Ha llegado la fecha. La vida o la muerte no opinaron lo contrario. Hoy cumplo sesenta años. Lo escribo con asombro real y no puedo evitar mirarme a los veintiuno en el cuarto de azotea del edificio de la calle Pitágoras, en medio de aquel universo de luces que a las once de la noche me parecía, desde la ventana, la Ciudad de México, pensado en que no iba a llegar más allá de los cuarenta. No es un artilugio retórico este recuerdo que transcribo aquí. Eso pensaba en aquella edad. Tenía suficientes razones —y más— para que por mi cabeza anduvieran esas ideas. Ya las escribí, una y muchas veces en otros espacios y al menos hoy —a diferencia de otras ocasiones— no quiero que llueva sobre mojado, de modo que, aquellos argumentos no las rumiaré aquí por enésima vez.
Carlos Acosta