La poesía tiene como objeto inmediato, básico, producir una fractura y ésta consiste en quebrar la escala consuetudinaria, la escala repetitiva, empequeñecida de lo real. La poesía es un modo de vida o es nada: si es un modo del lenguaje, de la expresión, es por tanto un modo del ser, no del hacer. Cada poema tiene algo de relámpago. Yo no diría que el poema "es" un relámpago, sino que hay en él un relámpago. Evidentemente, la poesía, como forma de experiencia, es para mí la mayor intensidad posible
El poema responde a un estado de disponibilidad, es decir, de ser capaz de abrirse, de recibir o de crear en un momento dado, mediante una imagen insólita, inesperada, no repetida. ¿Qué favorece un estado de disponibilidad? Varias cosas, sobre todo un elemento que la mayor parte de la gente ha olvidado, ha desterrado de sus vidas: la capacidad de detenerse. Creo en esa soltura que he llamado disponibilidad, y que Rilke (en uno de sus términos predilectos) llama "apertura", lo abierto pero que requiere casi una conversión. Para mí, el poeta que importa es un converso: ha dado vuelta la vida, y con la vida en sí ha hecho más vida.
La poesía (como afirmaba Rilke) es experiencia. Creo además que es visión del mundo. La poesía siempre es decir de otra manera. Este "decir de otra manera" es para mí la mayor posibilidad que tiene el hombre. ¿En qué consiste el símbolo? Simplemente, en la posibilidad de decir una cosa mediante otra. La posibilidad de que algo diga otro algo. Esa otredad que radica en las cosas, pero que está en la entraña, en la médula de la poesía.
Incluso algunos poetas no entienden que la poesía es una fuerza que se impone, inevitablemente, en quien la crea. El poema no se "produce", no es un objeto de consumo. El poema se crea. Sí es una creación porque toma lo que hay y de ello hace algo que no hay. Esa es la más alta dimensión del hombre, que todos llevamos escondida en alguna parte.
En uno de los inolvidables poemas de Las flores del mal, Baudelaire dice que el mundo es como un bosque de símbolos: hay voces que llaman y voces que responden, entrecruzándose. Aquí se podría aplicar tal mirada: un poema mueve a otro. Todo poema viene a insertarse en un mundo de poesía, arrastra consigo ese mundo. ¿Cómo no ver esa interrelación? Y sin embargo, paradójicamente, el poema es también autónomo: hay que verlo en su propia ley interior, al mismo tiempo que es preciso verlo en toda la poesía. Es la visión de Mallarmé: escribir un solo libro entre todos. Escribimos un solo poema. Lo que entonces surge es de todos y de nadie en particular. Es el hecho poético.