Existen libros de un poder devastador que los hombres tratan de negar a toda costa, sin logarlo: El único y su propiedad, de Max Stirner, es uno de ellos. No en vano, desde su aparición en 1844 fue secuestrado por las autoridades, argumentando que arremetía contra todos los valores, tanto religiosos como sociales, que deben prevalecer en una sociedad sana y decente. Pero también fue atacado con gran virulencia por Engels y Marx en La ideología alemana. En suma, es un libro que desquicia las susceptibilidades de casi todos los que tratan de salir de un tipo de dependencia religiosa, para pasar a otra sin darse cuenta. Por eso, Stirner no deja de vituperar a los «nuevos beatos», aquellos que dejaron de adorar a Dios para adorar en cambio al Estado, a la Sociedad, al Hombre y a todas esas mayúsculas que se instalan como eufemismos de todos los dioses que han sido olvidados en las tenebrosas regiones de la fantasía. El planteamiento de Stirner es tan claro como insoportable: sólo Yo y todo lo que mi Yo conquiste tiene validez. Estamos frente a la postura egoísta más radical y congruente que se haya postulado jamás. El propio Nietzsche, callándolo siempre, se apoderó del pensamiento de Stirner y lo utilizó como una balsa en medio del proceloso mar de la gazmoñería y de la estulticia de los modernos. Johann Kaspar Schmidt —éste es el verdadero nombre de Stirner— era un solitario profesor en una escuela de señoritas. Nunca más publicó otro libro. Y estos datos iluminan el asombro que provoca este singular escrito cuando contemplamos el destino que finalmente sufrió: ser uno de los libros más odiados justo por ser la radiografía más certera de la llamada modernidad.