Ese pequeño volumen, el único publicado en vida por el autor sin ningún efecto (hicieron falta cuarenta años para descubrirlo) es una bomba de acción retardada. Tiene el mismo alcance fulgurante en francés que los Pensamientos de Pascal y las Poesías de Lautréamont. No lo leemos verdaderamente, lo sentimos, lo sufrimos, lo aprendemos de memoria […] No es el relato de una conversión, sino el de una mutación, una transmutación. Experiencia única (“alquimia del verbo”), arriesgada, en el centro de la pérdida de sí, disociación y delirio […] El nuevo viajero no visita el infierno como Dante: lo vive desde adentro, está hundido en él, sale, todavía va a escribir sus extraordinarias Iluminaciones […] Sabe que ha descubierto una razón distinta de la razón precedente, una razón musical, una nueva forma de amor. De allí esta conclusión abrupta: “Eso ya pasó. Hoy sé cómo saludar la belleza”.