Tomás Segovia fue un gran lector de novelas y cuentos. Cesare Pavese y Thomas Mann ocuparon en unos años sus desvelos, reconocía en Proust y su En busca del tiempo perdido la gran novela fundadora de una sensibilidad de la que él formaba parte. Dedicó algunas brillantes páginas a celebrar el genio de Cervantes y las aventuras de su ingenioso hidalgo. Los que lo escucharon en un curso que dedicó a Henry James recordarán el entusiasmo por el escritor angloamericano y su capacidad de captar el alma femenina. En Cartas de un jubilado y Los oídos del ángel, encuentra en la novela el género ideal para mirar su pasado sin volverse estatua de sal. Fruto de una sensibilidad a flor de piel la narración de Los oídos del ángel es un entrañable y riguroso retrato generacional en el que los personajes encarnan, no ideas y sentimientos, sino una manera de vivir.