El nacionalismo en las letras mexicanas tiene hondas raíces porque procede del siglo xvi, cuando tuvieron lugar sus primeras manifestaciones, las cuales continuaron a lo largo de los tres siglos de dominio español, partiendo de fray Bernardino de Sahagún (1501-1590) con la Historia general de las cosas de Nueva España; Francisco Cervantes de Salazar (1513?-1575), autor de Crónicas de Nueva España, Diálogos y Túmulo Imperial; Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (1568-1648), quien redactó la Historia chichimeca; Juan Ruiz de Alarcón (1581?-1639), cuyas comedias reflejan las características de sensibilidad y de expresión que lo asemejan al peculiar modo de ser del mexicano; Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), que más que por sus propios escritos es importante por sus investigaciones y su recopilación de documentos mexicanos, los cuales sirvieron de fuente de información para destacados autores como Francisco Javier Clavijero (1731-1787), autor de la Historia antigua de México; y Juan José de Eguiara y Eguren (1696-1763), redactor de la Bibliotheca mexicana de la que sólo publicó el primer volumen en 1755, en el cual afirmó que la fusión de las dos culturas es lo que caracteriza y define a la cultura mexicana.

El interés por el nacionalismo en las letras se incrementó a partir de la consumación de la Independencia, hasta llegar a su momento culminante con la aparición del Grupo Altamirano que escribió en la revista El Renacimiento (1869) y que fue dirigida y adoctrinada por el maestro Ignacio Manuel Altamirano, cuyo grupo de colaboradores representó diversas corrientes políticas y literarias.

El maestro Altamirano encabezó dos generaciones, restableció el Liceo Hidalgo, y ejercitó la crítica literaria; apartado de la política, en sus últimos años se ocupó de leer, escribir, enseñar y conversar. En 1889 fue designado cónsul general en España con residencia en Barcelona, dando así por terminada su extraordinaria carrera literaria. Fue de esta manera como quedó disuelto del Grupo Altamirano en 1889.