En el vacío hay memoria: el vacío es el recuerdo de algo que nos falta. En el vacío reina la incertidumbre, el vacío siempre se acuerda de lo que estaba ahí, pero ha desaparecido. En cierto modo el amor es el recuerdo de todo aquello hermoso, sublime, asombroso, que no hemos tenido y que encontramos en un rostro, en un cuerpo, en una voz. Vacío implica ausencia, pero la física cuántica ha demostrado que el vacío en realidad está repleto de información o de partículas. El lenguaje nombra lo que está ausente. Es la palabra lo único que nos otorga la memoria del vacío, como la pintura es la memoria de la oscuridad, o como la música es la memoria del silencio.
En este libro no hay una ideología definida, ni confianza en las certezas, ni proyecto totalizante. Los ensayos que lo componen son una serie de hipótesis: textos indecidibles que no pueden comprobarse ni refutarse, ya que se expresan estados de ánimo, atisbos, momentos de asombro, vagabundeos. Me asusta la idea de que una sola persona —eso que difusamente llamamos yo— los haya escrito; prefiero pensar que me fueron dictados por las distintas personas, de características diversas y a menudo encontradas intenciones. He acariciado ciertas ideas, ciertos temas, de la misma forma en que un viajero traza la superficie de un continente, un amante los contornos de una mujer o un astrónomo los rasgos de un planeta desconocido. No está de más decir que hay ellos, antes que nada, una extrema fidelidad al arte de la escritura.