«Hoy, ¿de cuál hoy hablo?», se cuestiona la narradora del libro que también se pregunta a lo largo de esta fascinante novela quién es el yo que habla. «La realidad es siempre circunstancial y esta verificación me tranquiliza: lo que cuento es una historia verdadera, pero sólo en la ficción». La autora evoca estas palabras que sintetizan el método con el que aborda este relato espectral: «La técnica de la apropiación, la intervención, el autoplagio, la nota periodística, la pulverización (incluyendo la de los géneros)». Por estas páginas —escritas a lo largo de dieciséis años— desfilan lo mismo viejos amores, que vivencias íntimas o banales, obras de arte, piezas musicales o miles de lecturas junto con todo aquello que haya dejado alguna cicatriz en quien escribe para configurar un extenso retrato antropológico que interpela y rasga la realidad desde la experiencia hasta la memoria.
Los dientes, las sesiones con el dentista, los puentes, el retraimiento de la encía, los postes que se colocan, Drácula, los incisivos de escritores y artistas, las muelas que se extraen y un inmenso inventario de términos, recuerdos y dispositivos odontológicos y vivenciales, fungen como centro neurálgico, como una febril obsesión de la que se desprende un maelstrom que en su vertiginoso andar y fatídico regresar, da cuenta de una existencia en indisoluble simbiosis con la palabra.
En esta novela total caben cuerpo, recuerdos y deseo; sudor, saliva y sangre; horror, belleza y silencio. Por breve herida restituye el fuego a las cenizas de los pasos andados por la autora, cuya irredenta vocación por la búsqueda se toca con el siguiente verso del poeta judío-rumano Paul Celan: «El camino de horas anduvo lo que dije. El camino de horas anduvo lo que callé. Anduvo y anduviste, por lo infinito anduviste, hacia adelante y hacia atrás, hacia ninguna parte, hacia la palabra, hacia allí».