Si decidí reunir dos ensayos en este libro es porque hay muchas cosas entre (y en) ellos que involuntariamente los asemejan, que los emparentan. No sólo porque sus autores sean franceses que pasaron un cierto tiempo en México (también lo hicieron Breton y Péret, por ejemplo, que no están en este libro), sino porque su viaje a nuestro país estuvo dictado por una misma voluntad: escindirse de la cultura europea para buscar en México, en sus culturas ancestrales, lo que Europa ya no les ofrecía.
Antonin Artaud estuvo en México a mediados de los años treinta del siglo xx; Jean-Marie Gustave Le Clézio, a fines de los setenta, entre tantas otras estancias en el país. Casi medio siglo entre los dos viajes. Artaud se dirige hacia el norte, a la fría Sierra Tarahumara, para participar en los ritos del peyote. Le Clézio se dirige hacia el sur, a la calcinante selva yucateca, en busca de los sobrevivientes de los antiguos pueblos mayas. No sería exagerado decir que, entre los dos viajes, se tiende un amplio arco que reúne el pasado indígena de México que ha logrado sobrevivir a los embates de la modernidad y del progreso. Artaud dejó su alma en la Sierra Tarahumara: a su regreso a Europa lo esparaban más de diez años, hasta su muerte, en infernales hospitales psiquiátricos. El viajero de Le Clézio se hunde en las selvas yucatecas para no volver a salir de ahí.
Para los dos viajeros, ese México profundo que supieron encontrar y con el que aprendieron a convivir ha quedado ahí, en sus obras, como el vasto y soterrado territorio de la ilusión, de la esperanza; como la región en donde lo imposible es todavía realizable.
De esos dos viajes, tan distintos a los que otros escritores europeos han realizado por nuestro país, he querido dar cuenta brevemente en este libro.