Bruto Saraccini (trasunto novelesco de Paolo Volponi) desea promover una reforma democrática y humanista en MFM, empresa en la que trabaja, aunque no tardará en descubrir que sus innovadoras propuestas de cambio no suscitan precisamente la adhesión entusiasta de nadie, y aún menos la del propio presidente de la compañía, Ciro Nasápeti, o la de otros directivos, más preocupados por las ganancias que por la justicia social. Así las cosas, Saraccini se verá inmerso en una interminable carrera de obstáculos hacia ninguna parte. Sátira desencantada y profética, Las moscas del capital, la última novela que escribió Paolo Volponi (publicada en 1989, cinco años antes de su muerte), es un dramático balance personal de su autor (que fue jefe de personal y de relaciones empresariales en Olivetti, y luego, durante un corto período de tiempo, trabajó para FIAT), a la vez que la alegoría de un mundo en vertiginosa transformación, un mundo que se dirige a ese cambio de paradigma que años más tarde se conocería como «globalización». Volponi retrata con lucidez el hundimiento de la industria como bien público y base del desarrollo democrático de un país y el auge de un nuevo orden político-económico que privatiza los beneficios mientras socializa los costes de su ilimitada voracidad, y, también, el advenimiento de la era del capital financiero, que triunfa sobre cualquier otra actividad, como si tuviera una metafísica propia y un dispositivo de legitimación teológica. Nada que no estemos sufriendo plena y dolorosamente a día de hoy, décadas después de que este libro viera la luz. Como acertadamente señala Massimo Raffaeli en el prólogo: «Discípulo y colaborador de Adriano Olivetti, al que está dedicado el libro, el escritor intuye que la relación entre la industria y la polis se ha roto definitivamente; amigo y compañero de viaje de Pasolini, se ve obligado a reconocer que todo potencial de Progreso se ha transformado en la pura dinámica del Desarrollo, como si la obligación de consumir hubiera sustituido a la democracia».