Manual de etiqueta para el mexicano de hoy –o para el audaz viajero–, Viaje al centro de mi tierra lo mismo explora conductas sociales (los microbuses como armas de destrucción masiva, los desfiguros de la política) que el albur, las piruetas y los retortijones de las hablas nacionales; va de los bajos fondos de la nota roja (un futbolista baleado en un bar-bar, el asesinato de dos mini luchadores a manos de unas sexoservidoras) a la épica batalla contra el virus de la influenza; puede pasar por la biografía de los leones africanos refugiados en el D.F. y desembarcar, inevitablemente, en las memorias secretas de un escritor.
No es fácil ser cronista en México, donde el concepto “escenario del crimen” es tan grande como el país, donde la violencia se ha convertido en un artículo de primera necesidad, donde la inmoralidad incluye tecnología de punta y donde el caos tiene calidad de exportación. Ante el perpetuo enigma de nuestra idiosincrasia y sus inauditas manifestaciones, Viaje al centro de mi tierra levanta un inventario de rarezas y minucias imprescindibles con enorme sentido del humor, el único sentido ya capaz de entrarle a la debacle.