Jessica Speight es una joven talentosa que estudia Antropología en el Londres de los años sesenta, pero cualquier previsión sobre su futuro se ve seriamente comprometida cuando, fruto de una relación con un profesor casado, queda embarazada y debe afrontar, en soledad, las repercusiones de su decisión de tener al bebé. Una decisión que cambiará su vida, sobre todo cuando quede patente que su hija Anna no es igual que los demás niños: Anna será una niña eterna, una niña de oro puro, siempre inocente y alegre, aunque necesitada de atenciones y cuidados continuos. Pero también será una presencia benéfica, un nodo que articulará toda una serie de relaciones y afectos tremendamente positivos a su alrededor. Contar esto es decirlo todo y no decir nada, porque Drabble, en la cúspide de sus dones como escritora, convierte esta historia en un libro emotivo, inolvidable, lleno de empatía, inteligencia narrativa y una profundísima sabiduría existencial. Una lectura que, como la mejor literatura, es también revelación y vida. Narrada desde el punto de vista de una amiga de Jessica, La niña de oro puro nos ofrece punzantes reflexiones en torno a la responsabilidad, la maternidad, la amistad, la condición femenina, la independencia, el sacrificio, los cambios sociales, el autoengaño, la vejez y la soledad. Y también sobre las siempre imprecisas y cambiantes ideas acerca de la «normalidad». Tanto Drabble como los personajes de la novela parecen querer subrayar nuestra condición de seres infinitamente frágiles y desamparados, arrojados a las caóticas aguas del Tiempo.