«El mundo arde en nuestro interior, no fuera de nosotros». Richard Hieck, auxiliar de investigación en el observatorio astronómico y aspirante a doctor en Matemáticas, lleva grabadas a sangre y fuego estas palabras que su padre –ser misterioso y siempre ausente– le dijo cuando era pequeño, palabras que cifran un enigma al que este científico, enamorado de la claridad y la solidez de las matemáticas, es incapaz de sustraerse.
Richard mantiene una relación especial con dos de sus hermanos: Otto, vitalista, bohemio y pintor frustrado, y Susanne, que lleva años preparándose para ingresar en un convento. Los tres parecen encarnar, en última instancia, tres maneras de acercarse al misterio del mundo, tres búsquedas de la verdad: el arte, la religión y el conocimiento puro. Sin embargo, el respeto y la fascinación que Hieck siente por las matemáticas tampoco parecen saciar una sed más profunda, más secreta, una sed que el amor y la muerte (ambos golpeando siempre de la manera más imprevista e intempestiva) acrecentarán. ¿Dónde queda la vida? ¿Dónde su sentido insondable, ese «valor desconocido» que ninguna ciencia puede computar, que ningún saber puede abarcar? Al final, como al principio, sólo queda el vértigo de la existencia.
Con esta deliciosa novela, publicada en 1933 e inédita hasta el momento en nuestra lengua, Hermann Broch, uno de los grandes escritores europeos del siglo xx, nos propone una visión del mundo académico no exenta de crítica y humor y plantea cuestiones (¿cómo conciliar razón y pasión?, ¿cómo vivir?) que siguen siendo tan acuciantes en nuestros días como lo eran en la Europa de entreguerras.