Sepu quisiera ganar el Pulitzer. Sepu desearía no tener que compartir su cama con el perro Talavera. Sepu ama a su esposa, aunque ella le recele sus coscorrones y lo ve con, bueno, cierta condescendencia. Sepu cometió un error: aceptar una corresponsalía en un lejano país llamado Nogales, donde los hombres usan bellas camisas de seda con motivos alusivos al narcocorrido, lugar de paso, purgatorio polvoso donde sin Virgilio ni guía habrá de sortear las trampas y malos entendidos propios de un chilango desterrado a la tierra de los cholos y el contrabando. Novela de equívocos y humor, la escrita por Guzmán Wolffer se deja leer como si tratase de un episodio de una nueva Los hijos de Sánchez en tierra apache-yaqui, de hecho, en la cual el viejo diablo hace de las suyas complicando las cosas simples. Pero, en un lugar donde las áreas verdes son espejismos del desierto, ¿cómo culpar al Sepu por tratar de dar capotazos a la vida? El que no saldrá indemne de esta aventura fronteriza es el lector, quien advertirá que la novela no es tan simple como parece. Más de una vuelta de tuerca nos demuestra que, con un tono adecuado, el autor —y, en su momento, el lector— sabe más de lo que el pobre Sepu se imagina. Así es la vida de los personajes, ni modo. Muy diferente a la diáfana y ordenada vida “real”, no es así?