Enciclopedia de la Literatura en México

El peregrino indiano

mostrar Introducción

El peregrino indiano (1599) es un poema épico compuesto en 20 cantos y 2036 octavas reales; pertenece al ciclo cortesiano y fue compuesto, según nos informa en su prólogo el autor, en los 70 días que duró su navegación a España, y según el verso de la estrofa 108 del Canto nono: “que es cosa que no ay acá en Castilla”, refiriéndose al peyote, debió de terminarla en España, pero pasó siete años reuniendo materiales históricos. El prólogo cumple con el tópico “de la dedicatoria” al rey Felipe iii, y con el de “la falsa modestia”,[1] para pedir disculpas por la redacción de la obra en alta mar, por los vaivenes de la nao y algunas tormentas, y adjetiva su obra afectadamente de “humilde estilo”. Considera su poema como “historia” y se refiere a “la verdad histórica”, corroborada por el historiador Antonio de Herrera en la aprobación y por Vicente Espinel en un soneto de los preliminares.

La obra trata de la conquista de México y abarca desde la salida de Cortés de la isla de Cuba, la tempestad que sufrió su armada, la arenga a sus soldados, y la consabida reseña de los capitanes, tópico de la poesía épica, que conforman las octavas del Canto i, hasta la prisión de Cuauhtémoc, en el Canto xx. En medio se desarrollan pasajes interesantes: fiestas de indios, con sus mitotes o danzas, comidas en Yucatán, el episodio de la hechicera de Tlaxcala, la matanza de Cholula, la batalla de Otumba, la descripción de la Ciudad de México, un sueño alegórico, quejas al rey, y amores entre españoles e indias.

Contiene, como todas las obras áureas, unos preliminares en los que se incluyen 17 sonetos laudatorios, que son prueba de amistad, entre los que sobresalen Lope de Vega, Alonso de Guevara, Vicente Espinel, y Juan de Tarsis y Peralta, conde de Villamediana. Otros caballeros, cortesanos y militares dedican también múltiples alabanzas al autor, al personaje conquistador y al rey. Dos sonetos del propio autor, uno al archiduque Alberto de Austria y otro a la marquesa de Tarifa, completan el requisito y tópico de los preliminares en el Siglo de Oro.

 

 

Nota: el artículo "El peregrino indiano" es un compendio de la Introducción de El peregrino indiano, ed. introd. y notas de María José Rodilla León, México, D. F., Universidad Autónoma Metropolitana-I/ Madrid, Iberoamericana/ Francfurt, Vervuert (Textos y estudios coloniales y de la Independencia; 15), 2008, pp. 9-54.  

mostrar El autor

De la vida de Antonio de Saavedra Guzmán se conocen pocos detalles y todos ellos por tres fuentes: por su única obra, El peregrino indiano; por una aparente probanza de méritos de Jorge de Alvarado,[2] que data de 1566, y que, en realidad, es una solicitud de Saavedra de 1592; y por algunas noticias que da Baltasar Dorantes de Carranza de sus antepasados.

Era bisnieto, por parte del abuelo paterno, del primer Conde de Castellar, don Hernán Darias de Saavedra, como él mismo se presenta en los preliminares de su obra; también fue bisnieto del “bachiller Pedro Díaz de Sotomayor, vecino de Oaxaca y conquistador. Vino a Tepeaca estando Cortés para venir sobre México. Sirvió a caballo en la guerra, que era calidad. Fue letrado, de cuyo consejo en las cosas de justicia se aprovechaba el marqués conquistador”.[3] Por parte de su abuela paterna, era bisnieto de Alonso de Estrada, tesorero, gobernador y capitán general de la Nueva España, quien, a su vez, era “nieto del conquistador Francisco Franco y yerno del conquistador Juan Limpias Carvajal”.[4] Además este gobernador tuvo varias hijas, algunas de las cuales emparentaron con conquistadores: Luisa de Estrada, que se casó con Jorge de Alvarado, hermano de Pedro de Alvarado; Beatriz de Estrada con Francisco Vázquez Coronado, que llevó a cabo la expedición de Cíbola; Marina de Estrada, abuela de nuestro poeta, se casó con don Luis de Guzmán Saavedra y su hijo, Juan de Saavedra, es el padre de Antonio.

En cuanto a la vida de nuestro poeta, como queda asentado en las primeras estrofas del Canto xv, estuvo casado con una nieta de Jorge de Alvarado, que también sería pariente suyo, pues se había casado con una hermana de su abuela. Otra de las fuentes que tenemos para reconstruir su vida es el documento de la probanza en el que se solicita el corregimiento de Zacatecas, en donde, efectivamente, fue Corregidor, pero por intrigas fue cesado en el cargo.[5] También fue miembro de la Real Audiencia de México, desde donde luchó en defensa de los indios de Texcoco, explotados desde temprana edad. Fue despojado de su hacienda, por lo que desde su poema le hace una petición al rey para que restaure los privilegios de su grupo, los criollos, descendientes de los conquistadores, que perdieron las encomiendas.

mostrar Contextualización

El poema de Saavedra Guzmán hay que contextualizarlo en el género épico colonial americano, que, en nuestro caso, trata de la conquista de la Nueva España. En general, los estudiosos de la épica coinciden en que el género heroico culto alcanza su apogeo en América, donde, por la empresa española, parecen darse unas circunstancias temporales y un espacio desconocido y abonado para realizar todo tipo de hazañas. Los héroes y capitanes de la reconquista, contagiados también de la ficción caballeresca, parecen continuar sus hazañas en América. La épica junto con la crónica son las dos “manifestaciones literarias de la cultura colonial” porque son las primeras que se apropian del referente histórico y, por tanto, ambas coinciden en la hibridez de su carácter, entre literario e historiográfico.[6]

Desde los poemas épicos de la antigüedad, la épica no sólo es un género heroico y guerrero sino también político, que narra victorias, conquistas y expansión de imperios. Se trata de un género panegírico del poder imperial y del destino histórico de las naciones, que, en el caso de España y su expansión en América, se transforma en un destino providencial, ya que se cree firmemente que la nación católica debe sacar de la gentilidad y la barbarie a los pueblos sin evangelizar, por eso algunos poemas se regodean en describir los sacrificios de los mexicas (El peregrino) o la ingesta de carne humana (El Bernardo), por poner sólo dos ejemplos, con el fin de denunciar las atrocidades y hacer la apología de los vencedores que lograron aniquilarlas.

En este tipo de obras se suele dar cuenta de noticias geográficas y científicas curiosas, como en La Farsalia de Lucano, que Alonso de Ercilla sabe aprovechar, a través de su mago Fitón, presentando un mapamundi en el que están actualizadas las noticias de los descubrimientos del continente americano; y Bernardo de Balbuena, en su poema épico El Bernardo, a través de su mago Tlascalan, en cuyas predicciones sobre el destino de España habla de la conquista mexicana y, gracias a un vuelo mágico, se muestra la geografía de las tierras americanas que le tiene “el cielo” reservadas a la nación española.

Casi todos los poemas coloniales épicos hacen proselitismo de las ideas imperiales, porque se escriben en épocas gloriosas o bien evocan un pasado heroico, pero muchos de los escritos en la Nueva España, los de autores criollos, se valen además del prestigioso género épico para abrir en sus versos un diálogo con el rey o algún mecenas y dar cauce a sus peticiones y quejas, entonces la finalidad de estos poemas “es utilitaria, pragmática”.[7] Por eso su lector privilegiado suele ser el rey o un mecenas importante, al que colman de alabanzas y del que solicitan su benevolencia para descansar, invocar a su musa o para que se le perdonen sus faltas o su inspiración poética, tópicos que, en ocasiones rayan en lo rastrero. Los poetas épicos suelen exponer su teoría épica o hablar de la composición de su poema en los prólogos, basándose generalmente en los presupuestos aristotélicos contenidos en la Retórica y la Poética.

Debido a la excesiva longitud de los poemas, se dividen en Cantos o Libros (caso de El Bernardo). La forma estrófica utilizada es la octava real, conformada por ocho versos endecasílabos que riman ABABABCC. Las historias suelen ser sencillas y cronológicas en torno a un héroe, pero, a veces, se mezclan varios hilos en la acción principal, siguiendo el precepto de conferir variedad a la unidad, como lo hiciera Ariosto. Lo usual es que se interrumpa de vez en cuando la acción principal a través de cortes narrativos, con lo que se logra aumentar el deseo y la expectativa en el lector.

Respecto a su temática, las armas ocupan el lugar preponderante, pero el amor entre algunos de los personajes es otro de los tópicos importantes. Usualmente los poetas piden permiso retóricamente para abandonar el tema bélico y dedicarse a narrar los amores, que, en la épica renacentista, suelen ser entre paganos, así como en Ercilla lo son entre los naturales del Arauco, pero con Gabriel Lobo Lasso de la Vega comienzan los amores entre español e india[8] y Antonio de Saavedra lo imita.

La alegoría es otro elemento importante de la épica, ya sea como recurso estructural anticipatorio del porvenir, ya sea en forma de sueño, que le descubre verdades morales al poeta. Lo maravilloso también ocupa un lugar preeminente en este género; sean magos, hechiceras o demonios, las fuerzas del más allá intervienen en las acciones, bien en ayuda de los héroes o para obstaculizar sus empresas.

En uno de los últimos estudios dedicados a este género, La épica colonial (2000), de Juan Bautista Avalle-Arce, se consideran los modelos que enriquecieron a los poemas americanos: los clásicos de la epopeya, Homero, Virgilio y el cordobés Lucano; la épica tradicional y el Romancero de la Edad Media y Juan de Mena. Todas esas influencias además se sumaban a las poéticas neoaristotélicas de López Pinciano (1596) y Cascales (1617), que daban la pauta en lo concerniente a las reglas del poema épico. No es menos valiosa y de gran utilidad la taxonomía que Avalle-Arce hace de esta épica americana por ciclos, entre los cuales sobresalen: el de las guerras de Chile y el de la conquista de México, que produjo también una abundante cosecha, aunque, a su juicio, ninguna obra está a la altura de la grandeza de La Araucana de Alonso de Ercilla. A su vez, La Araucana es un influencia para nuestro poema, sobre todo, en el sentido imperialista y triunfalista, ya que Ercilla evoca los tiempos heroicos de Felipe ii en las batallas de Lepanto y San Quintín, la guerra con Portugal, como también lo hará Saavedra en el Canto xiv con las mismas batallas más las plazas de Orán, Malta y otras empresas que llevaron a cabo también sus familiares, Juan de Austria o el conde de Egmont; pero, además de la ideología imperial, Ercilla dejó en herencia a muchos de los poemas americanos que le siguieron la oscilación entre vitorear a los vencedores y mostrar piedad con los vencidos, como sucede en El peregrino indiano.

El ciclo épico cortesiano

Varios son los poemas épicos que, siguiendo la tradición verista de la literatura, propuesta por Ercilla de que el poema sea cierto y verdadero, tratan de la conquista de México y de la figura de Cortés: Primera parte de Cortés valeroso (1588) y Mexicana (1594) de Gabriel Lobo Lasso de la Vega; Nuevo Mundo y Conquista de Francisco de Terrazas, incompleto, y cuya fecha de composición se desconoce, aunque se tiene noticia de que la acabaría el clérigo Juan González;[9] Las Cortesiadas (hacia 1665) de Juan Cortés Osorio, inédito,[10] que recoge los hechos de la conquista y presenta una visión de la Ciudad de México en el lago y los “cien pueblos tan murados” contemplados por Cortés desde un peñasco, ante cuya visión teme el poder de Moctezuma (folios 198 vuelto – 199 vuelto), hecho que lo aleja de los otros poemas, en los que Moctezuma es el que se muestra temeroso ante la llegada de los españoles; La Hernandía (1755) de Francisco Ruiz de León, cuyo Canto v lo dedica a la descripción de la Ciudad de México y a la genealogía de los reyes hasta llegar a Moctezuma, además de los ritos, costumbres y ceremonias de la época prehispánica; y el último, México conquistada (1798) de Juan Escóiquiz.

En otros tantos poemas la conquista aparece de modo tangencial y su objetivo no es narrar las hazañas de Cortés, pero la empresa americana, la fauna, la flora, la geografía y las riquezas por explotar se insertan en ellos, aunque sea en unas cuantas estrofas: Carlo famoso (1565)[11] de Luis Zapata, de cuyas 5611 octavas, repartidas en cincuenta cantos, sólo 240 de cinco cantos se dedican a Cortés;[12] Elegías de varones ilustres de Indias (1ª parte, 1589) de Juan de Castellanos, cuyas Elegías VII y VIII de la primera parte están dedicadas a la figura del conquistador extremeño, además de reservarle un espacio también en las de Velázquez, Francisco de Garay y Pánfilo de Narváez; el Canto intitulado Mercurio (1623) de Arias de Villalobos, que recoge desde las “leyendas indígenas de la fundación de México en una isla en un lago” hasta la descripción de “la ciudad colonial y la llegada del décimo virrey”, pasando por los hechos más sobresalientes de Cortés;[13] Dorantes de Carranza salva otras estrofas cortesianas de dos poetas: José de Arrázola, hijo de un conquistador y amigo de Terrazas, y Salvador de Cuenca, probablemente hijo de Simón de Cuenca, un mayordomo de Cortés, según García Icazbalceta.[14]

Por último, entre los poemas que tocan apenas la conquista en algunas estrofas, yo incluiría también El Bernardo (1624) de Bernardo de Balbuena, porque desarrolla en los libros xv al xviii un viaje en el que unos tripulantes europeos recorren la geografía americana y llegan en la nave aérea de Malgesí a una cueva del Popocatépetl, donde los recibe el mago Tlaxcalan y les narra las proezas de Cortés, el origen del pueblo azteca, la destrucción de las naves, las luchas de Tenochtitlán contra los pueblos vecinos y las batallas navales contra los españoles en las zonas lacustres y pantanosas. Lo original de estas estrofas es que sirve a los propósitos imperialistas alabando a los aliados tlaxcaltecas, además de la elección del nombre del mago y de su discurso en el que se derraman adjetivos encomiásticos sobre la ayuda que los “invictos” tlaxcaltecas proporcionaron a los españoles y el amparo que estos le brindaron contra el “tirano” pueblo vecino.[15]

Podríamos considerar, por la cronología aquí expuesta, que Lobo Lasso de la Vega, Luis Zapata y Terrazas pudieron haber sido también fuentes para nuestro autor, además de la común a todos ellos, el biógrafo de Cortés, Francisco López de Gómara. Reynolds opina:

Varios puntos de similaridad entre el poema de Terrazas y el de Saavedra, al desviarse de los detalles históricos, indican la influencia de uno sobre el otro; ya fuera porque Saavedra vio el manuscrito de Terrazas antes de 1599, o que Terrazas, si aún estaba vivo, leyera el poema de Saavedra impreso después de 1599. Por otra parte, Nuevo Mundo y Conquista concuerda fielmente con la información histórica que se encuentra en Gómara, pero en contraste con el poema de Saavedra, a menudo desarrolla esa información de un modo más imaginativo.[16]

En cuanto al posible conocimiento mutuo de las dos obras de ambos poetas, Georges Baudot aduce un documento interesante del Archivo de Indias que concierne al poeta Terrazas.[17] Se trata de una carta de la Audiencia de México al rey del 16 de diciembre de 1580 donde se dice que Terrazas estaba componiendo en verso las noticias del descubrimiento y conquista, pero que falleció dejando viuda e hijos, por lo que se solicita que se les favorezca, con lo cual esa misma fecha sería la de su muerte. De acuerdo con esto, no es posible que Terrazas leyera el poema de Saavedra, como supone Reynolds, ni que supiera que estaba recopilando materiales para escribir su historia siete años antes de su publicación, hacia 1590 o 1592.

Es cierto que Saavedra se acerca en ocasiones a dichos poemas: a Lobo Lasso de la Vega le imita, como se dijo más arriba, los amores entre indias y españoles, pero Saavedra abarca muchos más hechos en el tiempo que Lobo Lasso, ya que éste acaba su poema con la prisión de Moctezuma.

En lo que sí coinciden casi todos estos poetas del género heroico, al menos los de autores criollos, es en el uso del vehículo épico “para ensalzar a sus propios antepasados, acompañantes de Cortés, y al mismo tiempo infiltrar sus reclamos por los antiguos méritos familiares”.[18] Se recurre a Cortés como el “baluarte que amparaba a una generación criolla deseosa de ‘alzarse con la tierra’, y a la cual su hijo Martín pretendió acaudillar durante su estancia en la Nueva España mediante una conjura fallida”.[19] Todos ellos llevan a cabo en el proceso de su escritura una reivindicación criolla, un afán de cobrar servicios, aunque no en todos es tan evidente, por ejemplo, en el Cortés valeroso, se enumeran 113 conquistadores de los que acompañaron a Cortés y 170 en la Mexicana; sin embargo, Lobo Lasso no se explaya “en el reclamo por el despojamiento de encomiendas y privilegios sufrido por los descendientes de los otros conquistadores”,[20] como era habitual entre ellos cuando se les acababan las encomiendas y agobiaban al virrey y a otros cargos políticos.

Algunos viajaban a la corte con memoriales y relaciones de méritos y servicios, como Antonio de Saavedra Guzmán o como Baltasar Dorantes de Carranza, que heredó una encomienda de su padre, de la cual dice que, al quitársela, quedó “tan desnudo en cueros como lo salió mi padre de la Florida”.[21] Dorantes también escribió, como se dijo más arriba, una relación en la que daba cuenta de las genealogías de los conquistadores para pretender compensaciones por los servicios de sus padres. Relación que, según el acertado juicio de Margarita Peña, es un “receptáculo en el que se vierte el resentimiento criollo ante la prepotencia del peninsular venido a Indias posteriormente, detentador de privilegios y mercedes que se escatiman a los hijos de los españoles”.[22]

Saavedra, al igual que el conquistador Bernal Díaz, anuncia desde el prólogo que no sólo cantará las hazañas de Cortés sino también las de “los demás que ganaron la Nueva España”. En las quejas y lamentos, nuestro poeta se asemeja a Francisco de Terrazas, quien pena por la situación general de los criollos de la “llorosa Nueva España, que deshecha/ te vas en llanto y duelo consumiendo”[23] y reivindica el pasado esplendoroso al que su padre, de su mismo nombre y mayordomo de Cortés, contribuyó, desde un presente en el que todo es para los advenedizos y para los descendientes no queda más que la despedida:

Madrastra nos has sido rigurosa,
y dulce madre pía a los extraños;
con ellos de tus bienes generosa,
con nosotros repartes de tus daños.
Ingrata Patria, adiós, vive dichosa
con hijos adoptivos largos años.[24]

Antonio de Saavedra también llena de lamentos su Canto xv usando la misma imagen de la madrastra que prefiere a los que llegan de España y desprecia a los verdaderos hijos de la tierra:

Son los bastardos hijos aburridos,
de la mala madrastra castigados,
que son con asperezas impelidos,
como de pelo ageno mal colgados.
O como los que en pueblos no sabidos,
andan acá y allá descarrïados,
y el madero arrojado es su consuelo,
y en él albergan su desdicha y duelo.[25]

En cuanto a la formación de nuestro autor, estudió retórica y poética y, como el Inca Garcilaso, reivindica, en el Canto xi, su autoridad de primer historiador nacido en la patria mexicana y el ser conocedor de la lengua náhuatl, por lo que al final de su poema anota en un glosario algunos de los vocablos utilizados, a imitación de Ercilla en La Araucana. Recrea igualmente algunos rituales y ceremonias indígenas, costumbres y danzas, como la de los voladores o la del palo, de las que parece ser conocedor, así como algunos nombres de caciques y de los parientes de Moctezuma que conforman el consejo al que consulta el rey azteca antes de la batalla; conoce también a los señores tlaxcaltecas y a los reyes de Texcoco. Esta reivindicación de lo autóctono le permite situarse en un punto de vista privilegiado para llevar a cabo el recuento de las proezas, los méritos y servicios de los conquistadores, y abrir el camino a sus solicitudes de criollo.

Viajó a España, como consta en su prólogo, y por los sonetos laudatorios a su obra, se ve que estaba bien relacionado en la Corte y entre los mismos poetas, como Vicente Espinel y Lope de Vega, que elogiaron su obra. Igualmente su aprobación se debe al cronista de Indias, Antonio de Herrera. La fecha de 1599 es clave para nuestros propósitos porque fue el año de la publicación en España de la obra de un criollo, el Peregrino indiano de Antonio de Saavedra Guzmán.

mostrar Caracterización

Tópicos épicos en el poema

Uno de los temas que más se reiteran en la obra es el de la “verdad poética”, no sólo presente desde el prólogo, sino que suele interrumpir la acción de vez en cuando para justificar su poema sin colores retóricos que la adornen sino simplemente inspirada en la verdad,[26] tal y como prescribía Aristóteles que debía ser la tarea del historiador y no la del poeta, quien podía contar los hechos como pudieron haber pasado; entonces, en nombre de la verdad, Saavedra prefiere la llaneza, la sencillez del estilo y el llamar a las cosas por su nombre, se confiesa ignorante y trata de prescindir de las alusiones mitológicas:

No lleva el ornamento de invenciones,
de Ninfas, Cabalinas, ni Parnaso,
de Náyades, Planetas, ni Triones,
que yo tengo por dar el primer passo;
no sé quién son los fuertes Mirmidones,
ni aun el Peloponeso ni el Ocaso,
porque me han dicho, cierto, que es lo fino,
el dezir pan por pan, vino por vino.[27]

Aunque no siempre logra sus propósitos, y cae en las tentaciones eruditas y enciclopédicas de muchos poetas épicos, sin embargo, estructuralmente, sí consigue la sencillez, pues no mezcla otras historias que se engarcen con la acción principal, y apenas provoca suspenso en el lector, excepto cuando va a acabar un canto, que anuncia que contará tal suceso en el siguiente.

La alegoría, inherente a todo poema épico, aparece en el sueño del Canto xiv; tal recurso le permite al poeta introducirse en el poema y ser conducido por una ninfa que lo lleva por un locus amoenus, en donde tiene el privilegio de oír el lenguaje de los pájaros y deleitarse con los arroyos y jardines para atravesar inmediatamente unos parajes propios de la literatura de visiones: valles de espinas, cavernas tenebrosas de las que sale humo sulfuroso, que no son más que un descenso a los infiernos, como lo hicieran Eneas, Dante o el Marqués de Santillana, pero donde no hay personajes históricos o famosos enamorados, sino los pecados capitales en forma de fieras o monstruos horribles; después, el poeta sube al Monte Parnaso, donde sostiene un diálogo con la diosa Sapiencia y ve la rueda de la Fortuna y las siete virtudes rodeando a un niño hermoso, una lucha entre la Envidia y la Fama, en cuya boca pone un panegírico a Felipe ii, a quien seguramente iba a dedicar el poema, pero murió un año antes de su publicación y lo dedicó entonces a su sucesor, del que, por llevar tan poco tiempo en el poder, no podía alabar mucho sus virtudes.

No falta la dosis de moralización y didactismo en las primeras estrofas de cada canto, que son sentencias sobre vicios y virtudes, sobre la Fortuna, o bien desarrollan una moraleja del canto anterior; hay otras estrofas, que podríamos llamar de enlace, en las que se invoca continuamente a la inspiración, a la ayuda divina, o se interrumpe la acción para hablar de la materia poética. Asimismo, los dos endecasílabos finales de cada canto suspenden la narración, pero permiten seguir la función de contacto con el lector, que no es otro sino el rey, a quien se dirige con vocativos como “Señor”, “Sacro Señor”, “Señor Supremo”, “Señor engrandecido”, ya sea invitándolo a pasar al canto siguiente, pidiendo que le dé ánimo para proseguir su tarea o solicitándole un breve descanso.

Salvo estas mínimas interrupciones, la historia es sencilla, lineal, contada por un solo narrador que, a veces, concede la palabra a algunos de sus personajes: Cortés, Aguilar, Alvarado, Moctezuma y otros reyes indígenas o caciques. El relato es cronológico sobre las hazañas de Cortés desde que se embarca en Cuba y desembarca en las costas de Cozumel hasta las batallas en México-Tenochtitlan, la ciudad sitiada y la prisión de Cuauhtémoc. En el último canto promete una segunda parte, que no dice de qué tratará, pero los 20 cantos abarcan un segmento de la historia, un corte en el tiempo de la conquista de la Nueva España, que detalla con sumo cuidado desde su voz de narrador único, pues no hay multitud de narradores ni miles de historias que se entretejan o enriquezcan la acción principal, como sucede en otros poemas épicos, El Bernardo, por ejemplo, que heredó dicha técnica del Ariosto. Saavedra logra ceñirse con rigor a la verdad histórica hasta en los mínimos detalles: la anécdota de la pérdida del timón de una nave que obliga a Cortés a volver a Cozumel; la lebrela que se había quedado desde la expedición de Grijalva y la rescatan los soldados; los caciques tlaxcaltecas aliados y otros personajes mexicanos: Malinali, Moctezuma, Cuitláhuac, Cuauhtémoc, los tlaxcaltecas, Maxixcatzín y ambos Xicoténcatl, que se ajustan rigurosamente a la historia; las batallas más importantes: Potonchán, Cholula, Otumba o la Noche Triste, por mencionar algunas. Registra hechos puntuales como las cartas que envía Cortés a Narváez para que se alíen; las celadas que les tienden en el camino los cholultecas a los españoles; la huida en la Noche Triste con el oro; la persecución y captura de Cuauhtémoc. El maravilloso encuentro entre Cortés y Moctezuma es notablemente recreado con la misma pompa de la que hacen gala otros historiadores y cronistas. Se fija en los atuendos de los diferentes caciques, en el atavío de Moctezuma, en las ceremonias de recibimiento. No obstante, comete incorrecciones cronológicas al nombrar los apellidos de los soldados, por ejemplo, en el Canto v, incluye a Juan Justes o Yuste en la batalla contra los potonchanos, y en el ix a Montaño en la batalla contra los tlaxcaltecas, cuando que eran capitanes que vinieron con Narváez mucho después de ambas batallas. Y es que, al igual que su predecesor, Lobo Lasso de la Vega, el poeta parece entusiasmarse en el fragor de las diferentes luchas, y se extiende en largas enumeraciones de todos los conquistadores para dejar constancia de sus apellidos y de sus hechos sin reparar en las sucesivas adhesiones de soldados que llegaron a México con otros capitanes, adelantados o tesoreros, con diferentes misiones y en diversas etapas. Al autor le interesa sobremanera el tema de Marte y obedeciendo a las leyes épicas pasa revista en varias ocasiones a los soldados que hicieron la conquista, pero también es consciente de que el tema bélico puede cansar al lector, y le concede un respiro: así como Homero había recreado la historia de Héctor y Andrómaca; Virgilio, la de Dido y Eneas; Ercilla, los amores de Lauca, Glaura y Tegualda, Saavedra esboza también el tema amoroso en el lamento de Cabalacán, el desdichado, por su esposa Ricarchel, sacrificada en un cenote; en la historia de Curaca, la desventurada, por la muerte de su esposo Chamabato, ambas del Canto V; pero también, siguiendo el poema De Cortés valeroso (1588) de Lobo Lasso de la Vega, emula los amores de Gualca y Pedro de Alvarado, que en el poema de Saavedra se transforman en los de Xúchitl y Jorge de Alvarado del Canto x, en el que Xúchitl, como lo hiciera Gualca, le descubre a su amante la emboscada de la que los españoles van a ser víctimas; y la más trágica de todas, la de Juan Cansino y Culhúa del Canto xviii, de cuyo extraordinario caso nos da noticia también Dorantes de Carranza,[28] el hijo del conquistador Andrés Dorantes, compañero de naufragios e infortunios de Cabeza de Vaca. El escritor Dorantes, entre los múltiples datos y genealogías de descendientes de conquistadores, de los que hemos podido extraer algunos de nuestro poeta y de otros consignados en el poema, cuenta que Cansino se permitió herrar en la cara a la india Culhúa, y ella se dejó por el amor que le tenía a Cansino, pero el padre de Culhúa se quejó a Cortés, quien prendió a los dos amantes, y Cansino fue desterrado, aunque salvado de una muerte segura, en pago por haber ayudado a Cortés en una ocasión en la isla La Española.

De influencia ariostesca son algunos comienzos de capítulos donde anuncia la materia que va a cantar, como la primera estrofa del Canto i, y la interpelación a las damas con la que se comienza el Canto vi. Ariosto, desde el primer canto, anuncia que cantará a las damas y al amor, al igual que a las armas y a las empresas; entonces en el Canto xix junta ambos temas enalteciendo las "admirables cosas" de las damas antiguas que fueron famosas doncellas guerreras. Saavedra acude al tópico de la falsa modestia para disculparse por la incapacidad de su lengua y de su pluma para celebrar la belleza femenina y la historia de tantas damas famosas, pero no habla de ellas, apenas las describe en unos cuantos versos y sólo en las estrofas finales del Canto xvii, con la intención de introducir la historia de Cansino y Culhúa del canto siguiente, se atreve a pisar el terreno amoroso, hablando en primera persona de tal sentimiento como si fuera una plaga, una prisión, un martirio y una red enemiga para los que caen en ella:

¡O, yra embravecida, y tan maldita
quando ensañada a un pobre pecho viene,
que sin que pueda nadie contrastarle
no dexa un coraçón hasta acabarle![29]

De ecos petrarquistas son las primeras estrofas de este canto, donde continúa los lamentos amorosos que enmarcan la historia de Culhúa y Cansino, en cuya boca pone el tan manido verso de Garcilaso: “¡Oh, dulces prendas por mi mal halladas!”. La afectada modestia le lleva a disculparse una y otra vez por la incapacidad para desarrollar el tema de Venus y preferir el de Marte. La historia de estos amantes es la más extensa, se desarrolla a lo largo del Canto xviii, a través de descripciones y diálogos amorosos, logrando mantener la atención del lector hasta el desenlace de los hechos: la sentencia y el castigo. Dicha historia queda bien enmarcada entre estrofas de disculpas por la incapacidad en el tratamiento de semejantes temas y otras de experiencias personales, que se corresponden a las estrofas finales del Canto xvii, que, como se dijo antes, servían para ilustrar con el ejemplo de estos dos amantes los males que produce el amor a quienes son víctimas de tal sentimiento, como otrora lo fuera el poeta, cuya experiencia, ficticia o no, esboza apenas.

Como poeta y no como el historiador que pretende ser, Saavedra Guzmán es conocedor de otros muchos recursos retóricos del género épico: la comparación de los hechos bélicos y de los soldados y de Cortés con héroes y reyes de la antigüedad: Saúl, Tolomeo, Nerón, Tántalo, Midas, Yugurta, Aníbal, Amílcar Barca, César; la abundancia de símiles tomados del mundo animal, como el de las ovejas y el pastor, la liebre y el cazador; la comparación con hormigas, galgos (i), aves, ovejas (iv), toros, tórtolas, abejas, grullas (viii), águilas y serpientes (xviii), perros perdigueros y perdices (xix), lobo y ovejas, lobo y corza (xx); las enumeraciones en la descripción de la vajilla y la comida (ii), o de las partes de un navío (viii), que toma probablemente de la famosa tormenta del final del Canto xv de la primera parte de La Araucana, en la que naufragó el propio poeta en la expedición de don García Hurtado de Mendoza; los nombres de los conquistadores que acompañaron a Cortés; el lenguaje altisonante en las batallas o las arengas de Cortés a su ejército; el manejo del suspenso que va racionando en cada canto: en el segundo, por ejemplo, introduce el signo de la cruz y la incertidumbre sobre los hombres barbados que se encuentran en poder del cacique Canabato, para dar paso al relato en primera persona de Jerónimo de Aguilar, que aclara todo; en el tercero, la anécdota de la lebrela que los proveía de caza anima el relato antes del consejo de guerra que se celebra entre los caciques potonchanos y que dejará al lector en la incertidumbre de la posible guerra que se avecina y que se extenderá hasta el Canto iv.

Sin embargo, también adolece de muchos defectos, tales como repeticiones: no vacila en acudir a la misma palabra para lograr la rima, aunque tenga significados distintos: “començó el gran ruýdo de las pieças, (cañones) / que parecía caerse el mundo a pieças” (pedazos); también recurre a idénticos adjetivos para referirse tanto a españoles como a mexicanos en las descripciones de personajes; las mismas enumeraciones de armas y las mismas técnicas guerreras de una y otra tribu; las partes de los navíos se repiten en diversos cantos, y suele usar parecidas imágenes reiteradamente, por ejemplo, en los amaneceres mitológicos, en los que varias veces se alude a la “divina diosa” o a la esposa de Titón; todo lo cual indica una gran pobreza estilística o una premura por terminar el poema durante el trayecto marítimo en el que dice haberlo compuesto, sin una revisión final que enmendara tantos errores y carencias, y llegar a la corte para publicarlo. Una excepción serían las continuas iteraciones de apellidos de conquistadores, que obedecen a sus propósitos reivindicativos, y lo hacen igualmente otros poetas épicos anteriores a él, tales como Francisco de Terrazas y Gabriel Lobo Lasso de la Vega.

Saavedra sigue, fielmente, la tópica del exordio: empieza su poema con las partes retóricas del Ars poética de Horacio,[30] aunque con el orden innovado por la poética renacentista, que ya habían usado en sus poemas Virgilio, Lucano y luego, Ariosto y Ercilla: la propositio, por medio de la cual anuncia el asunto grave y heroico que va a tratar y desde el que ya se empieza a enaltecer la grandeza de España y la defensa de la fe católica; la invocatio, o la petición de ayuda, no a las musas ni a los dioses, sino al cielo y al mismo monarca, a quien va dedicado el poema; y la narratio sobre las hazañas de Cortés, y todo ello salpicado de alabanzas a Felipe iii, a su padre y a su abuelo, y de la afectada modestia de su: “débil pluma”, “ánimo ofuscado”, “frágil espíritu” o “estilo rústico”. También para metaforizar su poema o su quehacer poético, usa el tópico de la navecilla a merced de las olas, en el Canto i, y desea que se dirija a buen puerto, que no es otro que el resguardo, el amparo y la protección que le brindará el monarca para eternizarse y consagrarse como poeta.

La máquina maravillosa

La épica, en opinión de Pierce, es un vehículo típico de una civilización que está segura de sí misma y que posee creencias firmes, por tanto, presenta un mundo de estructura estable en que el héroe siempre es ayudado por fuerzas sobrenaturales al realizar sus empresas.[31] En El peregrino indiano la maquinaria maravillosa, propia de los poemas heroicos, surge varias veces en la obra: con la magia de la hechicera tlaxcalteca que profetiza hazañas futuras; en el sueño, puerta de acceso que conduce al poeta al inframundo, donde ve a los pecados capitales y a las virtudes en lucha; y en lo que llamamos maravilloso cristiano, o sea, la intervención de fuerzas sobrenaturales, no paganas sino cristianas, en el destino de los humanos, que los poetas americanos rescatan de Tasso. Al igual que los dioses en la poesía heroica tomaban partido por uno u otro bando, por ejemplo, Palas Atenea por Ulises, Venus, por Eneas o Juno, en contra de los troyanos, Tasso cristianiza la máquina sobrenatural y divide los bandos en celestial e infernal. En nuestro poema se convocan dos concilios infernales: en el Canto i, Lucifer trata de entorpecer el curso de los navíos de Cortés y conjura a su legión y a los vientos, que inmediatamente acuden a su llamada y se introducen entre las olas bramando. El tópico del conciliábulo demoníaco se une así con el de la tormenta, que tampoco podía faltar en todo poema épico que se preciara, donde había ocasión para lucir un amplio vocabulario náutico, los más espantables adjetivos y pintar las escenas más tempestuosas, de mayor angustia y movimiento que, sin duda, contribuían a dar realce a la historia, y a violentar los ánimos de los lectores. Los poetas épicos recreaban tormentas, naufragios, batallas cruentas y, en nuestro poema, además, las descripciones de los adoratorios inmundos, llenos de calaveras e inundados de la sangre putrefacta de los sacrificados. Dentro de este maravilloso, que podríamos calificar de prodigioso, cabe también el tópico de los agüeros, presagios funestos antes de la batalla que tienden a infundir temor y a sublimar la lid por cuanto la naturaleza se transforma ante los ojos de los que van a combatir.

El otro conciliábulo es convocado por una agorera tlaxcalteca, Tlantepuzylama, cuya fuente podemos rastrear en las prácticas necrománticas de la maga Tesalia de La Farsalia, cuando la va a buscar Sexto, el descendiente de Pompeyo.[32] Algunos de los animales que usa Tlantepuzylama para sus hechizos son reminiscencia de los que mezclaba Tesalia para sus augurios, usados también por el mago Fitón de La Araucana, que, a su vez, es el antecedente inmediato del mago Tlascalan de El Bernardo, también tlaxcalteca.

De acuerdo a las doctrinas estéticas de los Siglos de Oro, los modelos clásicos no sólo podían imitarse sino que debían imitarse. Pues bien, Saavedra se afilia con esta agorera tlaxcalteca a la tradición épica, pero también aporta su originalidad, pues al lado del bestiario medieval y de las maravillosas propiedades de animales como scítolas, cerastas, salamanquesas y anfisbenas, convive un herbolario autóctono: el caquiztli, el piciete, el tabaco, el axí, la závila o el quauhnenepil; usa el tezontle negro como sahumerio o toma peyote para inquirir al mundo y provocar la profecía; además hace una suerte de mixturas celestinescas que, insertadas en medio del lenguaje terrorífico del conjuro, parecen una parodia de la hechicería y mueven a la risa:“Hombligo de mujer brava y bermeja”, “las uñas de hombre zurdo”, “Menstruo de muger baxa y muy usada,/ el vello de la gorda, y el más gruesso/ y de la flaca, el más pegado al huesso”, “caspa de moça flaca, y verdinegra,/ lágrimas de muger que tiene suegra”.

Todo el infierno clásico es convocado por la bruja, a la cual muestran el pasado de los enemigos de España sufriendo las penas del infierno y el porvenir de la nación elegida para sujetar a su patria. La alucinación que sufre Tlantepuzylama está cargada de elementos que contribuyen al proselitismo político imperialista y religioso de la nación española. En los poemas épicos americanos llega a convertirse en un tópico el que en boca de los personajes maravillosos recaigan los discursos apologéticos de las virtudes de los héroes que le dan fama a España y los encomiásticos de gloria para el Imperio español. Como vemos, Saavedra no puede prescindir de la maquinaria maravillosa, ingrediente básico de la épica, pero en aras de su tarea de historiador en busca de la verdad, prefiere curarse en salud y racionalizar lo maravilloso de su poema; así, después del conjuro infernal de la bruja tlaxcalteca repite de nuevo su fervor por la verdad y no por la ficción y hace pasar el hechizo por verdadero, pues en Tlaxcala

[…] oy no hay en el mundo
adonde se use más la hechizería,
y algún indio en el arte, sin segundo,
que habla con el diablo noche y día.[33]

Los Cantos xii y xiv están cuajados de elementos enraizados en ese sobrenatural milagroso o maravilloso cristiano y que también aparecen relatados por López de Gómara y Bernal Díaz: las consabidas ayudas de Santiago en la batalla, el hombre en su caballo blanco con la espada en la mano derecha, el agua milagrosa que brota del suelo o el episodio en el que a los indios se les quedan pegadas las manos a la estatua de la virgen, cuando tratan de destruirla.

Pero lo que más le interesa al autor destacar, y que contribuye así mismo al proselitismo religioso, es el hecho de encumbrar a los soldados a la altura de lo que Jacques Le Goff denomina "las milicias cristianas de lo maravilloso".[34] Saavedra llama a los soldados "capitanes del cielo" y "mártires", porque convierte el episodio americano en una nueva cruzada, como atinadamente ha apuntado José Rubén Romero[35] en el estudio introductorio a su edición. Como en los Cantares de Gesta medievales, en la épica americana también la función de lo sobrenatural era empujar a los cristianos a la lucha contra los infieles y su muerte en la batalla merecía el paraíso;[36] se glorificaban por la muerte y creían firmemente que Dios los socorría, a través de los milagros y de los mensajeros celestiales. También Saavedra encumbra a los soldados muertos por la sangre vertida y porque han alcanzado el mismo paraíso.

Personajes: Cortés y Moctezuma

El personaje que Saavedra presenta de Cortés también contribuye a cargar el poema de propaganda eclesiástica, porque, además de guerrero y estratega, Cortés es un gran evangelizador, al que Vicente Espinel, en un soneto de los que preceden la obra, lo llama “precursor Bautista” y nuestro poeta lo bautiza como “alférez de Cristo”. La arenga del primer canto, en la que instruye a sus propios hombres en la fe y el evangelio, parece más apropiada para la boca de un fraile; así, Saavedra lo presenta como el primer difusor de la doctrina cristiana, además de que en el primer encuentro con los indios de Cozumel los convierte al cristianismo en unas cuantas estrofas, al igual que a Moctezuma en el Canto xii, quien inmediatamente se arrodilla después del sermón cortesiano y reconoce al Dios de los españoles. Sin embargo, en las crónicas de López de Gómara y de Díaz del Castillo se dice que Moctezuma muere sin ser bautizado.

Cortés es además retratado como una persona generosa y compasiva, capaz de llorar por la muerte de Moctezuma y de lamentar la pérdida de la ciudad, pero también es capaz de ser implacable a la hora de mandar ejecutar un castigo, tanto de los señores indígenas, Xicoténcatl o Cuauhtémoc, como para aleccionar a los soldados, sobre todo, a los guardias de Moctezuma. Se recrea un episodio en el Canto xi en el que Moctezuma se molesta al ver escupir a un soldado, Cortés lo manda ahorcar, pero Moctezuma le solicita el perdón y el cambio de la muerte por el destierro.

Es superior a su tropa intelectualmente, no sólo por sus dotes de mando, sino también porque es un buen orador y adulador, cuando conviene, y un audaz y hábil estratega para ordenar los avances y las velas nocturnas. Reynolds ha contado las palabras más frecuentes que usan los poemas cortesianos para calificarlo: prudente, sagaz, industria, mañas, astucia, cuerdo, entendido y destaca que “los epítetos del tipo prudente–, de buen seso–, y agudo ingenio- coincidieron con aquellos aplicados al tradicionalmente noble cortesano por los escritores antiguos inspirados en la ética Aristotélica y por los escritores españoles medievales que expusieron los cánones de las virtudes caballerescas”.[37]

Cortés aparece como uno de los héroes que han enaltecido a España, porque, además de la propaganda religiosa inherente en el poema, la propaganda política de difusión de las ideas imperialistas no es menos importante, por eso hay que tener en cuenta también las omisiones y la tergiversación de la historia, por ejemplo, Saavedra no concede mucha importancia a la codicia de los conquistadores, es más, en el poema, el extremeño les prohíbe a sus soldados que se apropien de los bienes de los indios, hecho del cual también da constancia Bernal Díaz en su Historia cuando, a la llegada a Cozumel, aquél recrimina a Alvarado por haberse adueñado de cuarenta gallinas, alegando que si robaban a los naturales no se podrían apaciguar aquellas tierras; el encuentro con Moctezuma, ficcionalizado también por el mismo Cortés y por Bernal en sus respectivas relaciones, aparece aquí recreado convenientemente para los fines de Saavedra. Por poner sólo dos ejemplos: los regalos de Cortés a Moctezuma no son de vidrio ni otras baratijas de poco valor, como las que usualmente servían para rescatar, sino “de rubís y diamantes y oro fino”, cuando que, según Bernal Díaz, le dio un collar de piedras de vidrio llamadas “margajitas”; la matanza que los hombres de Alvarado, en ausencia de Cortés, perpetran en el Templo Mayor, Saavedra la considera “el más honrado hecho que tuvo el mundo” y “caso notable y dino de escribillo”, puesto que plantea la situación como una defensa de los españoles ante la traición que los indios planeaban hacerles.

Además de los conquistadores, los aliados tlaxcaltecas y el enemigo tenochca están idealizados y engrandecidos con calificativos altisonantes que no son más que un medio para enaltecer a los propios españoles, por haber tenido que combatir contra ellos,[38] aunque no faltan escenas en que presenta a los indios apocados y atemorizados por los simulacros que frecuentemente Cortés mandaba hacer a los suyos. Saavedra recrea uno de estos pavorosos espectáculos “cortesianos” cuando se encuentra en una reunión con Teutlille y cuando más descuidada estaba su gente, no acostumbrada a juegos de cañas ni a torneos y menos a “aquellos crueles rayos infernales”.[39]

Moctezuma aparece en el poema desde el Canto vi, en el que a través de los tributos que se recogían en su imperio, se nos presenta como un rey temido y de gran poder y grandeza. Este temor de sus súbditos hace que se presente como un rey despótico, con lo cual “se acentúa el carácter de liberador de aquel que lo derroca”,[40] y se justifica plenamente la conquista. Sin embargo, en el poema, de ser un rey temido pasa, en los siguientes cantos, a traslucir su temor ante la llegada de los españoles por las diversas embajadas que recibe de Teutlille y sobre todo, al ver en el lienzo pintados a estos nuevos hombres y sus armas. A partir de este momento, todo su poder persuasivo es usado para tratar de impedir a Cortés su viaje a Tenochtitlán con miles de pretextos, aparentemente bondadosos de protección, por lo peligroso de las tierras que han de atravesar o por los enemigos no sometidos a su imperio que pueden hacerles guerra. Ante la insistencia de Cortés en las diversas embajadas de visitarlo, Moctezuma convoca un consejo en el que se vierten diversas opiniones, pero su ánimo queda “confuso, rezeloso y afligido” porque vislumbra el fin de su imperio. No obstante, le envía regalos al por mayor, donde demuestra su liberalidad y magnanimidad y, sobre todo, conocer las leyes hospitalarias, pero también su miedo, el cual le lleva a tenderle celadas en todo su camino. Entre opulentos y generosos presentes y traiciones, llega Cortés frente a Moctezuma en el Canto xi, una suerte de remanso narrativo en el que el poeta logra transmitir la misma fascinación y admiración que tuvieron los conquistadores y los cronistas que reprodujeron el encuentro: la magnificencia de la ciudad, el tráfago de canoas en los canales, la riqueza y el bullicio de sus mercados, la comitiva de acompañamiento con sus atavíos y las ceremonias de intercambio entre ambos personajes. La descripción de su palacio, sirvientes, comidas y costumbres ocupa otras cuantas estrofas hasta que logra romperse lo que hemos llamado el remanso narrativo para crear de nuevo la tensión con la noticia de la muerte de unos españoles a manos de Qualpopoca. Este hecho será el pretexto de Cortés para encarcelar a Moctezuma en su propio palacio, quien se muestra afligido, temeroso, e incluso llora. En estos diálogos en los que se individualiza a Moctezuma, el poeta parece sentir piedad y solidaridad por él, como lo hiciera Ercilla por los líderes araucanos, pero sobre todo, dramatiza su muerte a causa de unas pedradas arrojadas por sus mismos hombres. Respecto a la muerte de Moctezuma, hay versiones encontradas en las diferentes crónicas: en las Cartas de relación de Cortés, por ejemplo, no se entierra a Moctezuma, pero se llora su muerte porque lo ve siempre como un aliado; en la obra de Bernal, a quien se le nota una gran veneración por este rey, se lamenta que no se haya vuelto cristiano antes de morir, mientras que en el poema ya está bautizado. En el Libro xii del Códice florentino, los funerales de Moctezuma dan lugar a una protesta popular. Cuando se intenta quemar el cadáver, el pueblo grita y se levanta como muestra de protesta porque el rey ha traicionado al pueblo, en oposición al rey de Tlatelolco, muerto en el mismo momento y quemado con grandes muestras de sentimiento y respeto. En cambio, el Códice Aubin describe a un indio que recoge el cadáver de Moctezuma y va a todos los pueblos de la laguna pidiendo que quemen el cadáver del rey que lleva a cuestas, pero nadie quiere hacerle honras fúnebres, hasta que Cuauhtémoc ordena que lo quemen para liberar al indio de su carga. En el Códice Ramírez, el cuerpo de Moctezuma es quemado, por lástima, por un mayordomo suyo que entierra luego sus cenizas en una olla.[41] La versión de Saavedra en la que se entrega el cuerpo a dos caciques, lo embalsaman y lo llevan a enterrar a Chapultepec, obedece a la de Gómara.

El autor en el poema

A pesar de la prescripción aristotélica de que el poeta debe hablar lo menos posible de sí mismo, suele entrometerse en el poema como autor o como poeta en el acto de escribir o esperando la inspiración, pero, a veces, interviene también como personaje en el propio poema, como muchos otros poetas épicos americanos o peninsulares, porque en el género épico “la vida del autor y su obra están íntimamente entremezclados al punto de ser casi uno y lo mismo”,[42] de tal manera que podría considerarse una “literatura con perfiles autobiográficos”, en la que se introducen “los avatares particulares de sus autores”.[43] Saavedra desliza detalles de su vida aquí y allá. Las digresiones más importantes, que acaso confieren un mínimo de variedad a la fábula, son tal vez las biográficas y es que el mismo título de la obra puede darnos la clave: El peregrino indiano puede ser Cortés por su peregrinar guerrero y evangelizador en tierras de la Nueva España, pero también es el propio autor por su peregrinar administrativo en ciudades de la Nueva España hasta acabar en un viaje marítimo que lo conducirá al buen puerto de la metrópoli donde tiene puestas sus esperanzas de fama. Ambos son peregrinos de esta historia: uno con su espada y otro con su pluma, como dice Lope de Vega en el poema laudatorio contenido en los preliminares: Un gran Cortés, y un grande cortesano autores son desta famosa historia si Cortés con la espada alcança gloria, vos con la pluma, ingenio soberano. Saavedra se introduce también en el poema como si él mismo fuera un personaje conquistador, testigo de los hechos y combatiente del bando de Cortés. El abuso de la primera persona del plural: “A los nuestros continuo retirava”, “Nos yvan con pujança dando alcance”, “A assolar nuestra triste compañía” nos indican, además de la imitación de López de Gómara, su fuente historiográfica, la intención de reivindicación de este criollo, descendiente de conquistadores, que en la ficción él mismo se incluye en el plural y se reencarna en un conquistador para dar cuenta de los servicios y de las batallas que libraron sus lejanos antepasados, además de que, como autor, dirige su poema al rey y lo invoca como musa y protector continuamente, en el presente en el que escribe el libro, donde da cuenta de su último cargo de Corregidor, y da rienda suelta a sus quejas, pues se ha visto mancillada su honra por intrigas en la administración novohispana.

El clímax de sus reivindicaciones son los Cantos xi, que recoge sus quejas, y el xv, en el que evoca un pasado heroico, primero, y después de paz, mantenida gracias a sus abuelos, primeros pobladores de estas tierras; y un presente desdichado, en el que tanto los descendientes de la realeza india: “los hijos, sobrinos, nietos y parientes” de Netzahualpiltzintli, como los de los conquistadores, se ven desposeídos; por eso, aunque pretende siempre ceñirse a la verdad, se permite algunas licencias e incluye entre los conquistadores a algunos de sus descendientes, que se encuentran en la misma situación que él, como son los casos de Ontiveros, Nava, Martel, Tejadillo y algunos otros que ni siquiera participaron en la conquista.

Como hemos visto en los escasos datos que tenemos de la vida de Saavedra, aunque emparentado por todos los costados con conquistadores, en realidad, era bisnieto de conquistador y las encomiendas sólo se daban por tres generaciones, de ahí la petición reiterativa de tantos criollos por que fueran perpetuas. La quejas eternas del criollo despojado de sus cargos por el chapetón advenedizo aflora en estas estrofas cargadas con tintes lastimeros y de rencor por las injusticias de algunos virreyes, agobiados por tantos memoriales impertinentes y relaciones de servicios y de méritos de unos descendientes orgullosos que se jactaban de su abolengo, y, a la vez, prejuiciados respecto al trabajo, pero envidiosos de los nuevos españoles que llegaban a algún puesto de la administración o a vivir del comercio o de la tierra.[44] Nuestro poeta, aunque sigue la línea de estas peticiones criollas, no solicita una encomienda sino que se le restituya en su cargo de Corregidor en Zacatecas o que se le haga justicia.

mostrar Recepción

En general, la obra El peregrino indiano fue bien recibida por sus contemporáneos: Bernardo de Balbuena consideraba a Saavedra Guzmán un gran cortesano y uno de los excelentes poetas de las Indias Occidentales.[43] Dorantes de Carranza lo ensalzó como “el primero que ha arrojado algo de las grandezas de la conquista deste nuevo mundo y así se le debe mucho y el todo por haber sido el primero que ha sacado a luz lo questaba tan sepultado”.[44]

Los historiadores de la literatura coinciden en que se trata de una crónica rimada. M. G.Ticknor la compara con la de Lasso de la Vega y dice que la de Saavedra “tiene más poesía y más verdad, como trabajo de un autor que conocía familiarmente las escenas que describe y los hábitos de aquella raza desgraciada, cuyo fin desastroso refiere”.[45] Prescott la calificó de crónica histórica por su fidelidad a la verdad de los hechos, y a su autor de más cronista que poeta.[46] Los hay que opinan que su obra es “historia verdadera con algunos adornos poéticos, y en lenguaje generalmente castizo; pero con mala versificación y estilo prosaico, vulgar y aún bajo en ocasiones”.[47] Menéndez Pelayo sólo le reconoce el mérito de ser “el primer libro impreso de poeta nacido en Nueva España”, pero su lectura le parece “árida e indigesta” y sus veinte cantos “mortales”. Beristáin de Souza califica El peregrino como un “libro tan apreciable como raro, y en que se encuentra más naturalidad y exactitud que en el Poema en prosa de D. Antonio Solís”.[48] Entre otros detractores de Saavedra, se encuentra el bibliógrafo Joaquín García Icazbalceta, quien se refiere al tiempo que desperdició Saavedra en recopilar materiales para su poema.[49] Cuestiona, además, el género, no sólo por el aparato maravilloso y mitológico, ingredientes, no obstante, indispensables en todo poema épico, sino que también le parece inadecuado el molde del verso para contar la historia. Su crítica despiadada se contradice, sin embargo, con su voluntad de rescatar semejante poema para su publicación, el cual reimprimió en 1880.

Entre los juicios más favorables, destaca el de Alfonso Méndez Plancarte,[50] quien lo ha considerado en su justo medio, a la luz de Ercilla, y le ha asignado varias virtudes: momentos líricos, cuadros bélicos, comparaciones homéricas, aciertos musicales y suave llaneza.

En nuestros días, la obra no ha sido tan estudiada; los historiadores de la literatura la han incluido en los capítulos dedicados a la épica americana: Frank Pierce (1968), Piñero Ramírez (1982), Margarita Peña (1992, 2000, 2006 [1996]); se le ha dedicado una tesis en la Nettie Lee Benson Latinamerican Collection de la Universidad de Austin, Texas;[51] Winston A. Reynolds (1959) ve algunas de las fuentes de los poemas épicos y encuentra la de López de Gómara para muchos de ellos; José Antonio Mazzotti (2000) y Margarita Peña (2000) la han visto a la luz de las reivindicaciones y resentimientos de los criollos. Bajo esta óptica de reivindicación de unos antepasados considerados como héroes épicos, hay otro artículo de Pedro Cebollero, en Études Medievales, que toca brevemente el poema de Saavedra, y analiza el discurso religioso de estos poemas criollos abundantes en términos como “cruzada”, “peregrino”, “tierra prometida”, “caballeros cristianos”, y su relación con algunos episodios bíblicos.

Ediciones

De la edición de Madrid de 1599, por el editor Pedro Madrigal, hay tres ejemplares que se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid. De esta edición, en octavo, que tiene 16 hojas preliminares, 347 folios y 5 hojas finales, según Palau y Dulcet existe otro ejemplar en el Museo Británico. Gallardo describe también esta edición con todos los preliminares, sonetos, autores y el retrato del autor. Pérez Pastor se detiene, además de en los preliminares, en el retrato del autor, con la leyenda a su alrededor: OMNES INVISI. VULNERAT HASTA NISI, el escudo de armas en la parte superior izquierda y en la parte superior derecha, “un monograma que, suponemos, será la cifra del grabador”.[52] Además existen otros 4 ejemplares, según Yolanda Clemente: en la Biblioteca Pública de Évora, Portugal; otro en la Nacional de Lisboa; otro en la Nacional de París y otro en la Hispanic Society de Nueva York. Margarita Peña menciona otro ejemplar “de este libro raro” en la Biblioteca Pública de Nueva York.

En el siglo xix, Joaquín García Icazbalceta publicó una edición facsímil y seriada en el periódico El Sistema Postal de la República Mexicana, números 132-178 (del 24 de abril de 1880 al 12 de marzo de 1881); en la colección Genaro García, sección de Rare Books de la Nettie Lee Benson latin American Collection, de la Universidad de Austin, Texas, hay un ejemplar manuscrito con letras diferentes basado en la edición de Madrid, de Pedro Madrigal (1599) y con un prólogo de García Icazbalceta; el bibliógrafo Juan Hernández y Dávalos (1827-1893) la mandó reimprimir también en el siglo xix. En el siglo xx contamos con una edición de divulgación, sin anotar, que reproduce la edición de García Icazbalceta, preparada por el historiador mexicano José Rubén Romero para la Secretaría de Educación Pública en 1989, para la colección de Quinto Centenario, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. La última edición anotada, a mi cargo, se basa en la de Madrid de 1599, conservada en la Biblioteca Nacional, y fue publicada en 2008.

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Los estudiosos de la épica coinciden en que el género heroico culto alcanza su apogeo en América, donde, por la empresa española, parecen darse unas circunstancias temporales y un espacio desconocido y abonado para realizar todo tipo de hazañas, entre las que destacan las de la conquista de México que dan lugar al ciclo de Cortes. El peregrino indiano pertenece a dicho ciclo y es la primera obra de un autor criollo, Antonio de Saavedra Guzmán, publicada en España (1599). Desde la salida de Cortes de la Isla de Cuba, la tempestad que sufrió su armada, la arenga a sus soldados, y la consabida reseña de los capitanes, hasta la prisión de Cuauhtémoc, el poema contiene pasajes interesantes: fiestas de indios, con sus mitotes o danzas, episodios maravillosos, como el de la hechicera de Tlaxcala, la matanza de Cholula, la batalla de Otumba, una magnifica descripción de la Ciudad de México, un sueño alegórico, amores entre españoles e indias, y, sobre todo, el recuento de las proezas, los méritos y servicios de los conquistadores. El presente volumen ofrece una edición anotada de El peregrino indiano (1599) a la que precede un estudio de diferentes aspectos del poema, así como de la épica americana.

* Esta contraportada corresponde a la edición de 2008. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.


 

Otras obras de la colección (Textos y Estudios Coloniales y de la Independencia):

Obras por número o año

Obras por género literario

De Cortés valeroso y Mexicana
Edición, introducción y notas de Nidia Pullés-Linares. Madrid, España: Iberoamericana (Textos y Estudios Coloniales y de la Independencia; 10).

El peregrino indiano
Edición, introducción y notas de María José Rodilla León. Madrid: Universidad Autónoma Metropolitana-I / Iberoamericana (Textos y Estudios Coloniales y de la Independencia; 15).

Aquí, ninfas del sur, venid ligeras : voces poéticas virreinales
Vv aa.
Selección, introducciones, bibliografías y notas de Raquel Chang-Rodríguez. Madrid, España: Iberoamericana (Textos y Estudios Coloniales y de la Independencia; 18).