Tanto Salir del laberinto como Empédocles regresan a los inicios de la lírica, cuando se relataban acciones o sucesos o humanizaban dioses y sobresalían los héroes; eran los días del stilo y de las tablillas de cera que le dieron a la palabra "épica" parte del significado que ha sobrevivido hasta el momento en que fue escrito este laberinto de personajes clásicos y de mitos reinterpretados. Una historia -o varias- donde la versificación es dictada por ritmos certeros.
El poeta ha elegido contar las historias que convergen con el laberinto de Creta: el matrimonio entre Minos y Pasifae; Dédalo e Ícaro; Teseo y Ariadna; la edificación del laberinto; y la concepción, nacimiento, niñez, auge y derrota del Minotauro.
González Rojo muestra la posibilidad poética que ya estaba contenida en la histora, que -bien- si evidente, ni mirábamos. Estamos frente al vértigo de los pasajes emotivos, los actos sexuales de los combatientes, las escenas de furia y muerte que constituyen las diversas tragedias individuales que rodean el laberinto.