana, quien reunió importantes especialistas e investigadores para renovar el proyecto educativo, dentro de la Dirección General de Publicaciones y Bibliotecas. Este mismo modelo de coediciones fue usado por la sep durante las siguientes dos décadas e implicó un antecedente de la relación de la institución pública con las editoriales, y es justo en sus coeditores donde podemos ver las casas que tenían plena actividad editorial y proyectos concretos, por aquel entonces. La experiencia se realizó con dos variantes: a la sep se le ocurría un proyecto de largo aliento y lo solicitaba a una editorial para que lo desarrollara y lo coeditara, o bien sólo se le solicitaba directamente a la editorial.
Así, en el mismo formato de coedición, se llevaron a cabo otros proyectos editoriales para niños, como la Colección Feria, coeditada en 1982 con Océano (donde aparecería por ejemplo El traje del rey, de Mireya Cueto); la colección Letra y color, coeditada en 1984 con Ediciones El Ermitaño (fundada en ese mismo año), que consistía en libros iluminables para niños de artistas como Rafael López Castro, Vicente Rojo y José Luis Cuevas, entre otros. Esta editorial también publicaría la serie de literatura para niños “Cuentos del Ermitaño”. Otras coediciones, entre 1984-1985, fueron la colección De la caricatura al cuento, con Edilin, editora de libros infantiles, con títulos realizados por caricaturistas como La abeja haragana, de Horacio Quiroga con ilustraciones de Naranjo; Matías y el pastel de fresas, de Palomo; Forzudos contra mañosos, de Dzib, y las Aventuras extravagantes del infante Patatús, de Helio Flores. Edilin publicaría otras obras de literatura para niños, como Los parches inquietos de Elena Dreser. Por otra parte, la sep coedita con cidcli (Centro de Información y Desarrollo de la Comunicación y la Literatura Infantil) Reloj de cuentos, con obras de Inés Arredondo, Berta Hiriart, Emilio Carballido y Hugo Hiriart, entre otros.
Imagen 9. Horacio Quiroga, La abeja haragana, Naranjo (ilus.), México, Edilin/ Secretaría de Educación Pública. Fotografía de la autora.
Ahora un conjunto mucho más nutrido y variado conformaba el horizonte que haría posible que, durante la etapa de la estabilización económica, se desarrollara una intensa transformación de la producción editorial para niños y jóvenes. Ésta comenzó a mediados de los setenta, y a la cual contribuyeron otros factores fundamentales, en orden cronológico: primero, la creación, en 1977, del Premio Nacional de Cuento para Niños Juan de la Cabada, en honor a dicho autor, promovido por el Instituto Nacional de Bellas Artes y el Gobierno de Campeche, premio que estimuló la creación y proveyó de referentes a las incipientes editoriales que a su vez buscaban autores para abrir el naciente mercado; segundo, el interés que desde la academia comenzó a ponerse tanto a los libros dirigidos a la infancia como a la construcción de lectores (una muestra de ellos es el Segundo Congreso de la Literatura Infantil en Español, en 1979, llevado a cabo en México), lo cual puso a circular nuevas ideas de lo que era la literatura para niños y jóvenes, del lugar en que estaba a nivel internacional y lo que en otros países se estaba haciendo; tercero, la creación, en 1979, de la sección mexicana del ibby internacional (International Board on Books for Young People), fundado en 1953 en Zurich, y que en nuestro país se llamó Asociación para Leer, Escuchar, Escribir y Recrear, A.C., renombrada en el 2008 como ibby México/ A leer y que capitaneó Pilar Gómez y Carmen Esteva (la primera había creado en los años setenta una de las primeras librerías para niños) junto con Norma Torres y Carlos Pellicer López.
Es por iniciativa de ibby que se realiza, y este fue otro factor esencial, la primera Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil en 1981; un esfuerzo que Carmen García Moreno, desde la entonces Dirección de Bibliotecas, también coordinó para lograr hacer de este evento el que sería uno de los movimientos de más impacto en el sector por varios motivos. Porque visibilizó los primeros esfuerzos editoriales, que casi se contaban con los dedos de las manos, porque trajo a ilustradores y autores internacionales e invitó a los nacionales a dialogar con ellos, y porque puso en la mirada pública la oferta y las enormes posibilidades del mundo de los libros para niños y jóvenes como un espacio de recreación. La evolución y alcances de esta feria (historia consignada en Crecer con la filij)[4], con sus variaciones y actividades, ha sido desde entonces un eje central para las publicaciones de la lij en México.
ibby también organizó, de 1981 a 1990, el Premio Antoniorrobles de Literatura Infantil, en honor al autor (quien por cierto, además de sus publicaciones, impartió en México la Cátedra de Literatura Infantil para maestros normalistas), y que contribuiría hondamente al fomento a la creación también de escritores de literatura para niños y jóvenes y sería asimismo un referente de las editoriales que se darían a la tarea de publicar autores ganadores de este concurso. Es en estos años que se consolida la literatura para niños y jóvenes. Y tiene razón Mario Rey, en su esencial Historia y muestra de la literatura infantil mexicana, cuando dice que es a partir de la primera filij cuando se genera una búsqueda literaria en la cual “los escritores trascienden los esquemas tradicionales y se buscan nuevos temas y estructuras”.[5]
Espacios editoriales para la literatura para niños y jóvenes
Entre mediados de los años setenta y finales de los ochenta se publicaron –primero de forma aislada y después con mayor consistencia– diversos títulos para niños de un considerable número de autores por algunas de las editoriales más notables de ese momento. No obstante, hay que aclarar que no todas las editoriales se dedicaron exclusivamente a un público infantil, ni encarnaron un proyecto de edición específico. A continuación, se presentan sólo algunas de las obras que se publicaron en ese periodo, para ofrecer un somero referente sobre el tipo de autores que daban a conocer y cuyo reconocimiento posterior puede apreciarse claramente hoy día.
Como un primer conjunto, habría que destacar: Lecturas infantiles, de 1975, editado por la Federación Mexicana de Editores, que incluyó, entre otros cuentos, “El Barco” de Juan José Arreola; Editorial Mundo Latino publicó, en 1976, El hotel de los gatos de Elisa Noto; Bruguera (que tuvo una importante presencia sobre todo con traducciones) lanzó, en 1979, la Colección Mamá Blanca de Sarah Batiza; los cuentos-canciones de Cri Cri (Francisco Gabilondo Soler) inundaron el panorama por estas mismas fechas; en 1979, la Compañía General de Ediciones editó los Cuentos para dormir bien, de Mari Zacarías y Avante Editorial publicó Gallito de plata de A. L. Jáuregui; en 1982, Editorial Terranova publicó varias obras de Esther Jacob; Océano sacó a la luz Jugando con Tili, de Yamilí Vaena; en 1983, la editorial Lys, desde Guadalajara, dio a conocer varios títulos de Blanca Brunal y Asuri, editorial española, y publicó en México el clásico Tajín y los siete truenos de Felipe Garrido. Sobre este prolífico escritor y editor habría que recalcar que su labor editorial fue clave en el desarrollo del panorama de edición de la lij quien, ya que –entre otras funciones que desempeñó– estuvo al frente de la Unidad de Publicaciones de la Secretaría de Educación Pública en 1997.
En el segundo conjunto de obras y editoriales, agrupadas aquí por su mayor consistencia y constancia editorial –aunque esto no quiere decir necesariamente que haya sido de numerosas publicaciones de literatura para niños y jóvenes– se encuentra, en primer lugar, Promociones Editoriales Mexicanas (Promexa) a cargo de René Solís. Esta editorial publicaba en su colección Clásicos Infantiles Ilustrados, cuentos clásicos tradicionales como Blanca Nieves y los siete enanos, El Patito Feo y Petronisella, con versiones de Felipe Garrido, o cuentos rusos como El gallo de oro, de Alexander Pushkin, Aladino y la lámpara maravillosa en versión de José Emilio Pacheco, así como algunos libros ilustrados precursores del libro álbum ilustrado, como El Tomten de Astrid Lindgren y El frijol mágico de Tony Ross, o Juan y sus zapatos, de Carlos Pellicer López, en 1982, el cual más tarde reeditaría Fondo de Cultura Económica.
Imagen 10. Astrid Lindgren, El Tomten, México, Promexa. Fotografía de la autora.
Asimismo, en 1982 Novaro publicó El tesoro de don T y Celestino y el tren, de Magolo Cárdenas y Fernández Editores sacó los cuentos de José Antonio Zambrano en su colección Fénix. Hay que señalar que la mayor parte de lo que hacía Fernández era educativo pero tuvo algunas incursiones en lo literario. En 1983, Grijalbo publicó Los zapatos de fierro escrito por Emilio Carballido. En 1984, Naroga dio a conocer las obras de Eliana Albalá y Trillas los Trabalenguas de Luz María Chapela y en 1987, de Elena Climen, Triste historia del sol. En 1985, del género de la fábula, no pueden pasarse por alto Los cuentos del tío Patotas, editados por Editorial Everest Mexicana y escritos por Eduardo Robles Boza, cuenta cuentos y promotor de lectura, ya que también distribuía, junto con su esposa, las Ediciones Ekaré en México, tal como lo recuerda Peggy Espinosa. Por su parte, Ediciones Corunda fundada en 1988 y dirigida por Silvia Molina (reconocida escritora y quien fuera, en 1987, subdirectora del cidcli) publicó, por ejemplo, a Carmen Villoro y a Aline Petterson. Las ediciones madrileñas de sm ya circulaban en México, muestra de ello fue Comilón comilón de Ana María Machado ilustrado por Gusti, publicado en 1989. También, a partir de esta época y durante las dos décadas posteriores, las ediciones del Consejo Nacional de Fomento Educativo, conafe, fueron trascendentales, pues incluyeron –además de su propia producción de títulos originales y de su función como impresores del Estado– la realización de coediciones de proyectos diversos.
Maquinaciones y sueños editoriales
Dentro de este germinal de ediciones es preciso mencionar algunos proyectos editoriales en particular que surgieron entre los setenta y ochenta, porque fueron y han sido clave para el panorama de la edición de libros para niños. Resulta importante mencionarlos por varios motivos. En primer lugar, porque surgieron como editoriales exclusivamente para niños. En segundo, porque tuvieron un proyecto específico de literatura para niños con una búsqueda, una visión y una propuesta lectora innovadora. En tercer lugar, porque estimularon la creación nacional de la literatura infantil, no sólo convocando a destacados escritores (es decir, buenos escritores) sino difundiendo la obra de nuevos y consagrados autores exclusivamente abocados a la literatura infantil. En cuarto lugar, porque empezaron a trabajar formatos de mayor tamaño, es decir, con espacios mayores para la ilustración, lo que propició una narrativa visual; y con ello otra forma de leer y explorar otros géneros, como el libro-álbum ilustrado. Y quinto, porque a partir de sus ediciones, los creadores y los lectores crecieron notablemente.
El primero de estos proyectos fue cidcli, editorial fundada y dirigida por Patricia Van Rhijn, en 1980. Van Rhijn ya había incursionado en los libros para niños, coordinando una colección de clásicos infantiles que había coeditado Fernández Editores en la Dirección de Publicaciones de la sep. Cercana a ese ámbito, decidió fundar su editorial para iniciar su propia búsqueda de excelentes autores mexicanos para circular literatura para niños, algo que prácticamente no existía. Entonces pidió a varios escritores conocidos que escribieran cuentos sencillos para niños pero de gran calidad literaria, y creó así un muy original primer catálogo con cuentos de plumas como las de Margo Glantz, Ulalume González de León, con ilustraciones de Carlos Pellicer López (en coedición con Editorial Penélope), José de la Colina, Álvaro Mutis, Octavio Paz, Jaime Sabines y Hugo Hiriart, entre otros. Sus primeros títulos los coeditó con el fonapas (Fondo Nacional para las Actividades Sociales), que dirigía Alfredo Elías Ayub y cuya presidenta era Carmen Romano de López Portillo. Justo por esa época también colaboró con Carmen García Moreno, que estaba al frente de la Dirección de Bibliotecas y que fue quien organizó la primera filij. En esa primera etapa eran pocos los escritores, cuenta Van Rhijn, y pocos los ilustradores. De hecho, aunque intentó trabajar con varios artistas plásticos (de los cuales llegó a publicar a algunos como Arnaldo Cohen) trabajó en sus inicios sobre todo con ilustradores extranjeros (alemanes, italianos y japoneses).
Con el pretexto de la celebración de los 400 años del encuentro entre América y España, en 1988, comenzó a publicar escritores latinoamericanos y españoles: Bryce Echenique, Álvaro Mutis, Senel Paz en la colección EnCuento. Más adelante comenzó a publicar poesía, género que muy pocos, si no es que nadie, publicaba por ese entonces. Posteriormente comenzó a publicar obras de nuevos autores e ilustradores, y se consolidó como un referente para las publicaciones de literatura para niños y jóvenes de largo aliento, pues cidcli ha crecido y permanecido a lo largo de los 38 años y cuenta con un extenso catálogo.
Imagen 11. Ulalume González de León, Las tres manzanas de naranja, Carlos Pellicer López (ilus.), México, cidcli/ Pénelope. Fotografía de la autora.
Un par de años después, en 1982, se fundó Amaquemecan, una empresa paramunicipal del Estado de México, conformada por una pequeña editorial que contribuyó y ostentó varias de las publicaciones dentro de este panorama. Fue fundada por Liliana Santirso, quien reunió a un grupo de escritores e ilustradores que se habían conocido y reconocido en la filij y que se dieron a la tarea de publicar ediciones. Ellos buscaban la manera de motivar a los niños a leer, en un contexto en que, consideraban, no había libros para niños hechos por editoriales mexicanas de autores e ilustradores mexicanos. Por esa razón comenzaron a publicar libros que buscaban rescatar la tradición oral, la lírica popular, las leyendas y los mitos nacionales. Entre estos escritores se encuentran: Felipe Dávalos, Margarita Robleda, Antonio Granados, Martha Sastrías de Porcel (cuyo libro, por ejemplo, Periquito verde esmeralda, ilustrado por Rafael Barajas “El Fisgón” pasó a ser parte de la colección Para decir, contar, cantar de la sep), Isabel Suárez de la Prida, Tere Remolina, Becky Rubistein y el primer libro del prolífico Gilberto Rendón. La mayoría de ellos después formaron el grupo cuica, Cultura Infantil como Alternativa.
Dentro de las diversas publicaciones de la editorial, resaltó en su momento la colección Barril sin fondo, que le propusieron en 1990 a conaculta, por entonces dirigida por Eugenia Meyer. Ésta fue una serie de libro-álbum de veinte títulos, diez nacionales y diez extranjeros (que incluye títulos como Tili y el muro, de Leo Lionni, Tuii el Murciélago, de Gilberto Rendón Ortiz y Trino Camacho, El misterio del tiempo robado, de Sarah Corona y Martha Avilés). Y también fue una de las primeras aproximaciones al concepto de libro-álbum ilustrado. Así fue como esta editorial otorgó un nuevo espacio a autores nacionales y latinoamericanos y a pesar de haber sufrido divisiones y transformaciones –primero sería conocida como Amaquemecan A. C., luego como Celta Amaquemecan y en el 2009, cuando quedó a cargo de Juan José Salazar Embarcadero sólo como Amaquemecan– continúa publicando en la actualidad.
En 1986 se creó el puntal programa “Rincones de lectura” en las escuelas. Este permitió a los niños contar con espacios bibliotecarios en su salón de clases, y que constituyó otro de los grandes parteaguas del siglo. El programa fue dirigido y concebido por Marta Acevedo, quien lo impulsó desde el Departamento de Literatura Infantil de la Subsecretaría de Cultura. El proyecto fue nodal para el entonces inquieto panorama editorial de lij por varias razones. Además de que buscaba dotar de libros a las escuelas mediante la colección de Libros del Rincón, y con ello llegar a un desatendido público escolar, produjo un conjunto de libros especialmente dedicados a los niños a partir de una cuidadosa selección de algunos ya existentes, pero sobre todo se crearon nuevos libros para ello.
Se publicaron paquetes de libros que se vendían a los estados; el primero fue de 20 títulos. Tres años después de iniciado el programa, cuando se creó conaculta en sustitución de la Subsecretaría de Cultura de la sep, se decidió que el programa continuara y quedara a cargo de la sep, a través de la Subsecretaría de Planeación, y en ella la Unidad de Publicaciones Educativas.
Imagen 12. La Cucarachita Mondinga y el ratón Pérez, México, Secretaría de Educación Pública (Libros del Rincón). Fotografía de la autora.
Libros del Rincón se movió editorialmente en cuatro frentes: a) publicando textos editados antiguamente por la propia sep, como la La Cucarachita Mondinga y el ratón Pérez o Matías y el pastel de fresas; b) comprando títulos a algunas nuevas y recientes editoriales de libros para niños; c) solicitando directamente a autores e ilustradores obras que la propia Acevedo inventó para los niños lectores; y d) publicando en coedición como ya lo hacía, sólo que ahora suministraba contenidos específicos a las editoriales para que desarrollaran los proyectos, lo cual funcionaba también como incentivo económico para éstas. Se coeditaron entonces libros con un amplio conjunto de editoriales ya existentes, como Editorial cidcli (literatura), Petra Ediciones (libros de arte), Ediciones Tecolote (historia de México), Editorial Noriega-Trillas, Sistemas Técnicos de Edición, Ekaré de Venezuela, Melhoramientos de Brasil, Limusa, Amaquemecan, Centro Editor de América Latina o Altea Alfaguara.
La selección de las editoriales con las que coeditaban no sólo nos habla de quienes estaban publicando libros en México, sino también del panorama de autores latinoamericanos, muchos de los cuales fueron seleccionados en Libros del Rincón. Esto implicó una primera apertura a las creaciones de otras geografías que influyeron y cambiaron gradualmente la mirada editorial nacional, porque contaban con el referente de los creadores que escribieron para niños y que en ese campo encontraron un territorio de expresión.
Imagen 13. Francisco Hinojosa, Cuando los ratones se daban la gran vida, Pablo Rulfo (ilus.), México, Secretaría de Educación Publica (Libros del Rincón). Fotografía de la autora.
La producción de Libros del Rincón no sólo fue un proyecto que verdaderamente llegó a numerosas escuelas y transfiguró los universos lectores de los niños, sino que fue acompañado de programas de formación y capacitación para maestros. Además, consolidó la figura de los promotores de la lectura (gente como Gerardo Ciriani y Carola Díez) y trabajó con materiales distintos para escuelas rurales, urbanas o bilingües. Estuvo acompañado por carteles de difusión y promoción lectora aunados a la nueva Biblioteca del Maestro, con lo cual se planteaba un nuevo universo de la palabra que daba primacía a lo literario pero que otorgaba herramientas para entenderlo y mediarlo, por una parte, y por otra, reunió y trazó el nuevo panorama de literatura infantil en México: el existente y el naciente.
Para dar cuenta sobre la innovación de los Libros del Rincón, a continuación se muestran algunos ejemplos. Los Libros del Rincón se dividieron en ese momento en colecciones que se aproximaban a una clasificación lectora muy original: Chipichipi estaba dedicada al momento en que los niños empiezan a escuchar y entender historias; la colección Cascada eran los materiales interesantes para quienes ya leen; Espiral comprendía los libros para acercar a los niños mayores a otros mundos y experiencias; y Para leer en voz alta recuperaba narrativas orales (ahí se publicaron los cuentos de Pascuala Corona). Asimismo, realizó proyectos como Érase una ciudad, el mapa de la ciudad de México de 1510 a 1985, coordinado por la propia Marta Acevedo, escrito por Hortensia Moreno, editado por Silvia Alatorre e Ivonne Mijares e ilustrado por Pedro Bayona (1986).
Otro ejemplo es la edición de los nuevos clásicos de la literatura infantil y juvenil del siglo xx, cuyos derechos compraba en las ferias internacionales del libro, por lo que publicaron a autores como Christine Nostlinger, Gianni Rodari o Roald Dahl u obras como Cuando los ratones se daban la gran vida, uno de los primeros cuentos de Pancho Hinojosa, o los cuentos de Alfonso Morales y de Marta Romo escritos a partir de fotografías de niños en la Revolución mexicana. Es el mismo caso del cuento Joaquín y Maclovia se quieren casar, escrito a partir de correspondencias entre niños también de la época de la Revolución encontradas en el Archivo General de la Nación, entre muchos otros, sólo por mencionar algunos de los 501 libros en total realizados en esa época y sobre todo para dar una idea de los materiales que se editaban. A partir de ese momento los libros comenzaron a ser gratuitos para todas las escuelas. Acevedo lo dirigió hasta 1997.
Imagen 14. Roald Dahl, Cuentos en verso para niños perversos, Quentin Blake (ilus.), México, Alfaguara. Fotografía de la autora.
En 1989 se creó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes –en sustitución de la Subsecretaría de Asuntos Culturales, antes dependiente de la sep– el cual funcionó como organismo descentralizado de la sep. Dentro de él se creó asimismo la Dirección General de Publicaciones, que sustituyó a la Dirección de Publicaciones y Bibliotecas, que publicaba y coeditaba con editoriales privadas desde entonces hasta su desaparición en 2017. Además rescató colecciones antes publicadas por la sep como la Biblioteca de Chapulín, que reimprimió en formatos rústicos en 1990, y tuvo una amplia e importante actividad en el área de la literatura infantil y juvenil desde entonces, tanto en el terreno de las publicaciones en coedición como en las propias y en otros campos aledaños.
En consecuencia de aquel programa y aparte de él, en el transcurso de esa última década, el panorama de ediciones independientes de lij se fue incrementando notablemente. Esos últimos catorce años del siglo concentran un tercer conjunto de editoriales que surgieron y prosperaron. Algunas perduraron mucho tiempo, además de que estaban dedicadas específicamente para niños y jóvenes, cuyas apuestas diversificaron y aumentaron el catálogo de autores de la lij. Además, en el mundo –como explica Marc Soriano en La literatura para Niños y Jóvenes, Guía de exploración de sus grandes temas– este panorama se había transformado extremadamente: en primer lugar, por el tipo de autores e ilustradores que estaban produciendo nuevos materiales influidos por el psicoanálisis y por las nuevas identificaciones y concepciones de la infancia (porque los libros han ido cambiando no sólo según los niños cambian, sino según se les piensa); en segundo, por las separaciones conceptuales y comerciales entre las etapas de la propia infancia (bebés, primeros lectores, lectores avanzados); y, en tercer lugar, por la apertura del papel de la ilustración, la cual ya no sólo era vista como “representativa”, “explicativa” u ornamental de los textos, sino como un arte con posibilidades de discursos narrativos en sí mismo.
Además, en 1989 se inició el proyecto A la orilla del viento, la colección de la entonces subgerencia de Obras para Niños y Jóvenes del Fondo de Cultura Económica, la gran casa editorial fundada en 1934 (con toda una historia y visión capitulares para el país), y que, en 1997, dado el crecimiento de sus propias colecciones y del mercado, pasaría a ser gerencia. Este proyecto, concebido y dirigido por Daniel Goldin, ha sido otro de los grandes y definitivos puntales en la edición y construcción de la lij en México. Con la idea de plantear una nueva perspectiva sobre la lij y ampliar espacios lectores, sopesando las reflexiones teóricas del momento sobre la introducción a la cultura escrita, Goldin se dio a la tarea de conformar un catálogo editorial y un ciclo completo a partir de una propuesta integral que respondiera a una forma diferente de entender al niño y a la familia. Es decir, comprender a estos por razones extraliterarias y extraeducativas, o como lo explica en sus propias palabras: con una presencia global.
Cuatro líneas fundamentales definieron esta colección: la apertura a las producciones internacionales del libro para niños y jóvenes; el diseño de una política de precios desde el Estado mexicano de competencia económica con márgenes de utilidad y con una retribución del valor económico con una función social; el programa de formación lectora que reunió la preocupación por sus lectores y sus apropiaciones con estrategias de difusión y alcance a comunidades con poco acceso a ese tipo de publicaciones; y, finalmente, los espacios de análisis e investigación (mediante seminarios) y la colección Lecturas sobre lecturas.
El primer libro apareció en diciembre de 1990. Inauguró una colección que se atrevió a mirar la revolución de las letras y la ilustración, que ya existía en el mundo, para poner a circular lo que hoy día son las grandes obras de la literatura infantil y juvenil “alejándose de una voluntad nacionalista”.[6] Pero no por ello se dejaron de publicar autores del país, desapegándose de imaginarios y colonizaciones preconstruidos. Trazaron una clasificación lectora completamente innovadora que decidió pensar en las capacidades lectoras, incluyendo obras de sofisticación estética con temáticas arriesgadas que expandían las posibilidades de lo literario, reconociendo a los autores que las estaban construyendo.
A la orilla del viento estaba dividida principalmente para diversas etapas lectoras, sin embargo hay que destacar Los especiales de A la orilla del viento, colección que dio espacio y se convertiría en guía del nuevo género, el libro-álbum ilustrado, el picture book, que había iniciado años antes en otras partes del mundo. En palabras de Goldin: “El editor es quien vincula al autor y al ilustrador en un terreno propio de la lij; el álbum es un género editorial cuya materialización sólo se realiza en el libro”.[7] De hecho, Libros para Niños del fce lanzó el Concurso de Álbum Ilustrado A la orilla del viento, con el cual difundió a nuevos e importantes autores e impulsó la creación del álbum, aún bastante desconocido.
Imagen 15. Francisco Hinojosa, La peor señora del mundo, Francisco Barajas (ilus.), México, Fondo de Cultura Económica (A la orilla del viento). Fotografía de la autora.
A la orilla del viento fue además un laboratorio donde se gestaron obras y propuestas, donde la posibilidad de la edición como un diálogo de creación entre autores e ilustradores resultaba en una práctica editorial más amplia y distinta: no sólo publicar, sino editar e intervenir. La primera directora de arte de la colección fue Rebeca Cerda, también esencial en la conformación de la colección. Y luego Mauricio Gómez Morin, quien durante muchos años consolidaría una labor gráfica determinante en la colección y quien formaría a numerosos ilustradores mexicanos, Ernestina Loyo en la edición y producción, Eva Jánovitz en la formación de lectores, Maia Fernández Miret, Joaquín Sierra, Cristina Álvarez, Andrea Fuentes y Juana Inés Dehesa, entre otros. Fundamentales para el panorama literario y del libro ilustrado serían títulos como La peor señora del mundo, de Francisco Hinojosa; autores como Anthony Browne, Chris Van Allsburg, Ian Flaconer, Taro Gomi, Satoshi Kitamura o Roberto Inoccenti; o los libros de Isol, Javier Sáez Castán, Alicia Molina y Juan Villoro; ilustradores como El Fisgón, Joel Rendón, Juan Gedovius, Manuel Monroy, que fueron publicados en esas primeras etapas.
El panorama de la lij se amplió durante la década de los noventa. Petra Ediciones se fundó en 1990 gracias a María Esperanza Espinosa Barragán, Peggy, su directora, quien había trabajado en Imprenta Madero, con Guadalupe Zamarrón en la revista Chispa y después colaboró con Marta Acevedo en Libros del Rincón, primero haciendo diseño y después diseñando contenidos. Ella visualizó un paisaje personal de libros más enfocados en una exploración de lo visual, gracias a sus distintas experiencias y encuentros con creadores. Por ello comenzó una experimentación que se delineó con los años, pero que apostaba, sobre todo, por obras trabajadas con artistas nacionales para poner en escena lecturas para niños haciendo énfasis en el arte o la fotografía. Desde su natal Guadalajara, concertó un catálogo diverso y arriesgado, que se definió con más claridad entre 1994 y el 1997, cuando publicó: la Lotería fotográfica mexicana, de Jill Hartley, en coedición con conaculta (cuando Alfonso María y Campos era director de publicaciones); la aproximación al Guardagujas de Juan José Arreola; la serie de Sombras de Gerhild Zwimpfer; los Animales en el agua, de Manuel Marín. En otras palabras, fueron libros –quizá indescriptibles y únicos– que permitirían ahondar en cada uno de sus discursos estéticos para hablarle desde ahí a los niños lectores.
Imagen 16. Manuel Marín, Los animales del Bosco, México, Petra Ediciones. Fotografía de la autora.
Además, otras varias e importantes editoriales internacionales comenzaron y consolidaron su labor de publicaciones en nuestro país alrededor de esos años. Su presencia fue trascendental porque contribuyeron decisivamente a la ampliación de un panorama editorial que hoy no podría entenderse sin su presencia, sobre todo por publicar autores internacionales y sumar a los nacionales.
Por ejemplo, Alfaguara Infantil –nacida en España en 1977 y ahora llamada Lo que leo– que se instaló en México para publicar a partir de los años noventa y puso a circular a autores extranjeros esenciales, especialmente europeos y argentinos, como: Maurice Sendak (Donde viven los monstruos se publica en España en el 77), Roald Dahl o Michael Ende, cuya influencia en la escritura nacional sería definitiva.
Asimismo, la ya mencionada sm que había iniciado sus colecciones de literatura infantil también en los años setenta en España, llegó a México de igual manera en los años noventa no sólo para traer importantes autores internacionales sino para publicar y proyectar también autores nacionales, como Mónica Beltrán Brozón. Además los premios de esta editorial dirigidos a escritores nacionales de obras para niños y jóvenes como El Barco de Vapor y Gran Angular, lanzados en 1996 junto con conaculta, dieron un impulso definitivo a la creación nacional.
Además, en los noventa se creó Ediciones Tecolote, que había participado con proyectos para la sep y fue la primera con la meta de difundir el patrimonio cultural de México, mediante importantes libros de historia para niños. Posteriormente incursionó en otros terrenos del libro ilustrado, siempre con distinguidas propuestas estéticas y literarias. No hay que pasar por alto la editorial Sámara, que publicó en 1992 a Silvia Molina o a Bertha Hiriart; o bien, la Editorial Norma, colombiana asentada en México que lanzó en 1995 el Premio Norma de Literatura Infantil y Juvenil para América Latina, originalmente creado en alianza con Fundalectura. Por último, la Editorial Planeta, publicó libros tan importantes como por ejemplo Las tormentas del mar embotellado de Ignacio Padilla.
De las nacionales, hay que precisar también que, en el año 2000, Castillo, una editorial regiomontana que antes sólo se dedicaba a publicar libros de texto, decidió iniciar una colección para jóvenes lectores, “Castillo de lectores” con temática mexicana. Para lograrlo lanzó el Premio Castillo, que expandió la escritura y dio a conocer en su momento algunos nuevos autores importantes como Antonio Malpica.
Imagen 17. Mónica Beltrán Brozon, ¡Casi medio año!, México, SM (El Barco de Vapor). Fotografía de la autora.
Por su parte, la literatura juvenil, específicamente la que “tardó en convertirse en una necesidad” –como dice Juana Inés Dehesa en su interesante Panorama de la literatura infantil y juvenil mexicana–tuvo apariciones previas en editoriales como Joaquín Mortiz (recordemos Triptofanito), Juventud, Alianza, Grijalbo y hasta Timun Mas. No obstante, comenzó a tener un cuerpo sólido con las colecciones tanto de sm o en las coediciones de Everest Mexicana con conaculta, y en los primeros años del siglo xxi se desarrolló con mayor claridad y presencia, abriendo un nuevo espacio y lanzando nuevas preguntas en torno a los públicos lectores.
Al respecto, hay que asentar que el capítulo de las publicaciones juveniles también es muy amplio y requiere investigar todavía las enormes complejidades que implica asociar y disociar literatura infantil y juvenil, qué significa y cómo se ha ido desenvolviendo a través de los años a través del río editorial.
Imagen 18. Ana Paula Ojeda y Juan Palomino, Ladrón de fuego, México, Ediciones Tecolote. Fotografía de la autora.
El Programa Nacional de Lectura
En el 2000 se creó el Programa Nacional de Lectura, operado por la Secretaría de Educación Pública (sep) mediante la Dirección General de Materiales Educativos (dgme). Su objetivo fue “contribuir a elevar la calidad de la educación con el mejoramiento del logro educativo de los estudiantes de educación básica con acceso a Bibliotecas Escolares y de Aula, a través del fortalecimiento de las competencias comunicativas”.[8] Podría decirse que se trató del seguimiento o herencia de Libros del Rincón, cuyo lineamiento fue, entre otros, el fortalecimiento de bibliotecas y acervos bibliográficos en las escuelas de educación básica y normal y en Centros de Maestros; por lo que se creó el Programa de Bibliotecas de Aula y Escolares. Con la idea de fortalecer y formar lectores a través de los maestros en las propias escuelas, se destinó un presupuesto que ha variado año con año, a la baja en general, para la adquisición de títulos de las diversas editoriales. Éstas participan en el concurso que convocan para ello y, según el cual, se definen diferentes categorías y temáticas en las que pueden participar y someter propuestas. Los primeros títulos se produjeron en el 2002.
Este programa ha tenido implicaciones cruciales en el proceso de la edición de literatura para niños y jóvenes por muchos motivos. No obstante, es necesario analizar exhaustivamente sus consecuencias desde diversos puntos de vista. En principio, porque generó movimientos determinantes en la producción editorial; pues, al implicar compras tan significativas de materiales inyectó importantes recursos tanto a las pequeñas editoriales, que hasta entonces navegaban con dificultades en el panorama, como a los grandes complejos editoriales, ya fueran nacionales o extranjeros con oficina en el país. Aquello vivificó la producción y las dinámicas del mercado, pero también tuvo como efecto la diversificación en los contenidos y las propuestas que, para poder satisfacer las demandas del propio programa, comenzaron a crearse.
Otros muchos efectos sobrevinieron a partir del programa, por ejemplo: el surgimiento y la desaparición de editoriales nuevas cuyo único fin fue realizar libros para concursar (y habría que revisar los datos de altas de editoriales y producciones de isbn en cada periodo); la apertura a colecciones infantiles en editoriales que nunca antes habían publicado (y habrá que ver cuántas de estas propuestas buscaban sólo satisfacer la demanda y cuántas realmente consolidaron proyectos con ideas específicas); la competencia y sus implicaciones entre las capacidades de producción de los enormes complejos y las pequeñas iniciativas (es decir, la circulación y espacios en librerías, ferias escolares); y, sobre todo, una nueva y radical transformación de un panorama para los lectores, que permitió que niños y jóvenes pudieran acceder a una gran diversidad de libros nacionales e internacionales de gran calidad y con ello tener la oportunidad de conocer muy diferentes propuestas. A nivel de la creación editorial, obligó a muchos actores a replantearse la estética propia y la necesaria transformación de sus discursos.
Imagen 19. Caterina Camastra y Héctor Vega, Fiestas del agua. Sones y leyendas de Tixtla, Julio Torres Lara (ilus.), México. Fotografía de la autora.
En consecuencia de lo anterior, los inicios del siglo xxi han visto nacer nuevas editoriales y proyectos para niños de gran calidad y nuevas exploraciones de la literatura para niños más allá del Programa Nacional de Lectura, como El Naranjo, Libros para imaginar, Libros del Armadillo, Ideazapato, Oink Ediciones, entre otros. De igual manera, desde la pequeña y gran arena editorial, editoriales que existían antes han desarrollado nuevas colecciones para niños y jóvenes con una definitiva influencia en la oferta (como Océano, Scholastic, Ediciones B, Sexto Piso, Zorro Rojo, por mencionar algunas).
Éstas, sumadas a las ya consolidadas editoriales que se han sostenido y transformado desde los años ochenta y noventa, creciendo, dinamizando y transformando sus catálogos (el propio fce, cidcli, Petra, Amaquemecan, Tecolote) han desarrollado y dinamitado el territorio editorial de la literatura para niños y jóvenes. Han incorporado los nuevos discursos visuales, además han traído consigo el renacimiento, la reapropiación y la reinvención de géneros, como la novela gráfica y el propio libro-álbum y la prolífica literatura nacional que ahora se crea.
La escena editorial del nuevo siglo, en la que se produce como nunca antes en la historia, imbricada y determinada profundamente por la globalización, en profusos sentidos, todavía merece una extensa investigación y análisis.
Los comienzos y los finales del siglo no están marcados necesariamente por los años. Es evidente que los ciclos particulares de la edición de la literatura infantil y juvenil en México se marcaron, primero, por la preparación del terreno del pensamiento y las publicaciones de la primera mitad del siglo y, posteriormente, por el nuevo ámbito editorial que surgió desde finales de los setenta y principios de los noventa. El aliento de este surgimiento nos lleva hasta los primeros años del xxi, debido al desarrollo y a la continuidad de un corpus literario que se ha perfilado, con base en las dinámicas y mecanismos orquestados y generados a partir de los múltiples procesos de edición. El panorama que hemos heredado y que se vive en la actualidad, necesariamente, se encuentra en un punto de transición.
Este mapa en construcción del panorama de la edición de literatura infantil y juvenil en México revela un devenir donde la actividad y la evolución editorial no es unívoca, sino que encarna un conjunto de metamorfosis que, bajo distintas premisas, da cuenta de los numerosos actores que participaron en su construcción. De todos estos agentes todavía es necesaria una investigación más extensa, pues restan muchas precisiones por concretar, al revisar materiales de investigación que falta esclarecer. Es necesario seguir rastreando sus génesis, axiomas (o la falta de ellos), actividades, transformaciones y producciones para poder detallar cabalmente esta historia.
Este panorama es, y ha sido, un rompecabezas con piezas de diversos tamaños y formas, que en conjunto lo conforman con posiciones clave en distintos grados, no sólo por su tamaño sino por su impacto. Ese impacto, además, puede apreciarse de muchas maneras: por el tipo de público y la cantidad de personas al que llega, evidentemente; pero también por la cualidad con la que hace mella o resuena en esos público, en mayor o menor número; y, por la influencia que ejerce en la producción editorial al marcar paradigmas o senderos referentes que después otros buscan explorar, ampliar o generar con sus particulares acercamientos.
Estos senderos son formas de aproximarse al conocimiento, a los discursos de la actualidad, a las ideas, a la estética y a la forma en que las ediciones han usado con conciencia las virtudes del espacio del libro para niños y jóvenes. Por ejemplo, en ese espacio floreció el libro-álbum, ilustrado con sus enormes posibilidades y los discursos gráficos hasta hacerse una zona esencial dentro del escenario de libros ilustrados. Pues estos permiten reunir numerosos discursos que trascienden hasta lecturas complejas, y han revelado a los lectores facetas inusitadas de encuentro y sentido, aún por explorar.
Asimismo, el devenir de esos senderos refleja una transformación, sobre todo, en las ideas: ¿cuáles son las formas nuevas de pensar que proponen los diferentes libros o propuestas lectoras que encierra cada libro? Indudablemente las publicaciones con proyectos y discursos definidos sobre lij cambiaron los panoramas lectores, no sólo al dar pase abierto a la verdadera literatura para niños y jóvenes, sino al modelar ciertas concepciones. Por ejemplo, las ediciones y las editoriales han contribuido en gran medida a concebir, a lo largo del siglo, las ideas alrededor de lo que se considera como cultura; o bien, han ayudado a desmentir la falsa idea de que la cultura se adquiere o que la cultura sea percibida como una superioridad; además, se han preguntado qué son la infancia y la formación lectora.
Es evidente cómo en la segunda mitad –y más específicamente hacia finales del siglo pasado– se dieron cambios radicales que forjaron el ejercicio de la edición. Es esencial advertir las diferentes rutas que han trazado en el mapa y que son parte del mapa: quienes publican material destinado a los niños sólo recuperando clásicos o “literatura” trabajada para lograr objetivos didácticos (aprendizajes específicos, valores o temáticas sociales de relevancia); quienes crean proyectos editoriales con una visión construida y trabajada con base en ideas sobre el lenguaje y la estética; quienes se suman a las producciones a finales del siglo xx e inicios del xxi, en tanto se dan cuenta de que un nuevo mercado de consumo para ésta se consolida en términos económicos; quienes modelan y transforman con mayor o menor influencia el panorama, es decir, la práctica editorial y, por consecuencia, autoral con proyectos titánicos desde el Estado o con micro proyectos editoriales independientes; también con propuestas imaginadas, estratégicas, significativas y renovadoras o con discursos convencionales que tiene asegurado un mercado más tradicional con el que aún se lidia.
Las aproximaciones desde lo literario que ya existen nos revelan cómo la producción de cuentos, novelas y obras para niños y jóvenes han cambiado a lo largo de estos años incursionando en terrenos que encuentran eco en las editoriales que deciden apostar por ellos y cuyas voces representan a esas editoriales (porque los libros que, hay que recordarlo, se hacen entre todos).
En términos autorales, entonces, diversos cambios y posibilidades confluyen. Los autores tienen más oportunidades de publicar sus creaciones, al haber más espacios editoriales donde publicar y de acuerdo con el tipo de propuesta que tengan. O bien, descubren en modelos editoriales otras formas de aproximarse a los conocimientos que crean o investigan, a partir de los cuales formulan nuevas aproximaciones a la escritura o a la difusión de conocimientos (porque la forma es también el fondo).
En consecuencia, los autores adquieren relevancia, porque ya no sólo son trabajadores a sueldo que redactan para satisfacer las demandas de didactismo y los objetivos de las instancias educativas y de las propias editoriales. Hoy día la visibilización de los autores tiene espacios ya no sólo en la filij (que lleva ya 37 ediciones) sino en las valiosas zonas que se han abierto para ellos en otras importantes y menos importantes ferias. Además, los otros autores, los ilustradores, han adquirido cada vez más reconocimiento y, a menudo, son reconocidos como coautores de las obras que producen. De hecho, esta práctica, en una era visual, ha crecido enormemente. También ellos encuentran proyectos editoriales por los que deciden apostar y arriesgarse con sus propias y originales creaciones. Otros actores fundamentales, los diseñadores, han adquirido además de reconocimiento un papel esencial en la arena de publicaciones de lij.
Por su parte, la sofisticación del libro como objeto y la importancia que ha implicado, marca una diferencia sustancial en el desarrollo de este panorama, con efectos que pueden ser diversos: por un lado, el encarecimiento de la producción y, por lo tanto, de la oferta; pero por otro, la dignificación y el cambio en la percepción de la importancia de estos libros (es decir, los hermosos libros ilustrados para niños y jóvenes fascinantes para los adultos) porque han puesto sobre la mesa posibilidades de lectura y ha abordado cuestiones que sólo son posibles desde esos universos librescos. Estos objetos, asimismo, han empezado a cruzar el territorio de lo estrictamente infantil, y en ellos se han desarrollado propuestas que muchas veces resultan libros ilustrados para adultos: algunos, por cierto, para adultos pensando en los niños, por ejemplo, lo que podría clasificarse como un género en sí mismo.
Por supuesto, la práctica editorial y todos estos planteamientos también han cambiado la percepción y realización de lo que es la literatura infantil: para empezar, ¿qué es hoy la infancia?, ¿qué es hoy la juventud?, ¿tiene hoy mayor reconocimiento la lij?, ¿qué tanto se sigue concibiendo como un género menor?, ¿qué tanto pensamos en el público, el receptor final en tanto sujetos constructores? Y, más aún, ¿es realmente posible un cambio de mentalidad? Mientras la literatura infantil siga ligada a la educación curricular, ¿realmente cuáles son las nuevas posibilidades de la distancia entre su función didáctica y su libertad literaria?, ¿qué otras formas en ese sentido podrían explorarse?
Las rutas también nos hacen pensar en todas las contrapartes de ese desarrollo, sobre todo como reflexión de la situación actual. Por una parte, destaca la fuerte dependencia del Estado que tienen las editoriales para sobrevivir; es evidente que éste ha sido el gran editor de libros, como dice Tomás Granados, y más aún lo ha sido en el mundo de libros para niños y jóvenes, no sólo porque la supervivencia económica del sector sigue estrechamente ligada a los programas de apoyo del mismo, sino porque se sigue usando la literatura con fines educativos en términos no siempre tan afortunados, y que aún hay que problematizar; pero también porque las políticas públicas todavía moldean una idea en la sociedad sobre la necesaria gratuidad de los libros. Por otra parte, nos encontramos con la ineludible estimulación, o renovación, y ajuste que debe hacerse en las políticas del libro (de su circulación, de sus precios de venta, de las relaciones y pactos con las librerías, de las opciones de librerías, de la distribución); o bien, con la mutación de la escasa capacidad gremial del medio editorial y la posibilidad de reconocerse entre todos como actores diversos, pero esenciales en la conformación de este panorama y la carencia de sistemas formales de difusión y crítica de la literatura infantil y juvenil que, por cierto, son urgentes.
Todavía hay muchos caminos por explorar, y es buen momento para repensar el proyecto educativo de la nación: las distintas fronteras y corrientes desde las que se realiza, la nueva percepción del universo de la edición de lij con todos sus frentes, y los efectos, transformaciones y particularidades que los niños y las niñas como sujeto de este panorama encarnan hoy en día.
Acevedo Escobedo, Antonio, “El desarrollo editorial, 1910-1960”, en Entre prensas anda el juego, México, Seminario de Cultura Mexicana, 1967, pp. 109-147.
----, “El desarrollo editorial”, en México: cincuenta años de Revolución, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, pp. 415-435.
----, “50 años del libro mexicano”, en Anales de la Escuela Nacional de Artes Gráficas, México, La Escuela, 1967, pp. 103-121.
Acevedo, Marta, “Entrevista por Andrea Fuentes”, México, junio 2018.
Alanís, Judith, Gabriel Fernández Ledesma, México, Universidad Nacional Autónoma de México/ Escuela Nacional de Artes Plásticas/ Coordinación de Difusión Cultural, 1985.
Antoniorrobles, Un gorrión en la guerra de las fieras, ilustrs. de Gabriel Fernández Ledesma, México, Ediciones de la Secretaría de Educación Pública (Biblioteca de Chapulín), 1942.
----, Teatro de Chapulín, juguetes radiofónicos para niños, México, Ediciones de la Secretaría de Educación Pública, 1944.
----, Aleluyas de Rompetacones, núms. 6, 7, 8, 11 y 15, México, París, Nueva York, Estrella/ Editorial para la juventud, 1939.
Cardona Peña, Alfonso, La máscara que hablaba, ilustrs. de Jesús Escobedo, México, Ediciones de la Secretaría de Educación Pública (Biblioteca de Chapulín), 1944.
Campuzano, R. Juan, Jesusón, ilustr. de Julio Prieto, Dirección General de Publicaciones/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Biblioteca de Chapulín), México, Secretaría de Educación Pública, 1945, [2da ed. 1989].
Cerillo, Pedro C. y María Teresa Miaja coords., La literatura infantil y juvenil española en el exilio mexicano, México, El Colegio de San Luis/ Ediciones de la Universidad de Castilla, La Mancha, 2013.
Dehesa, Juana Inés, Panorama de la literatura infantil y juvenil mexicana, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Dirección General de Publicaciones/ Amaquemecan, 2014.
Darnton, Robert, “¿Qué es la historia del libro?”, en Historias, núm. 44, 2000, pp. 3-24.
----, Las razones del libro. Futuro, presente y pasado, trad. Roger García Lenberg, Madrid, Trama Editorial, 2010.
----, El negocio de la ilustración: historia editorial de la encyclopédie, 1775-1800, México, Fondo de Cultura Económica (Libros sobre libros)/ Libraria, 2006.
----, El coloquio de los lectores: ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores, México, Fondo de Cultura Económica (Lecturas sobre lecturas), 2003.
Díaz Arcinieaga, Víctor, Historia de la casa. Fondo de Cultura Económica 1934–1996, México, Fondo de Cultura Económica, 1996.
Dirección General de Publicaciones, La labor editorial de la SEP, 1921-1993, est. prel. de Eugenia Meyer y Pablo Yankelevich, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994.
Espinosa, Peggy, Entrevista inédita por Andrea Fuentes, México, junio de 2018.
Estrada, Genaro, 200 notas de bibliografía mexicana, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1935.
Fernández Serna, Gabino y Omar Vite Bonilla, La evolución del libro: breviario histórico, México, Instituto Politécnico Nacional, 1986.
Galería del Teatro Infantil, Colección de comedias para representarse por niños o títeres, registrada conforme a la Ley por la Tipografía de la Testamentaría de Antonio Vanegas Arroyo.
Garrido, Felipe, De aire cincelada, semblanza bibliográfica, Universidad Nacional Autónoma de México, 2004.
Gastelum, Bernardo J., “Razones de la publicación de este libro” en Lecturas Clásicas para Niños, ed. facs., Secretaría de Educación Pública, t. i, México, 1971.
Granados Salinas, Tomás, Libros (Historia ilustrada de México), México, Secretaría de Cultura, Dirección General de Publicaciones, 2da ed., 2017.
Goldin, Daniel, Entrevista inédita por Andrea Fuentes, México, junio de 2018.
----, “La afirmación del azar lo convierte en necesidad”, en Gaceta del Fondo de Cultura Económica, 25 años de A la orilla del viento, núm. 550, octubre de 2016, México.
González Lewis, Gustavo, “Perspectiva de la industria editorial en México” en Libros de México, núm. 15, p. 5.
Hawthorne, Nathaniel, El mal de ojo, ilustrs. de José Chávez Morado, México, Secretaría de Educación Pública (Biblioteca de Chapulín), 1943.
Kipling, Rudyard, Los hermanos de ranita, ilustrs. Salvador Bartolozzi, México, Ediciones de la Secretaría de Educación Pública (Biblioteca de Chapulín), 1943.
Lira, Miguel N., Canción para dormir a pastillita, ilustrs. de Angelina Beloff, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Dirección General de Publicaciones (Biblioteca de Chapulín), Secretaría de Educación Pública 1943, [2da ed. 1990].
Marichal, Juan, El caballero del caracol, ilustrs. de Carlos Marichal, México, Secretaría de Educación Pública (Biblioteca de Chapulín), 1946.
Montes de Oca Navas, Elvia, Lecturas para mujeres en el México de los años veinte, Sociológica (México), septiembre-diciembre 2000, (consultado el 19 de junio de 2018).
Orozco Aguirre, Aurelia, El libro infantil de México, Tesis de maestría en Bibliotecología, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 2006.
Pereda Alonso, Elena, El sector editorial en México, México, Oficina Económica y Comercial de España en México, 2004.
Pereira, Armando (coord.), Claudia Albarrán, Antonio Rosado, Angélica Tornero, colabs., Diccionario de literatura mexicana siglo XX, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Literarios, 2004.
P. Ershov, El caballito jorobadito, ilustrs. de N. Kochereguin, Moscú, Editorial Raduga, 1985.
----, El caballito jorobadito, ilustrs. de Angelina Beloff, trad. de Angelina Beloff y Germán Cueto, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Dirección General de Publicaciones/ Biblioteca de Chapulín, primera edición Secretaría de Educación Pública 1945, 2da ed. 1989.
Puchkin, Alexander, El zar saltán, ilustrs. de Angelina Beloff, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Dirección General de Publicaciones/ (Biblioteca de Chapulín), primera edición Secretaría de Educación Pública, 1945, 2da ed. 1990.
Rey, Mario, Historia y muestra de la literatura infantil mexicana, pról. de Felipe Garrido, México, SM/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Dirección General de Publicaciones, 2000.
Rodríguez Díaz, Fernando, El mundo del libro en México, México, Diana, 1992, p. 198.
Ruiz Lagier, Verónica, El Maestro Rural y la Revista de Educación: El sueño de transformar al país desde la editorial. Signos Historicos, 2013, (consultado el 19 de junio del 2018).
Salazar, Juan José, “La industria editorial y los libros en México: cambios y permanencias” en Libros de México, No. 87, febrero-abril, 2007, pp. 26-27.
----, “Entrevista por Andrea Fuentes”, México, junio 2018.
Sánchez de Tagle, María y Ávila Torres, Noemí (coords.), Libros del Rincón, Catálogo 1997, México, Secretaría de Educación Pública/ Unidad de Publicaciones Educativas, 2da ed., 1997.
Santiago, Arnulfo Uriel de, “Seis décadas de libros para niños en México”, en Libros de México, núm. 54, 1999, pp. 35-44.
Secretaría de Educación Pública, Chapulín, la revista del niño mexicano, núm. 3, Ediciones de la Secretaría de Educación Pública, México, 1942.
----, Campaña Nacional Contra el Analfabetismo, Cartilla, México, 1965.
----, Lecturas Clásicas para Niños ed. facs., ts. I y II, México, 1971.
----, Rin-Rin renacuajo: cuento sudamericano de Rafael Pombo, ilustrs de José Chávez Morado, México, 1ra ed. Secretaría de Educación Pública, (Biblioteca de Chapulín), 1942, 3da ed. Libros del Rincón, 1988.
----, La Cucarachita Mondinga y el Ratón Pérez, Vanegas Arroyo ed., firmada por C. S. Suárez y el texto de Fernán Caballero, versión de Rosario Rubalcaba, ilustrs. de Julio Prieto, México, 2da ed. Secretaría de Educación Pública, Biblioteca de Chapulín, 1943, 3era ed. Libros del Rincón, 1988.
----, Rincones de Lectura, Otro lugar desde donde leer, México, Subsecretaría de Coordinación Educativa/ Unidad de Publicaciones Educativas/ Coordinación de Medios para Niños (Proyecto Estratégico 03), 1989.
----, “Programa Nacional de Lectura”, Convenio Marco de Coordinación para el desarrollo de los programas…, Diario Oficial, Primera sección, miércoles 6 de julio de 2011.
Torre Villar, Ernesto de la, Breve historia del libro en México, 3a ed., México, Universidad Nacional Autónoma de México/ Dirección General de Publicaciones, 1999.
----, Ilustradores de libros: Guión bibliográfico, México, Universidad Nacional Autónoma de México/ Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial, 1999.
Trejo, Blanca Lydia, Lo que sucedió al nopal, México, Editorial Bolívar, 1945.
Van Rhijn, Patricia, “Entrevista por Andrea Fuentes”, México, junio 2018.
Yampolsky, Mariana, Enciclopedia Infantil Colibrí, México, Secretaría de Educación Pública/ Dirección General de Publicaciones y Bibliotecas/ Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V., 1979.
Zendejas, Josefina, Gusanito, México, Editorial Cultura, 1923.
Fernández de Zamora, Rosa María, et al., El libro y la imprenta en México: una revision de sus historias.
Martínez Moctezuma, Lucía, Los libros de texto en el tiempo, Instituto de Ciencias de la Educación/ Universidad Autónoma del Estado de Morelos.
Cultura editorial de la literatura en México / CELITMEX