Posada y su aprendiz huyen de la muerte. Un Ciego decide ayudarlos. El Tiresias mexicano ve más allá de sus cuenca nubladas y ofrece la vía para el escape: ser otros, disfrazarse vivir otras vidas. Entre la máscara y el rostro, median las fantasías; entre el espejo y el reflejo, la glorificación de la imagen; entre el yo y el tú, los otros, las infinitas variables del ser que encierra cada persona. La imaginación se convierte, así, en un poderoso recurso en contra de la muerte.
Pero mis antihéroes poco a poco se embarcan en una ventura despiadada. La persecución los lleva a sentirse, en palabras de Chesterton, "como el que sueña toda la noche que cae por un precipicio y, al despertar, recuerda que va a ser ahorcado". La risa es perversa. Farsa y tragedia: la risa se ríe de la risa.
Bajo tierra nos ubica en México, entre 1906 y 1913, pero en realidad transcurre en un tiempo sin tiempo donde la historia -una pesadilla de la que no podemos despertar- se mira en un espejo cóncavo. Al cuestionarse el principio de realidad, territorios aparentemente opuestos se unen: mito e historia, sueño y vigilia, ficción y realidad. Un mundo así descrito no tiene principio ni fin. Es un universo circular. Su lógica es la del sueño. "De noche, cuando soñamos", decía Dryden, "somos el actor, el espectador y el teatro. Somos todo." David Olguín