[Esta edición apareció con el título Odas: Olímpicas, Píticas, Nemeas, Ístmicas]
Píndaro, el mayor de los poetas líricos griegos, es decir, de todos los líricos, se supo él a sí mismo el primero de su arte, el mejor que los macundos y poderosos, el incomparablemente superior a cuantos con él pudieran atreverse a competir. Es el representante típico de la temible Grecia que en la poesía, en la historia, en la filosofía, en la ciencia, sembró los cimientos de la cultura del occidente; de aquel pueblo sanguinario de homicidas, violadores y piratas que durante siglos guerreó contra sí mismo acicateado por el tremendo poder de sus pasiones, y que situó el vencimiento de los demás hombres como la sola vía para consumar la propia realización. En los epinicos, himnos triunfales, cantos de victoria, que de Píndaro llegaron a nosotros, es posible hallar algunos rasgos de ese antiguo espíritu griego, de todo aquello que conforma la competencia entre los hombres como único medio de alcanzar la culminación del sentido último de la victoria, que viene a darle perfección y corona.