Para Tomas Segovia don juan es una figura que desborda y escapa tanto a las interpretaciones psicológicas o simbólicas como a sus encarnaciones en el arte, aunque encuentre en ellas su mejor sentido. De la ópera y la poesía al cine, el teatro y la novela esa figura ha servido para crear visones del mundo orientadas por el amor y el deseo, por la sexualidad y la muerte. Como otras figuras –Edipo, El Quijote, Fausto, Gregorio Samsa- don Juan ha transferido sus características a una condición cualitativa. Lo quijotesco, lo edipiano, lo Kafkiano, pero ser un “don Juan implica algo más, un dialogo directo con lo femenino, lo quijotesco se puede aplicar en cualquier campo y dirección, mientras que lo don juanesco se dirige al otro emblemático, la mujer, destinatario de las galanterías, las palabras y gestos. Pero no hay que confundir esa figura –don Juan- con la de un coleccionista de mujeres: el tiempo de un hombre mayor que escribe cartas a una mujer, su amante en otros años, llamada -¿podría ser de otra manera?- Elvira, quien le contesta en su propio tiempo, subrayado por la ausencia de su carta, temporalidad en la que se ve renacer el impulso de seducción pero marcado por el devenir narrativo que le dará a ese intercambio epistolar un destino no muy otro, más novelado que velado. La carta como motor narrativo es un recurso ya clásico pero a la vez excepcional, sobre toda modernidad contemporánea, donde la duración - la extensión. Segovia, Poeta de amor si los hay, crea en esta novela una poética de amor, como en sus “Cartas cabales” propone una poética de la reflexión y el ensayo, pero también un arte de la seducción escrita.