Cuando el joven nacionalista serbio Gavrilo Princip asesinó al archiduque Francisco Fernando de Austria el 29 de junio de 1914, nadie anticipó las consecuencias que esto desató: una de las guerras más descomunales y encarnizadas de la historia, en la que pelearon millones de militares de diversos países —atravesando Europa desde Francia hasta llegar a Asia y África en la región mesopotámica y el Sinaí—, que mandó a la tumba a más de nueve millones de personas, dejó a otras irremediablemente heridas, mutiladas o discapacitadas y trastocó el mapa de Europa y los equilibrios de poder en el mundo de manera definitiva. Con el afán de documentar los horrores de la guerra en el frente de batalla, de humanizar un conflicto cuyas cifras de muerte y devastación son tan grandes que excenden la capacidad de asimilación humana, Tardi se dio a la tarea de rescatar las historias individuales de soldados primordialmente franceses para representar cuán hondo se puede sumergir un hombre en el pozo del horror en un conflicto armado. Como bien advierte el autor en el prólogo, éste no es el trabajo de un historiador, sino el de u observador que rescata de las fauces del genocidio los nombres, situaciones y vidas de los hombres que perecieron defendiendo causas que en muchos casos les eran ajenas o al menos inciertas. La locura, el desconcierto, el sufrimiento, la pérdida de la más elemental empatía humana, el fanatismo, el rencor, la humillación y todo ese catálogo de abyecciones que la guerra despierta son capturadas por Tardi con maestría, sensibilidad y un doloroso tino. Era la guerra de las trincheras versa sobre las millones de tragedias que conformaron la Primera Guerra Mundial pero su eco transciende el conflicto particular que atiende para elevar su voz hacia todos los confines de la historia acerca de ese terrible amor por la guerra, como lo llama el filósofo James Hillman, que parece estar inscrito en el código genético de nuestra especie.