Hay una tierra prometida, la del regreso, prometida a todo exiliado, a todo ser en expulsión. La promesa existe, la tierra existe pero no está a la mano: la mano quiere afincarse pues sabe que esa tierra es firme y está afincada: la mano sin embargo sólo sabe reproducir, imitar, procurar continuidad. No entiende. Trabaja. Se atarea. Pugna en ese crisol cotidiano que es habitación, huerto cerrado, castillo y morada, papel: se aferra y aguarda, para la continuidad del cuerpo que ella (metonimia viva) representa; ese "semen prometido" de que nos habla en este libro el poeta. Un semen no de mera reproducción genital, genética, sino semen de escritura última, semen de Dios por palabra viva, semen Uno (El dos para amar. El uno para el Uno).
José Kozer