La literatura fantástica es el mundo de las pulsiones más expuestas, por eso es a veces pesadilla, drama, épica y lamento, pero también celebración y promesa cumplida. Ana María Jaramillo usa los arquetipos del príncipe —aquí el poeta— y la bella, pero los hace dialogar a través del ropavejero, Comerciante de sentimientos usados, para que esos sentimientos sigan presentes, sobreviviendo a la juventud que les da razón de ser. Ejercicio lleno de humor que hace a la intensidad florecer en una sonrisa donde la autora está todo el tiempo guiñando un ojo a su lector, como diciéndole: ya sabes de lo que hablo y encontrando en ese saber una complicidad y una comunión. Su tono de fantasía es lo que permite que la intensidad de lo vivido no se vuelva insoportable y se pueda compartir. Como en algunos de sus libros anteriores —especialmente Eclipses— la autora juega a subvertir desde su propia lógica la sinrazón del amor.