Don Guillermo Prieto, cuya vida abarcó casi todo el siglo xix, relata en sus Memorias de mis tiempos cómo participó en las tertulias literarias que organizó Francisco Ortega en su casa, e inicia su narración refiriendo el motivo por el cual acudió a esa Academia de Letras de carácter privado por los años de 1833 a 1836.
Cuenta don Guillermo, con su gracia habitual, cómo conoció, cuando él contaba unos quince años, a su primer amor: María, una chiquilla de doce, que platicando en su balcón con la muñeca, lo dejó aturdido en tal forma que el libro que llevaba se cayó, dispersándose en tantas hojas como contenía. La risa de la niña fue inevitable, y a partir de entonces don Guillermo buscó mil formas para hablar con ella. La primera carta que le envió, de “estilo parabólico, exagerado y conspicuo”, había de avergonzarlo más tarde. Enterado el padre de la niña de estas cartas enviadas por un “poetilla”, llevó a María a una hacienda, lo que originó que Prieto con su abundante imaginación, se viese transformado en un trovador que entonaba tiernos versos al pie de un castillo feudal. Pero como la dama poseía una “bestial riqueza”, Prieto quiso igualarla con su mejoramiento literario, y para ello estudió literatura y buscó contacto con los periodistas, con la esperanza de que su María oyera hablar de él algún día.
Luis Martínez de Castro, compañero de colegio de Guillermo Prieto y autor de la colección de artículos humorísticos intitulados Don Pomposo Rimbomba, le sirvió a este propósito introduciéndolo en una reunión de literatos establecida en la calle de Escalerillas número 2, donde habitaba el periodista y poeta Francisco Ortega. A estas tertulias asistían, con el propósito de cultivar las letras, la música y el arte de imprimir, la esposa e hijos de Ortega, Antonio Larrañaga, Ignacio Rodríguez Galván, Manuel Carpio, Luis Martínez de Castro y un joven Silva que más tarde fue sacerdote. En atención a que la concurrencia a la casa de Ortega era cada vez mayor, éste decidió dar algunas lecciones de literatura y de latín.
Como órgano de difusión, de carácter íntimo de estas reuniones, se redactó un periódico manuscrito llamado Obsequio a la amistad, en el cual hubo contribuciones de Eulalio Ortega, Martínez de Castro, Orozco y Berra, y las primeras manifestaciones poéticas de don Guillermo Prieto.[1]