El respeto creador por la palabra hace de la prosa de Sada un caso de excepción. Pero su amor por las formas métricas no es un preciosismo hueco sino la rigurosa voluntad formal de contar historias, que como las de Registro de causantes demuestra que las vastas tierras de México no son ni el páramo de los arquetipos ni la hojarasca de un realismo obsoleto. Sada demuestra que las formas de la tradición sólo se agotan en manos de quienes renuncia a la magia de los viajes. Los de Daniel Sada escenifican una ambulatoria corte de los milagros donde abundan ladrones y encantadores, todos aquellos que narran junto al fuego el resultado de sus travesías. La suya es una poderosa crítica de la vida y una apuesta fabulosa por la imaginación verbal.
Daniel Sada (Mexicali, B.C., 1953) es el más formalista de nuestros narradores. Todos sus libros —Lampa vida (1980), Juguete de nadie y otras historias (1986), Albedrío (1989) y Tres historias (1990) son textos construidos mediante un rigor lingüístico único entre nosotros.
El respeto creador por la palabra hace de la prosa de Sada un caso de excepción. Pero su amor por las formas métricas no es un preciosismo nuevo sino la rigurosa voluntad formal de contar historias, que como las de Registro de causantes demuestra que las vastas tierras de México no son ni el páramo de los arquetipos ni la hojarasca de un realismo obsoleto. Sada demuestra que las formas de la tradición sólo se agotan en manos de quienes renuncia a la magia de los viajes. Los de Daniel Sada escenifican una ambulatoria corte de los milagros donde abundan ladrones y encantadores, todos aquellos que narran junto al fuego el resultado de sus travesías. La suya es una poderosa crítica de la vida y una apuesta fabulosa por la imaginación verbal.
Daniel Sada se mueve bien en las distancias cortas: sus cuentos se extienden, en su oportuna brevedad, sobre paisajes desérticos y anécdotas que, a pesar de su sencillez, o quizá precisamente a causa de ella, devienen historias más complejas que rayan en lo excéntrico y rezuman, a menudo, una imaginación desbocada en su originalidad.
En los agrestes parajes del norte mexicano recorridos por la pluma del escritor, lo cotidiano se convierte en una oportunidad para explorar los extremos humanos: desde el sexo, la corrupción y el abandono, hasta los deportes, la religión y el dinero, con un sentido del humor a veces anárquico, a veces hilarante y otras tantas simplemente trágico. El resultado es una visión desolada del campo y de sus pobladores, del todo ajena a la tendencia cosmopolita de nuestro tiempo, que nada tiene que ver con el costumbrismo. O con el realismo.
Los dieciséis cuentos que componen Registro de causantes tienen una vertiente común, a más del constante desamparo que desprenden el paisaje de la provincia y sus personajes: el empleo de una narrativa indócil, las más de las veces tan incómoda como eficaz.
Domina en los textos un ritmo vertiginoso, revelador de mentiras y verdades que sólo pueden descubrirse cuando se lee entre líneas. Así, la obsesión por los temas que cada historia esboza se suma otra, igualmente subversiva: la obsesión por un lenguaje depurado, punzante, que obliga al lector a sumergirse en un singular universo de rarezas.
Gerardo de la Torre