Los frutos caídos, Premio del Festival Dramático del Instituto Nacional de Bellas Artes (1957), es una pieza en tres actos escrita por Luisa Josefina Hernández, con la cual en 1955, obtuvo el grado de maestra en Letras especializada en Arte Dramático. La obra fue incluida por primera vez en la antología Teatro mexicano del siglo xx.[1] Asimismo, se ha publicado en otras antologías, ejemplo de ello: Teatro mexicano contemporáneo, con prólogo de Antonio Espina[2] y Los signos del zodiaco, Los frutos caídos, Las cosas simples de Sergio Magaña, Luisa Josefina Hernández y Héctor Mendoza.[3]
Se estrenó en 1957 en el Teatro el Granero (actualmente ubicado en el Centro Cultural del Bosque) bajo la dirección de Seki Sano y con las actuaciones de María Douglas, Lola Tinoco, Amado Sumaya, Carmen de Mora, Adriana Roel y Félix González. Los frutos caídos se inscribe dentro de la corriente del Realismo abordada por casi todos los autores de la Generación del Cincuenta, que fueron influidos por la cátedra de Rodolfo Usigli, impartida en la Universidad Nacional Autónoma de México.
La obra nos presenta la historia de Celia, personaje principal, quien con un divorcio a cuestas, hijos de diferentes matrimonios huye de la Ciudad de México para evitar que Francisco, un amigo suyo, le confiese su amor. Llega a la casa que fue de sus padres, la cual hereda, con el propósito de venderla junto con las demás propiedades. Pero sus tíos, Magdalena y Fernando, se sienten despojados de esos bienes que les dan para vivir. Después de rechazar la oferta amorosa de Francisco, Celia decide venderlo todo excepto la casa para morir en ella cuando envejezca.
El milagro de la Generación del Cincuenta
Luisa Josefina Hernández perteneció a la generación de dramaturgos llamada de Medio Siglo o Generación del Cincuenta, la cual se caracterizó por ahondar en la corriente del teatro realista que tuvo auge en los años cincuenta dentro de la dramaturgia mexicana, gracias a la influencia de Rodolfo Usigli.
Luis Mario Moncada ha denominado al periodo que engloba de 1940 a 1958 como el milagro teatral mexicano, haciendo un parangón del llamado milagro mexicano, época de auge y crecimiento económico que comprende un periodo de veinticinco años, cuyo inicio se remonta a 1940. El milagro teatral mexicano engloba los sexenios de Manuel Ávila Camacho (1940-1946), Miguel Alemán (1946-1952) y Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958). Moncada lo denomina de esta forma debido a la irrupción de una brillante camada de dramaturgos, actores, directores que se conjuga con el desarrollo económico y social inusual que vivió nuestro país durante los sexenios de los presidentes arriba nombrados. El investigador apunta las siguientes características que hicieron viable dicho periodo: 1) la irrupción en México de maestros de la escena internacional a quienes se denomina como la “legión extranjera”; 2) la creación de instituciones de promoción artística y formación profesional; 3) la aparición de “teatros de bolsillo” a lo largo de la cada vez más gigantesca ciudad capital.[4]
Destaca Moncada que el estreno de Rosalba y los Llaveros (Palacio de Bellas Artes, 1950), novena obra de la producción dramática que abarca de 1946 a 1959 de Emilio Carballido, es la que marca para la Generación del Cincuenta su irrupción y notoriedad en el panorama del teatro nacional. El auge de esa generación no sólo se debió a los estrenos constantes de las obras de sus integrantes: Emilio Carballido, Sergio Magaña, Jorge Ibargüengoitia o Luisa Josefina Hernández, también influyó “la articulación de un fenómeno que incluye a instituciones enfocadas al crecimiento del teatro”.[5] Ejemplo de ello es la creación del Instituto Nacional de Bellas Artes en 1946, dentro de la cual se incluye, paulatinamente, la Escuela de Arte Teatral, el Departamento de Teatro, el Teatro Escolar y más tarde, la Oficina de Teatro Foráneo. A lo anterior se suma la construcción de la Ciudad Universitaria en el sexenio de Miguel Alemán.
En este contexto, Luisa Josefina Hernández ganó el Premio del Concurso de Primavera (1951) y el de El Nacional (1953) por las obras Aguardiente de caña y Botica modelo, respectivamente, ambas de sus primeras propuestas dramáticas. En 1953 con el montaje de Los sordomudos (1953) bajo la dirección de Seki Sano inició una sociedad creativa bastante productiva para el teatro en nuestro país.
Si bien la autora presentó como tesis de maestría Los frutos caídos,[6] según lo consigna Aimée Wagner y Mesa,[7] fue hasta el montaje hecho por Seki Sano en 1957, en el que su quehacer como dramaturga se difundió mayormente en el panorama del teatro de la Generación del Medio Siglo. Esta sociedad creadora que desarrollaron el director de nacionalidad japonesa y la autora nacida en la Ciudad de México, arrojó, además de las puestas en escena de sus obras, varias traducciones de autores importantes para la época, algunos de ellos son: Arthur Miller, Jeanh Anouill y Antón Chéjov. Así, las puestas en escena de estas obras fueron un elemento más para modificar la técnica de actuación y el concepto de director de escena dentro del teatro mexicano.
Los frutos caídos es una de las piezas fundamentales de la primera producción dramática de la autora. Escrita en 1955, pertenece a un momento temprano en el desarrollo de la escritura dramática de Hernández y anterior a 1958 cuando termina de escribir Los huéspedes reales, que fue su última obra no escrita por encargo. Respecto a ello la autora menciona:
Cuando todavía estaba escribiendo teatro realista, me dio mucha flojera hacer algo que hacían mis contemporáneos y amigos. Y esto es escribir una obra por pura pasión, y luego resulta que tienes que ir con tu obra para ver dónde te la ponen. Esto no iba a hacer. La última obra que escribí de buena voluntad fue Los huéspedes reales, y ahí lo corté. Entonces decidí que yo escribo una obra el día que me la encargan.[8]
Antes de Los huéspedes reales, Hernández escribió ocho obras: Aguardiente de caña (1950), El ambiente jurídico (1950), La corona del Ángel (1951), Afuera llueve (1952), Botica modelo (1953), Los sordomudos (1954) y Los frutos caídos. Tales textos, en palabras de John Kenneth Knowles, pertenecen a “un género difícil, realista, y sus personajes recorren, generalmente, la trayectoria de propósito, pasión, y percepción o toma de conciencia”.[9]
La producción dramática de Hernández que Silvia Molina cuenta en más de sesenta piezas de teatro e Irasema Calderón en más de cien obras,[10] no solamente es prolífica sino que presenta los conflictos que se generan dentro de las relaciones de familia, como es el caso de Los frutos caídos, así como una sólida coherencia literaria, que según advierte Molina es capaz de un “realismo refinado y profundo”.[11] Una obra dramática “rigurosamente estructurada, que cataliza la crisis del realismo hacia una dimensión que vincula el texto al desarrollo de una estética actoral congruente y sistemática”.[12]
A decir de Luis de Tavira, Hernández es heredera del proyecto teórico de Rodolfo Usigli que soñaba con la creación de una escuela mexicana de teatro, ya que es considerada como “maestra de dramaturgos, cómplice de los directores de escena que protagonizan la renovación del lenguaje teatral”;[13] su trabajo dramatúrgico no sólo sobresale en la escena, sino también en la docencia y la investigación teatral, donde su teórica dramática, en palabras de Tavira “es uno de los más sólidos fundamentos teóricos del discurso teatral en nuestro país”.[14] Rompiendo las fronteras del salón de clases para “hacer escuela en nuestro país y fuera de él”.[15]
La obra de Luisa Josefina Hernández es prolífica y a juicio de Gutiérrez Estupiñán, “su lugar en la literatura mexicana está por precisarse”,[16] no sólo por la importancia de su dramaturgia y teoría dramática sino también por su producción novelística, la cual ha sido insuficientemente analizada.
Los frutos caídos: tragedia moderna
Compuesta por seis personajes: Dora, Celia, Magdalena, tía Paloma, Fernando y Francisco, la autora propone una concepción compleja de sus personajes, puesto que son construidos por medio de un lenguaje en tono realista (verosímil), dentro de una anécdota estructurada en orden cronológico (desarrollada en aproximadamente un día) y concebida en un sólo espacio (la sala de una casa de provincia).
La pieza es uno de los siete géneros teatrales que estudia Claudia Cecilia Alatorre en su libro Análisis del drama, y en un principio fue bautizada como tragedia moderna, ya que sus rasgos estructurales son similares a este género dramático y “moderna” porque hace su aparición a finales del siglo xix.[17] Es decir, es el resultado de la mezcla de lo viejo (la forma trágica) y de lo nuevo (el énfasis en personajes de la clase media) “como los creados por Strindberg en El Padre y por Ibsen en Espectros”.[18] Es pues la pieza una difuminación de la forma trágica. Antón Chejòv es su mejor exponente ya que su obra El jardín de los cerezos se utiliza como el modelo dramático por excelencia para el análisis de dicho género.
Para Alatorre, investigadora teatral y alumna de Luisa Josefina Hernández, la pieza es “un drama realista que utiliza un lenguaje muy económico”[19] mientras que Luisa Josefina Hernández considera la pieza como “la más moderna de todas las formas dramáticas y que constituye la mejor solución del drama al problema de tratar un realismo moderno”.[20]
La no adaptación de los personajes
El personaje principal o protagonista es fundamental para el desarrollo de la pieza, puesto que por éste, existe la fábula y el accionar de los demás personajes; sin el protagonista no existiría conflicto ya que su interrupción o llegada, desata las fuerzas y colisiones de los demás personajes dentro de la trama. Alatorre, en su estudio acerca de los siete géneros del drama, propone dos tipos de personajes protagónicos para la pieza, los cuales derivan en las siguientes trayectorias:Trayectoria uno:personaje principal toma consciencia de su situación (toma de consciencia 1) y cambia a su situación diferente (toma de conciencia 2). Trayectoria dos:personaje principal toma consciencia de su situación (toma de consciencia 1), pero no puede modificar su situación y debe permanecer en la misma.[21]
En Los frutos caídos la trayectoria dramática que la autora asigna a Celia, su personaje principal, obedece al planteamiento número dos que propone Alatorre, quien llega a la casa de sus papás –ahora propiedad de ella– a venderlo todo (toma de consciencia uno). En consecuencia su arribo es lo que perturba el equilibrio de la familia (Magdalena la cuñada; Fernando hermano del padre de Celia; Dora, hija adoptiva de éste matrimonio y tía Paloma) que habita la casa que fuera de los papás de Celia, ubicada en algún lugar de provincia. Knowles señala acerca de la pieza que para lograr el movimiento dramático se necesita de “la perturbación domestica del mundo burgués”.[22] Para explicar su argumento utiliza el ejemplo de la novela Un mes en el campo del escritor ruso Iván Turgueniev y en la cual al igual que en la obra de Hernández la llegada inesperada de un personaje obliga a los demás caracteres a revelarse. El teórico de nacionalidad estadounidense menciona: "El equilibrio entonces se perturba y las viejas respuestas no funcionan ya, hasta que no se desarrolle una nueva solución volviéndose la base de una paz mutua y comunal; cada individuo permanecerá libre de su jaula restrictiva".[23]
A partir de la llegada de Celia, los demás personajes provocarán diferentes conflictos dentro de la obra. Le recriminan por tener hijos de distintos matrimonios, de ser la causante, por su primer divorcio, del fallecimiento de su padre y de su actitud amoral en su vida de pareja. Durante toda la obra Magdalena y Fernando se encargarán de evidenciar los errores que Celia ha cometido:
FERNANDO.— Lo que más me alegra, Celia, aparte de tenerte aquí, es saber que de nuevo tienes a tu familia constituida.
CELIA.— Desde hace tres años.
FERNANDO.— Me preocupaba pensar en ti como una mujer sola y con un hijo.
CELIA.— Vivía con mi madre.
FERNANDO.— No tiene importancia, en ese caso. La posición de la mujer solo es dudosa. Los hombres que la conocen no saben qué clase de mujer es hasta que la tratan a fondo, la ponen a prueba.[24]
A lo anterior se suma la decisión de Francisco, compañero de trabajo de Celia y menor que ella en edad, de seguirla para declararle su amor. Esto agudiza las acusaciones de la familia en contra de la protagonista de Los frutos caídos, la cual se niega a permitirse otra oportunidad en su vida, quedándose en la misma situación moral y sentimental a diferencia de cómo empezó la obra:
CELIA.— ¿Así que me sugiere usted que me divorcie de nuevo? (Francisco asiente) ¿Que tenga con mi marido una serie de entrevista preliminares, alevosas de mi parte, porque él no lo espera, hasta llevarlo al punto. Y que luego sostenga una lucha encarnizada por la tutela de mi hijo, y que tenga que fingir, llorar y patear, hasta conseguirla por medio de la compasión, porque no hay hombre que serenamente conscienta en ser reemplazado por otro ante su hijo. Y todo ¿para qué? Para caer nada menos que en un matrimonio con los mismos defectos que los demás. Ha olvidado usted que uno de mis peores defectos es el afán de comodidad y el miedo a repetir actos inútiles.
FRANCISCO.— En mi situación no puedo proponerle otra cosa.
CELIA.— Podría no haberme propuesto nada.[25]
Knowles nos dice que el personaje de la pieza empezará con una meta fija, que constituye su propósito, persiguiendo su ideal. Encontrará o enfrentará conflictos que le provocarán un sentimiento creciente de duda y frustración. Paulatinamente, sufrirá hasta explotar, a ese momento lo denomina como “pasión” y que como resultado padecerá algo semejante a una purificación. En ella el personaje se contempla a sí mismo y su vida, “la consecuencia de esta percepción es el reajuste de sus valores y metas”.[26]
Este reajuste de valores y metas es lo que denomina Alatorre como toma de consciencia, es decir la trayectoria que sigue el personaje durante toda la obra, le sirve para tomar una decisión y cambiar o no su destino. En el caso de Celia, la toma de conciencia dos no llega puesto que pertenece al segundo tipo de carácter que menciona Alatorre en su estudio. Celia, no tiene fecha definida para partir a su hogar (la capital) y decide quedarse en la casa de sus padres, para volver, quizá dentro de diez años a intentar de nueva cuenta venderlo todo:
CELIA.— Cuando yo vuelva, todo estará como ahora, menos tú y yo; el tiempo habrá pasado.
DORA.— ¡No!
MAGDALENA.— Es una cosa rara esa del muchacho que vino y se fue.
(Dora se tapa la cara con las manos)
CELIA.— Tan pronto como sea posible, manden a componer la lámpara, que no haya nada inútil, nada perdido.
PALOMA.— Mientras vuelvas. No sentiremos nostalgia. Pelearemos todos los días y nos haremos recriminaciones. No nos perdonaremos ni un hecho, ni una palabra. En las pausas, tocaré la mandolina para que no se olviden de que allá adentro, en ese cuarto, oscuro, todavía existo.[27]
La protagonista de Los frutos caídos permanece en la misma situación (o conflicto), mostrando su propósito en el primer acto, la pasión en el segundo y la percepción (toma de conciencia) en el tercero sin tomar ninguna decisión para cambiar su destino.
En Los frutos caídos se lleva a la protagonista a enfrentar una lucha contra lo social, “las buenas maneras” o la moral de la época; la autora plantea personajes acostumbrados a un nivel de vida opulento, que por guardar apariencias se niegan a adaptarse a su nueva situación económica y viven constantemente en la nostalgia de lo que fueron. En la obra podemos encontrar acotaciones alusivas a objetos que denotan viajes al extranjero como por ejemplo una lámpara de origen italiano descrita en la primera acotación de la obra:
Dos mesas de mármol y dos retratos antiguos, en tono café, con marco dorado y muy desteñidos, que presiden la habitación y son los del padre y la madre de Fernando. Una hermosa lámpara que en su tiempo fue para velas y que ahora se usa sólo como un adorno, pues la habitación se alumbra con un foco que cuelga aislado.[28]
En suma, se plantea un problema o lucha entre lo viejo y lo nuevo. Alatorre menciona que “la pieza muestra la lenta agonía de un sistema que no termina de morir”.[29] En Los frutos caídos se construye una obra dramática que posee una estructura precisa, catalizando el realismo hacia un plano en el cual el texto exige al actor el desarrollo de una técnica congruente y sistemática.
Los frutos: subversión de los modelos patriarcales
Acerca del tema abordado en Los frutos caídos, John Kenneth Knowles comenta: "La autora se ha centrado en un tema complejo al cual le da una solución compleja. En términos de contenido, la autora ha examinado con profundidad la naturaleza de una sociedad estéril, aislando algunos momentos decisivos y algunas resoluciones de uno de sus miembros".
Armando de María y Campos, a propósito de la inclusión de Los frutos caídos en la antología Teatro Mexicano del Siglo xx hecha por Celestino Gorostiza, dice de la obra que: “es un drama sombrío, drama intenso, profundo, estremecedor, de espíritus que han caído en el abandono, en la conformidad y la amargura”.[30] Más adelante, en su crítica realizada en 1957 y que tituló “Los frutos de Luisa Josefina Hernández, en el Granero” con párrafos cargados de cierta ironía, refiere: "Decididamente, Luisa Josefina Hernández es la pionera de un nuevo género teatral: el amarguismo […] Lo sorprendente y lo sorpresivo es que la pieza está bien construida, armada con lógica y desarrollada con una seguridad como no merece el tema tan angustiosamente expuesto. Además, está bien dialogada y, desde luego, bien escrita".[31]
Acerca de las actuaciones y de la dirección escénica de Seki Sano, de María y Campos menciona:
Un grupo mixto de profesionales, experimentales, y los indispensables debutantes, crean los seres de Los frutos caídos. Es obvio que quienes están mejor son los profesionales. María Douglas crea la protagonista, pero no será ésta una de sus creaciones que se recuerden porque está monótona y se repite en sus expresiones de angustia. Bien es verdad que el personaje no da para más. Lola Tinoco, como la abuela, tiene momentos muy felices, porque más sabe el actor por viejo que por bien dirigido. Amado Sumaya lucha con un personaje superior a sus posibilidades histriónicas. Como a los toreros sin arte ni valor, se le agradece su buena voluntad. Algo semejante, sólo que un grado más bajo, le pasa a Carmen de Mora. En cuanto a Adriana Roel y Félix González, absolutamente primerizos, habrá que tener paciencia. La dirección de Seki Sano se ve demasiado en movimientos innecesarios, prueba y señal de que no es buena.[32]
Para Knowles la producción dramática de Hernández de 1950 a 1960 se ocupó principalmente de “la naturaleza del papel de la mujer en la sociedad mexicana”,[33] conservando un corte realista. Es así que podemos percatarnos en Los frutos caídos que es “notable la influencia del realismo norteamericano, tanto teatral como cinematográfico”[34] y que a decir de Bulle Goyri, producirá en el teatro mexicano de la época “un acontecimiento de transformación, de cambio de piel y de gestación de nuevos horizontes expresivos”.[35]
En opinión de la crítica Raquel Gutiérrez Estupiñán la obra de Luisa “emplea recursos convencionales para subvertir modelos patriarcales”.[36] Como podemos percibir en Celia, la cual a sus 27 años de edad, con un divorcio a cuestas, un nuevo matrimonio y dos hijos de éstos, se enfrenta contra el prejuicio social que acomete su familia; un rasgo que a decir de Gutiérrez Estupiñán, la autora “señala el elemento de la edad, ejemplificado con varios personajes, como componente de la identidad, que no significa lo mismo en las mujeres que en los hombres”.[37]
Los frutos caídos se convierte en obra modelo del teatro mexicano de los cincuenta, no sólo por el tema sino por la forma que plantea la autora. Miguel Sabido, dramaturgo y director de escena ha señalado que: "Los frutos caídos, con el El gesticulador, Rosalba y los Llaveros, Los signos del Zodíaco comparten el nivel –desde mi estricto punto de vista personal– de las cuatro obras maestras paradigmáticas del teatro mexicano del siglo xx".[38]
Si bien recientemente no se ha llevado al escenario Los frutos caídos destaca el montaje de Gilberto Guerrero, alumno de Luisa Josefina Hernández y actualmente director de la Escuela Nacional de Arte Teatral del Instituto Nacional de las Bellas Artes, realizado en marzo del 2007 y con temporada en el teatro el Galeón, ubicado en el Centro Cultural del Bosque. Por otra parte en septiembre del 2011 la Compañía Nacional de Teatro, produce Lados: los del actor bajo la dirección de Alberto García (director de teatro de nacionalidad española), montaje escénico donde se celebra al teatro mexicano y a manera de homenaje proponen “paráfrasis con desdoblamientos poéticos”[39] de Los frutos caídos, además de obras dramáticas de otros autores entre los que destacan Elena Garro, Héctor Mendoza, Luis G. Basurto. Sería complicado rastrear los innumerables montajes hechos por alumnos de las escuelas de teatro del país, puesto que las obras de Hernández, al igual que las de Emilio Carballido son de las más abordadas en la formación de profesionales de la escena teatral mexicana.
Los frutos caídos es una obra con una cohesión interna bien estructurada, que da muestra de la dramaturgia de Hernández como una autora pionera y fecunda en su producción literaria.
Alatorre, Claudia Cecilia, Análisis del drama, México, D. F., Escenología, 1999.
Calderón Ortiz, Irasema, Análisis de los personajes de la novela Nostalgia de Troya de Luisa Josefina Hernández, Tesina de licenciatura, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 2007.
Gutiérrez Estupiñán, Raquel, La realidad subterránea, ensayo sobre la narrativa de Luisa Josefina Hernández, México, D. F., Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste, 2000.
Kenneth Knowles, John, Luisa Josefina Hernández: Teoría y práctica del drama, trad. de Antonio Argudín, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 1980.
Magaña, Sergio, Luisa Josefina Hernández y Héctor Mendoza, Los signos del zodiaco, Los frutos caídos, Las cosas simples, México, D. F., Fondo de Cultura Económica/ Secretaría de Educación Pública (Lecturas Mexicanas; 42), 1984.
Moncada, Luis Mario, "El milagro teatral mexicano", en David Olguín (coord.), Un siglo de teatro en México, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Fondo de Cultura Económica, 2011, pp. 94-116.
Sabido, Miguel, "Un testimonio personal", en Felipe Reyes Palacios y Edith Negrín (eds.), Los frutos de Luisa Josefina Hernández. Aproximaciones. Escritos de teoría dramática, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México/ Instituto de Investigaciones Filológicas/ Centro de Estudios Literarios, 2011, pp. 35-40.
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María y Campos, Armando de, “Los frutos caídos de Luisa Josefina Hernández, en el Granero”, Reseña Histórica del Teatro en México, (consultado el 11 de marzo de 2015).
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Molina, Silvia, “La presencia de Campeche en Los grandes muertos” de Luisa Josefina Hernández, discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, 26 de junio de 2014, (consultado el 10 de marzo de 2015).
Negrín, Edith, “La cólera exquisita: vislumbre a la narrativa de Luisa Josefina Hernández”, Elena Urrutia (coord.), Nueve escritoras mexicanas nacidas en la primera mitad del siglo xx, y una revista, México, El Colegio de México/ Instituto Nacional de las Mujeres, 2006, (consultado el 1° de marzo de 2015).
Ortiz Bullé Goyri, Alejandro, "Los años cincuenta y el surgimiento de la Generación del Medio Siglo en el teatro mexicano", Tema y Variaciones de Literatura, (consultado el 1° de marzo de 2016).
Paul, Carlos, “Integrantes de la CNT llevan a escena un reclamo por la paz", La Jornada, 27 de septiembre de 2011, (consultado el 1° de marzo de 2015).
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