Vivimos, ya se sabe, en tiempos de prisas, aceleración y olvido. Cada vez más, vemos la vida a través de algo parecido al scroll interminable y veloz de Twitter, Instagram o Facebook, donde los eventos se suceden desplazándose unos a otros en lucha por ganar nuestra atención. El ciclo continuo de acontecimientos no tiene dirección, es acelerado, diverso y no parece llevarnos a ningún lugar. La memoria es frágil, de corto plazo y poco fondo. En el presente confuso en el que estamos, la posibilidad de narrar coherentemente lo que sucede y nos sucede se limita en muchos casos a la construcción de un listado de hechos sin antecedentes ni contextos que mejor los expliquen. Pero el pasado nos persigue: nunca muere y ni siquiera ha pasado. Necesitamos visitarlos, regresar, solos o de la mano de quien nos lo recuerde y nos ayude a verlo mejor, desde otra mirada que complete y enriquezca la nuestra. Ésa es una de las funciones de la crónica y lo que explica su vigencia en nuestros acelerados tiempos. ¿La vida cultural de Puebla, variada y multiforme, expresada ya sea a través de un molote de tinga que de un concierte de rock, un muro de grafiti o una fiesta de quince años, puede sustraerse a la dinámica descrita arriba? ¿Es pertinente recordarla, regresar a algunos de sus momentos recientes? ¿Es un ejercicio útil, contribuye a comprender mejor esta ciudad y la complejidad de su gente? ¿Para qué hacerlo? Sin limitar la vida cultural de Puebla a lo meramente artístico, estas crónicas culturales dan cuenta de la diversidad de expresiones, modos de hacer y ser, intereses, públicos y espacios de una ciudad tan variada y densa como la nuestra. En el asombro y la fascinación, con cierto desencanto por una ciudad y una época donde pasan muchas cosas que pronto serán olvidadas, Fragua nos ofrece en este libro su mirada, su memoria y su corazón: poderosos antídotos contra el olvido y la prisa.
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