Uno de los embrujos de la ciudad francesa ha sido, y habrá de seguir siendo, la dificultad para abandonarla una vez que se han dejado en ella los años más felices o infelices de una existencia. En ese tono emocional se expresan e interactúan los personajes inventados y recreados por Miguel Álvarez Gaxiola, en particular el que responde al nombre de Remigio González, escritor en ciernes, amigo de algunos otros compañeros de Universidad en México. Su recorrido sentimental abunda en encuentros amorosos propios de la edad del deseo en la medida en que Remigio vaga, sueña, y conoce a entrañables personajes como Marguerite, la Mandarine, Ana, y otros.
La novela cuenta, pues, parte de la vida de estos mexicanos en París y está estructurada de una manera muy sencilla: empieza por el final y termina por el principio, en aras de la circularidad propia de todo lo que comienza y lo que finaliza. "En mi principio está mi fin", dice el poeta, y toca a Carlos Guajardo, uno de los protagonistas más cercanos a Remigio, cerrar el círculo, soltar en la corriente del Sena las cenizas de la vida que se va para nunca más volver.