2000 / 15 nov 2018 10:39
En los años que siguieron a la caída del imperio se inició una organización general de los partidos políticos, orientada hacia el progreso y el bienestar de la nación. Así fue como en junio de 1869 se fundó la Sociedad Católica, cuya finalidad principal fue defender su doctrina. Sin embargo, contribuyó con estudios literarios tanto en sus sesiones como en su órgano La Sociedad Católica.[1] Los miembros de esta agrupación pertenecieron al partido conservador mexicano y estuvieron en constante pugna con los integrantes de la Sociedad de Libres Pensadores.
En la “Crónica de la semana” que escribió Altamirano en El Renacimiento, trataba de atraer a los escritores de la Sociedad Católica diciéndoles que aceptaba todas las indicaciones críticas que hicieran en beneficio de nuestra literatura, lo cual nos hace suponer que Altamirano reconocía los méritos de estos literarios.
La Sociedad Católica, presidida por José de Jesús Cuevas en 1870, se reunía regularmente en la segunda calle de San Francisco núm. 7, en donde tuvieron lugar las lecturas dominicales, las sesiones y la repartición de juguetes, ropa y libros a los niños menesterosos que asistían al catecismo que se daba en quince iglesias, así como la distribución de premios de cinco colegios que la Sociedad Católica tuvo a su cargo.
Con el fin de tener un centro de distracción, la Sociedad Católica estableció un casino para sus socios. En él había un salón de lectura con periódicos políticos y literarios del país y del extranjero y un salón anexo que era la biblioteca de la agrupación, así como otras salas de mero esparcimiento.
La Sociedad Católica extendió sus actividades a varios estados de la república que también tuvieron su órgano de publicidad. Entre otros, citemos los periódicos: La Época, de Orizaba; La Verdad, de Oaxaca; El Católico y La Antorcha Católica, de Zacatecas; La Fe, de San Luis Potosí; La Civilización, de Guadalajara; La Unión Mexicana, de Guanajuato; La Revista de Mérida, La Caridad, La Siempreviva y El Periquito, de Yucatán; La Revista Eclesiástica, de Puebla; La Esperanza, de Colima; La Revista Universal, La Idea Católica, El Lábaro del Cristianismo y La Biblioteca Religiosa, de la capital.
El doctor Manuel Carmona y Valle sucedió en la presidencia de la Sociedad Católica al distinguido escritor José de Jesús Cuevas, y tuvo como colaboradores al licenciado Miguel Martínez, vicepresidente, y a los licenciados Francisco de P. Castro y Rafael Gómez, secretarios.
La Sociedad Católica, órgano de la asociación del mismo nombre, se publicó de 1869 a 1873, aproximadamente, en un total de nueve volúmenes. En todas sus páginas se advierte la finalidad de esta corporación: la conservación de la religión católica, la defensa de la misma en contra de sus perseguidores y la propagación de la fe. En este aspecto colaboraron poetas como: José Sebastián Segura, Rafael Gómez, Néstor Rubio Alpuche, Tirso Rafael Córdoba, José María Roa Bárcena, J. M. Bandera, José de Jesús Cuevas, Jesús González Cos, Miguel Jerónimo Martínez, Joaquín Terrazas, Manuel Pérez Salazar, Camilo Martínez de Leyva, José Antonio Calcaño, J. Pallares, Antonio Pardo y Mangino, J. F. Vergez, José E. Triay, Domingo Argumosa, Ramón Maldonado y las poetisas María Santa Cruz, Matilde Troncoso, Luisa Pérez de Zambrana y Esther Tapia de Castellanos.
A pesar del carácter religioso de la publicación, hubo también algunas contribuciones de carácter netamente literario. En este caso están las poesías de Horacio traducidas por José Sebastián Segura en La Sociedad Católica y que le ganaron, en páginas posteriores, un elogio por parte de los redactores.
Don José de Jesús Cuevas, fundador del periódico, publicó un detenido estudio de la vida y obra de sor Juana Inés de la Cruz, distribuido en partes desde 1896 a 1877. En este artículo se estudia la personalidad literaria de sor Juana en sus diferentes aspectos: lírico profano, lírico religioso y dramático. Fue realmente un acierto que Cuevas diera a conocer a esta poetisa, que por ser de la época colonial había sido olvidada. Es interesante hacer notar que de esta agrupación surge la idea de revalorar las obras literarias coloniales y de puntualizar una de las figuras preeminentes de la literatura nacional.
Publicáronse también datos biográficos de don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza tomados de un periódico español, con motivo del certamen abierto en 1871 por la Real Academia Española para biografías de personajes de los siglos xvi y xvii.
En 1872 se dio a conocer un resumen de las tareas emprendidas por la Real Academia Española en el año académico de 1870 a 1871 leído por Antonio María Segovia, en que se citan como corresponsales de México a Juan Bautista Ormachea, obispo de Tulancingo; Sebastián Lerdo de Tejada, Manuel Moreno y Jove, Casimiro del Collado, Agustín Cardoso y Fernando Ramírez.
El artículo titulado “La lengua castellana”, tomado del periódico español Diario de la Marina, fomentó la idea de conservar el idioma en toda su pureza para que los pueblos hispanoamericanos puedan poseerlo sin pretender abandonar su rica literatura por cuestiones políticas.
En cuanto a crítica literaria se refiere, la revista de la Sociedad Católica la ejerció escasamente. En su primer tomo de 1869 se dedicó a censurar las poesías que Manuel Acuña publicó en El Anáhuac, por el ateísmo que profesaban y por la sensualidad de que estaban imbuidas. En otra ocasión llamó a Justo Sierra gongorino. Pero en 1872 publicó este periódico, por partes, un análisis crítico del poema “El Atoyac”,[2] de Ignacio M. Altamirano. J. Joaquín Terrazas, al principiar su estudio, ponderó el beneficio que ocasiona una crítica bien encauzada, sin elogios ni alabanzas.
Esto último –dice Terrazas– ha perdido al señor Altamirano; grave mal le ha ocasionado su “familia literaria” haciéndole los elogios más desmedidos e irreflexivos. Nosotros –continúa Terrazas–, si muy lejos de este “fanatismo” reconocemos la distancia que hay del señor Altamirano a la turba de copleros […], reconocemos en su verdadero grado las dotes literarias que posee.[3]
A continuación inicia Terrazas un minucioso estudio de tipo académico, exigiendo al poeta un procedimiento lógico y una interpretación exacta de los vocablos. Compara, ya para terminar, esta poesía de Altamirano con la oda “Al Niágara” de Heredia, señalando los desaciertos de la primera y el valor de la segunda.
Otros artículos se titularon “Algunas reflexiones sobre el duelo”, “Breves observaciones sobre el divorcio” y “La literatura y la revolución”. En este último se dice que un país en situación revolucionaria no puede tener una literatura nacional característica.
En una de las páginas de La Sociedad Católica se confirma el inusitado entusiasmo que hubo en la capital para las asociaciones. Dice lo siguiente un artículo titulado “El árbol de la ciencia del bien y del mal”:[4]
Es ya muy grande el número de asociaciones que hay en México, y diariamente aumentan más: Zaragoza, Concordia, Estrella del Porvenir, Alianza y Amistad, Cosmopolita, de Constructores prácticos, del Ramo de Sastrería, Filoiátrica, Filotécnica, Euterpe, etcétera. Sociedades científicas, artísticas, literarias, religiosas y políticas. Sociedades de hombres y también de mujeres.
En otra ocasión se habló de la necesidad de sociedades de buenas lecturas para desechar
los malos libros, las abominables composiciones dramáticas, las pinturas obscenas, las caricaturas desvergonzadas y sediciosas, en que se predican la maledicencia y la rebelión bajo las apariencias más inocentes; los poemas, las sátiras y los epigramas, contra todo lo venerable, santo y honesto, y por último, los folletines y periódicos que cubrieron la luz del sol de la verdad con la malicia.
El Ángel de la Guarda se llamó a otra publicación debida a la misma agrupación y dedicada a la niñez mexicana con cuentos y narraciones al alcance de ella.
Con motivo de las persecuciones desatadas en 1873 al ser aplicadas las Leyes de Reforma dejó de publicarse La Sociedad Católica. Olavarría y Ferrari nos dice que La Voz de México fue también órgano de la Sociedad Católica y que dejó de serlo en 1875, fecha en que el partido conservador se dividió en dos grupos, uno de los cuales estuvo integrado por los distinguidos escritores que redactaron La Revista Universal, partidaria del gobierno republicano.[5]
Puede afirmarse que la Sociedad Católica cumplió decorosamente su finalidad, a pesar de la época difícil en que se estableció, y que en las páginas de su periódico colaboraron poetas y escritores de primera fila, olvidados o relegados injustamente por los cronistas de las letras mexicanas.
Argumosa, Domingo Collado, Casimiro del Córdoba, Tirso Rafael Cuevas, José de Jesús Gómez, Rafael González Cos, Jesús Martínez, Miguel Jerónimo Roa Bárcena, José María Tapia de Castellanos, Esther