2012 / 05 dic 2017
La sangre devota aparece en 1916. Reúne 37 poemas de Ramón López Velarde. La influencia de este primer libro, nos dice José Emilio Pacheco, representó el término del Modernismo y el paso a la modernidad, la piedra fundacional de nuestra poesía contemporánea.[1] Su publicación trajo consigo una nueva actitud a la poesía mexicana, afirma Allen W. Phillips.[2] Retrata la apreciación de la vida y los gustos provincianos que introdujo el movimiento nacionalista provocado por la Revolución, ha destacado Antonio Castro Leal,[3] y también describe esa experiencia que los jóvenes del interior de la República enfrentaron a su llegada a la ciudad entre la pasión de los sentidos, la timidez y el freno religioso, apunta Pacheco.[4] “Tenías un rebozo de seda”, “Domingos de provincia” o “A la gracia primitiva de las aldeanas” ilustran el ambiente provinciano y religioso mezclado con la perversión y el erotismo de este primer libro de Ramón López Velarde, temas ya anunciados en sus anteriores textos que salen a la luz en diversos diarios y revistas. “La bizarra capital de mi estado” y “En la plaza de armas” hacen mención del periodo de acomodo que vive México y dejan ver algún antecedente de “La suave Patria” aparecido en el póstumo Son del corazón. Pero el eje de su expresión se encuentra en poemas como “Por este sobrio estilo”, “La tejedora” o “Y pensar que pudimos”; “Me estás vedada tú”, “Hermana, hazme llorar...” o “Cuaresmal” que conforman su ofrenda a Fuensanta, Josefa de los Ríos, a quien dedica la segunda edición, de 1917, porque es “la mujer que dictó estas páginas”, según el mismo prólogo lo indica. La sangre devota fue publicado en México por Revista de Revistas con una portada de Saturnino Herrán. López Velarde dedica el libro a Manuel Gutiérrez Nájera y Manuel José Othón. En 1910 el poeta había proyectado publicar La sangre devota en la imprenta de El Regional, de Guadalajara. Debido a la autocrítica, no aparecerá sino hasta seis años más tarde profundamente modificado.
Como los poetas de esta época, concluye Allen W. Philips, López Velarde desborda las clasificaciones convencionales, pero es palpable que desempeña un papel significativo a partir de la publicación de La sangre devota.[5] López Velarde eligió algunos recursos métricos que renovara el Modernismo o a los que les dio nueva vitalidad: el soneto, el madrigal o la silva; el verso libre, la canción o los heptasílabos tan característicos en Rubén Darío. Destacan los endecasílabos en “Poema de vejez y de amor” o “En el piélago veleidoso” y los dodecasílabos como en “A la gracia primitiva de las aldeanas”. José Luis Martínez menciona recursos como la adjetivación de signo contrario, la figura etimológica, la antanáclasis; la construcción de líneas climáticas como una manera de generar hallazgos frente a los lugares comunes.[6] Hace hincapié en la importancia del empleo de términos litúrgicos, incluso pertenecientes a la Historia Sagrada o al mundo árabe para describir su devoción por Fuensanta, Sara o la prima Águeda, manifiestos ejemplos del sentido espiritual propio de los hombres que llevan dentro de sí la noción cristiana de culpa, apunta Pacheco;[7] estos mismos tópicos, a su vez, le sirven de eslabón para expresar “la vida enferma de fastidio” y “La tónica tibieza”. Presenta anáforas, aliteración, repetición; elipsis, analogías y metáforas.
Del lenguaje devoto a “Las noches de hotel”
López Velarde traslada el vocabulario eclesiástico al terreno del deseo, el canto lloroso dedicado a la aldea frente al “cosmopolita dolor del moribundo”[8] que expresa en “Noches de hotel”. También, enuncia el tedio que caracterizaría a los modernos como Baudelaire o Banville, modelos influyentes que nombra el autor y que diluyen la posibilidad de situarlo como representante de una estética costumbrista. Octavio Paz afirma que el secreto de la poesía de López Velarde está en su lenguaje, siempre ponderado por sus críticos, consistente en la fusión entre las imágenes nuevas y el coloquio para develar la vida cotidiana como un fenómeno enigmático.[9] En La Sangre devota se refinan los tópicos visitados en sus primeros poemas publicados, el terruño es visto a través de la mirada del exseminarista. La adjetivación y la imagen insólita son palpables, muestra hallazgos en los que su objetivo es “hacer sonreír las frases”, como el mismo poeta sugiere. Aunque estos recursos cobran esplendor en Zozobra, afirman la originalidad del jerezano desde éste, su primer libro. Su germen se halla en dos modernistas provincianos como él. Nos referimos a poetas formados en seminarios y muy sensibles a los conflictos de la modernidad y la fe, la moral y las costumbres tradicionales como lo son Amado Nervo, a quien le debe su introducción al Modernismo, y a Andrés González Blanco, que le mostró el camino concreto para avanzar, según reflexiona Alfonso García Morales.[10] Encontró eco y sintió como propio el dilema entre el erotismo y la fe religiosa. Vio en ellos un ejemplo de cómo transformar literariamente su propia realidad provinciana y la historia sentimental que estaba viviendo, subraya Luis Noyola Vázquez.
García Morales propone que el poeta, bajo la figura de un antiguo seminarista, ha sufrido las experiencias del mundo, evoca sus amores, su primer amor perdido. En su paisaje ocupa un territorio central la ciudad de provincia, el tedio y el encanto de sus callejas los domingos, las tardes de lluvia, el piano y los silbidos de los trenes. Acentúa, igualmente, que los versos de infancia siguen presentes en La sangre devota y, gracias a las apropiaciones heredadas de Nervo, logró expresar con sutileza y musicalidad libre de envaramientos académicos, los matices del sentimiento y las perplejidades del espíritu.[11] Algunos ejemplos al respecto se pueden leer en las líneas de “En el reinado de la primavera”, una silva que declara “estos versos de infancia que brotaron / bajo el imperio de la primavera”[12] y del que se desprende la presencia de Fuensanta como el motivo inaugural; en los endecasílabos de “Tenías un rebozo de seda” se puede leer: “séame permitido un alegato / entonces era yo un seminarista / sin Baudelaire, sin rima y sin olfato”;[13] o en “Viaje al terruño” una décima formada por 'Invitación', 'En camino' y 'Llegada' a “la misma charla de amores / que su diálogo desgrana / en la discreta ventana”.[14]
En estos poemas, además de la vuelta a la infancia, está incluida la referencia al “materno regazo / de la aromosa tierruca”[15] que da lugar a las costumbres como se decanta en “Domingos de provincia” donde, en alejandrinos, nos regala la imagen:
En los claros domingos de mi pueblo, es costumbre
que en la Plaza descubran las gentiles cabezas
las mozas, y sus ojos reflejan dulcedumbre
y la banda en el kiosko toca lánguidas piezas.[16]
La reedición del lenguaje devoto sobresale en toda la obra de López Velarde. Se puede encontrar su presencia en los poemas iniciales como “Del seminario” o “Alejandrinos eclesiásticos”. Sin embargo, en la entrega que evoca a la prima Águeda no se trata de la referencia directa a la Historia Sagrada o al Antiguo Testamento únicamente, tampoco es ya la transposición metafórica de aspectos litúrgicos o costumbristas llevados a la imagen poética, contribuciones, quizá, traídas de las traducciones de González Blanco de los poemas de Georges Rodenbach y Francis Jammes, creadores de temática provinciana, como alternativa a los paisajes culturalistas y exóticos predominantes en el primer Modernismo. Estas presencias constantes pasan de ser fuente de imágenes decorativas a un alimento indispensable para la nutrición del espíritu y para la expresión de su personalidad que se traslada hacia el amor, por ejemplo, en "Domingos de provincia":
Y al caer sobre el pueblo la noche ensoñadora,
los amantes se miran con la mejor mirada
y la orquesta en sus flautas y violín atesora
mil sonidos románticos en la noche enfiestada.[17]
Modela el amor imposible. Lo mantendrá en un limbo perpetuo convirtiendo ese sentimiento en devoción, afirma Paz.[18] En "Pobrecilla sonámbula" Fuensanta se mantiene en las sombras:
Con planta imponderable
cruzas el mundo y cruzas mi conciencia,
y es tu sufrido rostro como un éxtasis
que se dilata en una transparencia.[19]
Hay, además, esa atmósfera emparentada con la modernidad. Se hace explícito el tedio y la presencia de la urbe en las imágenes que explora en “Noches de hotel”:
Se distraen las penas en los cuartos de los hoteles
con el heterogéneo concurso divertido
de yanquis, sacerdotes, quincalleros infieles,
niñas recién casadas y mozas del partido.
Media luz...
[...]
Lejos quedó del terruño, la familia distante,
y en la hora gris del éxodo medita el caminante
que hay jornadas luctuosas y alegres en el mundo:
que van pasando juntos por el sórdido hotel
con el cosmopolita dolor del moribundo
los alocados lances de la luna de miel.[20]
El aire derrotista ya se hacía patente en “Poema de vejez y de amor” cuando declara “Mi vida enferma de fastidio”,[21] pero no se manifiesta la presencia de imágenes y metáforas como la alondra en “Me despierta una alondra”, dedicado a José Juan Tablada. Tampoco se hallan alusiones a la sirena evocada en los endecasílabos de “En el piélago veleidoso”, reminiscencias tanto del Modernismo del que tiene conocimiento López Velarde como del Decadentismo que había encontrado su sitio entre los corifeos de Las flores del mal, habitantes de los bares en la época. Sirva de muestra "Un lacónico grito":
Mi corazón olvida
que engendrará al gusano
mayor, en una asfixia corrompida.
Siempre que inicio un vuelo
por encima de todo,
un demonio sarcástico maúlla
y me devuelve al lodo.[22]
Los críticos en La sangre devota
Al menos cuatro reseñas son las que inauguran la tradición crítica sobre el escritor y plantean, desde las circunstancias de la época, el centro del debate hasta ahora. Por un lado, Carlos González Peña le dedica un texto en Vida Moderna. Desde entonces, López Velarde fue conocido como “el poeta de provincia”. Jesús Villalpando subraya el protagonismo de Fuensanta, la sensualidad y el idealismo del amor cuyo escenario es tierra adentro. La reseña de Julio Torri resultó importante tanto porque veía en López Velarde al poeta del mañana como por lo polémico que resultaba el título. Le mereció el cuestionamiento de Henríquez Ureña inmediatamente. Por su parte, Antonio Castro Leal insiste en su catalogación de poeta provinciano, desde la perspectiva ateneísta, porque es un poeta sentimental que no ha olvidado el país en que nació ni las muchachas de su tierra, ni la virgen de la parroquia, ni la plaza de su ciudad. En el texto se hallan poemas de un lirismo conmovido y profundo, arrebatado y a veces desconcertante, que sirven al poeta para dar cuenta de los modos de expresar los claroscuros de las emociones, escribió Antonio Castro Leal en su comentario.[23]
Los Contemporáneos, varios años después, dedicaron textos a La sangre devota. Es posible que llamara su atención la parábola del hijo pródigo tan socorrida por López Velarde en sus poemas. En 1924 José Gorostiza pronuncia una conferencia acerca de su obra en la Biblioteca Cervantes. En palabras de Xavier Villaurrutia, que escribió el primer intento serio de comprensión con un estudio excepcional en 1935, sobresalen algunas apropiaciones por parte del autor entre las que menciona a Luis Carlos López y Julio Herrera y Reissig.[24]
García Morales resalta la buena acogida que tuvo entre el público y aprovecha para mencionar que el zacatecano fue motivo de discusión. La aparición de La sangre devota fue un síntoma de la normalización de la vida cultural durante el carrancismo. Dice el propio García Morales que a partir de este primer libro, López Velarde declaró y puso en práctica una estética difícil, necesariamente impopular. Generó una nueva sensibilidad aun frente a algunas de sus primeras realizaciones de poeta provinciano o de la literatura revolucionaria externa y partidista que comenzaba a predominar en México, incluso, ante el Modernismo de Enrique González Martínez, dominante entonces.[25] Los críticos coinciden en que todavía no era el más logrado de los poemarios pero sí revelaba una fina naturaleza emotiva y una sensibilidad delicada y punzante que no tenían antecedentes en nuestra lírica; era, en todo caso, una prefiguración de su obra futura. Phillips agrega que aparecieron sus primeros poemas personales logrados. También se encuentra el testimonio de su transformación espiritual y artística, su experiencia de la modernidad.[26]
Es un libro de transición que no se podría situar en una estética exclusivamente. Bordea el provincianismo francés y español al que lo adscribe Octavio Paz.[27] Pacheco dice que Lugones y González León serían hallazgos que facilitaron el encuentro de la voz propia en las páginas de La sangre devota dándole al lenguaje cotidiano la electricidad del Modernismo. El mismo Pacheco asegura que a pesar de no conocer a T. S. Eliot o Jules Laforgue están presentes en su carácter de bufón doliente.[28] La proposición la había adelantado Villaurrutia al afirmar que la técnica de Lunario sentimental de Leopoldo Lugones se veía patente en el libro.[29]
Además de ser un poeta comentado y discutido fue objeto de ataques. López Velarde respondió a críticos como José de Jesús Núñez y Domínguez, unos años antes editor de La sangre devota, que lo acusaba de cantor de la vida provinciana extraviado por el sendero de la extravagancia con una defensa al gongorismo. Decía que aquellos que pedían claridad literaria en el curso de los siglos, lo habían hecho, realmente, buscando una moderación de luz, a fin de guardarse la retina sin choques, dentro de una penumbra cotidiana. Fue blanco de algunas burlas. Por ejemplo, en el artículo “Ramón López Velarde” firmado bajo el seudónimo de Sub-y-Baja, el grupo de la revista San-ev-ank lo tildaba de galimatías, de gongorino y de oscuro. José Juan Tablada saldría en su defensa en 1919. Resaltó la manera en que exploraba sus conflictos, conscientemente asumidos pero nunca resueltos, entre la religiosidad y el erotismo, la formación tradicional y la inquietud contemporánea, así como el testimonio, aunque sea indirecto, de los tiempos que le tocó sufrir, los de la Revolución en México, incluso los de la Primera Guerra del mundo o del siglo.
Temas como la oda y el tono elegíaco caracterizan poemas que se mueven entre la nostalgia por los bienes irrecuperables y el pesar por lo que no sucedió. Se puede decir de La sangre devota que es el anticipado lamento ante lo inasible que sugiere la veneración. Las líneas de “¿Qué será lo que espero?” encierran una posible poética de este libro:
si mi voto es que vivas dentro de una
virginidad perenne y aromática,
vuélvese un hondo enigma
lo que de ti persigue mi esperanza.[30]
Fuensanta es la piadosa imagen de mujer a la que profesa devoción. En este poemario, afirma Pacheco,[31] la espada de la castidad volvió a interponerse entre Tristán e Isolda. Existe el remordimiento ante el deseo de la conciencia católica. Amar a Fuensanta es traicionar la devoción que le profesa; venerarla como espíritu es olvidar que, también, y sobre todo, es un cuerpo, subraya Paz.[32] Es lo que pudo ser, de ahí que aparezca siempre como una criatura remota: con la que sostiene un diálogo imaginario desde el texto que abre el libro editado por Revista de Revistas hasta "Y pensar que pudimos..." poema con el que clausura La sangre devota:
Y pensar que extraviamos
la senda milagrosa
en que se hubiera abierto
nuestra ilusión, como perenne rosa...[33]
Para la segunda edición el autor agrega un prólogo en donde aparece el siguiente párrafo: “Deseo afirmar que por lealtad y legitimidad conmigo mismo esta segunda edición es idéntica a la de 1916, sin cambio de una palabra, ni de un punto, ni de una coma. Una sola novedad: en el primer poema, el nombre de la mujer que dictó casi todas las páginas”, Josefa de los Ríos (1880-1917), llega a nosotros bajo el nombre poético de Fuensanta a la que moldea en “Por este sobrio estilo”:
Por este suspirante y sobrio estilo
de amor, te reverencio, estrella fiel
que gustas de enlutarte; generoso
y escondido azahar; caritativa
madurez que presides mis treinta años
con la abnegada castidad de un búcaro
cuyas rosas adultas embalsaman
la cabecera de un convaleciente;
enfermera medrosa; cohibida
escanciadora; amiga que te turbas
con turbación de niña al repasar
nuestra común lectura; asustadizo
comensal de mi fiesta; aliada tímida;
torcaz humilde que zureas al alba,
en un tono menor, para ti sola.[34]
Existen varias hipótesis sobre el origen del nombre. Se dice que podría venir de un cuento de uno de los redactores de la Revista Moderna, Rubén M. Campos (1876-1945), aunque Noyola Vázquez encuentra una Fuensanta en El loco de Dios, un drama del premio nobel de literatura español José Echegaray (1832-1916). García Morales[35] hace alusión a la “Epístola a Fuensanta” de Guillermo Eduardo Symonds (1877-1940) publicada en 1904 en uno de los periódicos en los que también colaboró López Velarde. Phillips[36] demostró la existencia de Symonds, considerado un notable hombre de letras originario de Mineral del Monte, en Hidalgo, luego de suscitarse dudas sobre la posibilidad de que fuera un seudónimo. Paz,[37] por su parte, la emparenta con la “Damiana” de Amado Nervo (1870- 1919), esa mujer religiosa y provinciana de Los jardines interiores (1905); mientras tanto, García Morales[38] sugiere esta misma línea porque ve una anticipación de Fuensanta cuando Nervo habla de “Las santas mártires muertas en flor” de En voz baja (1909). Se menciona “Ángeles y Fuensanta” de Julio Romero de Torres mas su presencia se establece como un motivo de época, más que una apropiación, un antropónimo femenino basado en un hagiónimo, una advocación mariana y el lugar sagrado, un manantial y santuario a Nuestra Señora, la Virgen. Es la imagen de la mujer espiritual que encarna el amor puro y la niñez, la fe inocente, los valores y costumbres tradicionales. Fuensanta y la provincia, para Paz,[39] forman un mundo mítico, pero también esperado, siempre anterior o futuro, nunca presente.
Vicente Quirarte[40] destaca que ese amor imposible es una decisión del poeta porque se dirige a una mujer con la que el amante jamás podrá hacer que el verbo se haga carne. Sucede con Fuensanta, igualmente con su prima Águeda a la que debe “la costumbre heroicamente insana de hablar solo”.[41] Prefiere la inminencia a la realización. “Me estás vedada tú”, “La prima Águeda” y “El campanero” serían las señas de este manifiesto amoroso en el que podemos ver el empeño de López Velarde por ser “el viudo anticipado” que le permita evocarlo todo por medio del copretérito, ese tiempo verbal de rescate empeñado en la preservación, reflexiona Quirarte.[42] De esta manera el libro es algo parecido a un relicario en el que López Velarde objetiva un fragmento de su edad temprana dibujado tras una sensación de incumplimiento, de “hubieras” como en “Y pensar que pudimos...”. En suma, con La sangre devota, afirma Carlos Monsiváis, comenzó el siglo xx en lo que se refiere a la poesía en México.
García Morales, Alfonso, Ramón López Velarde y el mito del poeta nacional de México, Madrid, Hiperión, 2001.
López Velarde, Ramón, Poesías completas y El minutero, ed. y pról. de Antonio Castro Leal, México, Porrúa, 1953.
----, El León y la Virgen, pról. y selec. de Xavier Villaurrutia, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Programa Editorial de la Coordinación de Humanidades (Biblioteca del Estudiante Universitario; 40), 2013.
----, Obras, ed. de José Luis Martínez, México, D. F., Fondo de Cultura Económica (Biblioteca Americana. Serie de Literatura Moderna), 1971.
Pacheco, José Emilio, Antología del modernismo (1884-1921), introd. y comp. de José Emilio Pacheco, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Ediciones Era, 1999.
Paz, Octavio, El camino de la pasión: López Velarde, México, D. F., Seix Barral, 2001.
Phillips, Allen W., Ramón López Velarde, el poeta y el prosista, pról. de Francisco Monterde, México, D. F., Instituto Nacional de Bellas Artes, 1988.
Quirarte, Vicente, Peces del aire altísimo. Poesía y poetas en México, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Ediciones del Equilibrista, 1993.
Fernández, José Ángel, “López Velarde, Pegaso y su nostalgia por la provincia”, Revista de Literatura Mexicana, (consultado el 9 de septiembre de 2016).
Pacheco, José Emilio, “López Velarde hacia 'La suave Patria'”, Letras Libres, (consultado el 19 de septiembre de 2012).
Sheridan, Guillermo, “La sangre devota, Zozobra, El son del corazón, de López Velarde”, Letras Libres, (consultado el 8 de septiembre de 2012).