Desde su infancia Guillermo Prieto tuvo distintos acercamientos a la literatura: breves representaciones, discursos, relatos, dejan profundas huellas en su biografía. En cuanto a la poesía, también desde muy temprano se aficionó a la lectura de sonetos, fue así como descubrió su inclinación por escribir versos. A los catorce años, por su precaria situación económica, acudió a solicitar ayuda de don Andrés Quintana Roo. Cuando el ministro de Justicia le preguntó sobre sus habildades, Prieto respondió: "—¿Qué es lo que sé?... hacer sonetos". Como muestra, escibe uno y se jacta de su buena hechura. La poesía era para Prieto un juego muy especial, de ahi que lúdicamente realizara algunas estrofas: "Mi ejercicio poético –nos dice– consistía en retener un pie del verso escrito en la pared y hacer su glosa, hasta llegar a la otra puerta y tomar otro pie". Su obra rebasa los límites del agitado siglo xix. Leer a Prieto no es sólo comprender el momento histórico que le tocó vivir, es también aprender a vernos en el espejo con toda nuestra singular belleza, pero cambién con toda nuestra deformidad.