Una voz parca, rodeada de silencio, se despide. Su anuncio, pese a la contención implícita en su brevedad, es contundente, violento incluso. Y es que se trata de la voz de un moribundo, vencido por una larga enfermedad a la que ha decido lanzarle la última estocada. Desposeído de su historia y su identidad, la voz narrativa emprende un viaje último en carretera. Al lado de un extraño médico, recorre un país igual de violento que su derrotero discursivo, más allá de la memoria, hacia un presente perpetuo.
Dueño de una virtud narrativa que ha sabido darle el peso obligado a la página en blanco, Gonzalo Soltero nos sorprende con esta nueva entrega, después de un prologando –y ahora lo sabemos: fructífero– silencio literario. Hábil en la mudanza de género, nuestro autor da un elegante salto hacia el realismo último –para no decir hiperrealismo–, luego de domeñar con buen tino los linderos de lo fantástico.
Más allá de la conyutura, escrita en un país en llamas, Nada me falta es una novela que nos invita no sólo a la lectura único sino a la relectura recurrente con un ánimo de permanencia, pese a la muerte que la insufla de llana vida. Saludemos, celebremos, pues, el afortunado regreso a nuestras letras de Gonzalo Soltero y su parca, notable elocuencia.
David Miklos